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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Un ciclista vegano hace en una sola etapa el Camino de Santiago

Pedro Jesús López-Toribio, ciclista vegano que ha realizado non-stop el Camino de Santiago. Foto: María José Alcázar Martínez

Ruth Toledano

Pedro Jesús López-Toribio —

Es capaz de superar con su bici los repechos más infernales, pero no puede evitar las lágrimas al recordar el infierno por el que pasó Elegido, el toro linchado hace unos días en Tordesillas. Pedro Jesús López-Toribio, ciclista de 41 años, vegano por ética animalista y medioambiental, es todo piernas y, más que nada, corazón.

En esta entrevista nos cuenta sus motivaciones y sus hitos deportivos, que también ha recogido, por ejemplo, TV Animalista.

Publicamos también, a continuación, su propio relato del Camino de Santiago.

¿Cómo surge la idea de hacer así el Camino de Santiago?

Surge en una conversación con Alberto Peláez Serrano, corredor a pie de montaña, vegano. Es un campeón y siempre sube al podio a recoger el trofeo con su camiseta de NO COMO ANIMALES. Él ha sido mi inspiración. Íbamos a hacerlo juntos, pero él logró plaza para competir en la Ultra Trail del Mont Blanc, una de las carreras a pie más duras de Europa. Me quedé solo para llevar a cabo nuestro reto, pero a mí ya se me había metido entre ceja y ceja.

¿Cuál era el objetivo de ese reto?

Derribar los mitos infundados sobre la alimentación vegana: que los veganos estamos débiles, que nos faltan proteínas y nutrientes, que nos vamos muriendo por las esquinas. Mostrar al mundo que eso no es cierto y que una alimentación vegana, equilibrada como lo debe ser cualquier alimentación, nos da mucha fortaleza y una energía, además, mucho más lineal. Quería plantear una reflexión sobre cuestiones que muchas personas no han pensado pero han dado por buenas, hacerles ver que todo lo que nos han contado respecto a la alimentación no es verdad, que todos los tabúes sobre el veganismo y la alimentación vegana no son ciertos. Quiero ayudar a la gente a derribar esos mitos, a que se animen a probar, a cambiar o, al menos, a reflexionar.

Roncesvalles-Santiago de Compostela sin bajar de la bici es una prueba durísima, que en ocasiones le habrá llevado al límite de sus fuerzas. ¿En algún momento se planteó abandonar?

No. Tuve dos momentos críticos. Uno, al final de la primera noche. Estábamos en Logroño y tuve que soportar una diferencia de temperatura que había bajado en la noche a 10,5 grados y por el día subió a 39. Con cansancio y sueño, esa diferencia de 29 grados mina bastante. Después, a la salida de Pamplona, me falló el GPS e hice 10 kilómetros más. Y en Ponferrada, tras pasar el puerto de El Manzanal, me forcé a comer, pues con tanto esfuerzo ya me costaba, y el sistema digestivo se me resintió. Además, en Logroño dirección Burgos me encontré casi un huracán de cara. Pero nunca tuve dudas de continuar. Me impulsaron siempre los sin voz, los animales. Eché un pedal detrás de otro por ellos, y por el orgullo de tanta gente que me estaba apoyando a través de las redes sociales. En las últimas horas el cansancio y el sueño me comían, pero físicamente me he encontrado genial, aunque Galicia fue durísimo, pues no tiene un metro llano y se me echó una segunda noche encima. Me dieron alas también las personas que me estaban esperando en la plaza del Obradoiro.

En las redes sociales lo seguían miles de personas.

Fue increíble, siempre me acompañó esa fuerza. Mis piernas eran como dos bielas a las que impulsaba toda esa gente. No puedo describir esa emoción.

Las personas veganas estamos sometidas al escrutinio permanente de los demás, y una demostración de fuerza como la suya representaba a mucha gente. Pero, principalmente, a los que usted se refiere como “los sin voz”, los animales. ¿Pensaba sobre la bici que su enorme esfuerzo podía ser de ayuda para ellos?

No solo durante el reto, sino a lo largo de toda la temporada, mientras me preparaba. Han sido 11 meses con 13.000 kilómetros detrás de entrenamiento, natación, carrera a pie, gimnasio… Y cada día he pensado en ellos. Es imposible cuantificar los resultados, solo pretendía que el mío fuera un granito más en la arena de esa playa que cada persona, en el formato que le es posible, está creando para que cada vez haya menos dolor, menos sufrimiento, menos infierno para ellos, para que el mundo vaya cambiando, siendo cada uno de nosotros el cambio que queremos ver. Todos podemos hacer algo si queremos un mundo más justo. Hay que luchar por ello.

¿Iba acompañado durante el Camino?

Sí, llevaba un coche de apoyo con tres amigos que me iban dando comida y bebida, apoyo técnico (como cuando tuve que cambiar la rueda porque se me rompió), y apoyo moral: me ponían en la ventanilla carteles de ánimo para que siguiera empujando. Han sido imprescindibles para mí, sin ellos esto no habría sido posible: Mari Jose, Elena y Pepe.

¿No durmió nada en esas 40 horas?

No. En Galicia, en uno de esos interminables repechos, empecé a hablar conmigo mismo para que no se me cerraran los ojos. Mi convicción era incombustible a pesar del cansancio físico y del sueño. Y para comer paré muy poco tiempo, para que no me bajaran los biorritmos.

Para llevar a cabo ese enorme esfuerzo, ¿ha necesitado algún tipo de suplemento alimenticio extra por el hecho de ser vegano, o la alimentación vegana no solo es sana para cualquier persona sino también para un deportista extremo?

Lo único que tomo por precaución es B12, aunque ya tomo alimentos enriquecidos con esa vitamina. La tomo como la podría tomar cualquier persona que no sea vegana, pues hay muchos estudios que demuestran que es muy frecuente la deficiencia de esa vitamina, que no siempre se obtiene como se da por hecho. Intento llevar una alimentación variada y no me obsesiono con ello a diario, ni hago ciclos ni nada parecido. Simplemente, trato de mantener una alimentación completa. Y sabrosa, que es otro de los prejuicios sobre la alimentación vegana: los veganos no comemos solo un hoja de lechuga con un chorrito de aceite, como demuestran fantásticos cocineros y portales de gastronomía vegana, como Dimensión Vegana. Puede ser un placer para los sentidos comer 100% vegetal, sin crueldad, opresión y muerte de millones de animales cada día, y cuidando la sostenibilidad de un planeta al que, a este ritmo, no le queda demasiado tiempo. Si no cambiamos el mundo por ética, habrá que hacerlo por pura sostenibilidad y por las repercusiones que este sistema de producción y consumo tiene para el Tercer Mundo.

¿Cómo fue su proceso al veganismo?

Pasé por un periodo de ovolactovegetarianismo, pero en cuanto me enteré de los horrores de la industria ovoláctea deseché también esos productos. Era un camino a mitad de recorrer, que no tenía sentido, pues lo que me movía era la ética. He ido avanzando en información, en crecimiento, enterándome de lo que hay detrás de la industria alimentaria.

¿Desde cuándo practica deporte?

Me ha gustado practicar deporte desde pequeño, sobre todo fútbol. Pero a los 18 años me enganchó la bici de carretera y ahí sigo, dando pedales. Estuve federado, pero a mí no me gusta competir sino conmigo mismo, y para ser profesional hay que tener una genética privilegiada. Soy un enamorado del ciclismo y he seguido como aficionado. Los últimos años han sido los más serios, rondando los 15.000 kilómetros al año. Llevo cinco años siendo vegano y si realmente tuviera deficiencias nutricionales ese esfuerzo me estaría ocasionando graves problemas físicos, más allá de que no habría alcanzado el reto que acometí en el Camino de Santiago. La linealidad de lo que llevo haciendo durante estos años demuestra que esta alimentación incluso me ha hecho dar un salto de calidad. Mi techo deportivo, lejos de mantenerse en un nivel o decaer, está subiendo. Voy cumpliendo años y, sin embargo, ese techo crece. Noto mejoras en muchos sentidos, mi recuperación es buenísima y tanto física como espiritualmente me siento fantástico. El cambio es descomunal y es de lo que más orgulloso me siento en mi vida: haber abierto los ojos, haber sido capaz de reflexionar y de hacer ese clic. Lo mejor de mi vida, sin duda.

¿Qué otros retos importantes ha logrado con la bici?

Ya como vegano, hice Murcia-Madrid con mi club, 434 kilómetros. Fue una epopeya que he superado en solitario con entrenamientos de 500 kilómetros para el Camino de Santiago. En 2011, con otros dos compañeros, hice en Asturias un reto al que llamamos “el Everest”, que consistió en acumular durante 22 horas los desniveles del Everest subiendo 11 puertos. Incluso, acumulamos 20 metros más: 8.868. Una experiencia maravillosa porque a mí lo que me gusta es subir puertos, y Asturias es preciosa. También he corrido en los Alpes suizos la Alpen Brevet Platinum, que se considera la marcha cicloturista más dura de Europa, pues tiene 275 kilometros, 7.000 metros de desnivel y se suben 4 puertos fuera de categoría y 1 de primera. Fui el primer español en llegar a meta, con más de una hora de diferencia sobre el segundo. La marcha de mi vida. He participado en muchas otras marchas cicloturistas, porque la disciplina de la bici que más me gusta es el ultrafondo. He subido casi todo Alicante, Jaén, Granada, y también he subido el Teide, aunque entonces todavía no era vegano.

¿Puede hablarnos de otros deportistas veganos?

Somos muchos, no solo yo. Entre otros, Alberto Peláez Serrano, Fran Godoy (que hace carrera a pie), Marcos Nuñez, Juanjo Rivera, Eneko Llanos (que hace, precisamente, Ironman, un ganador). En cuanto a deportistas famosos, está Fiona Oakes, que es vegana y campeona del mundo de maratón, y recomiendo conocer porque es un referente. También las hermanas Williams, tenistas. Solo hay que ver su descomunal potencia física para cuestionarse el mito de la proteína animal. Y alguien tan mítico como el velocista Carl Lewis también era vegano. Pruebas vivas de que no solo es posible sino que es mejor. Para mí ha sido un salto de calidad, he mejorado. Una dieta 100% vegetal evita muchas enfermedades que conlleva la ingesta de animales y sus productos, como la arterioesclerosis, la diabetes, la orteoporosis, enfermedades cardiovasculares etc.

¿Ayuda a los animales de alguna otra manera, aparte del deporte?

Sí. Difundo el veganismo cada día a través de las redes sociales. Interactúo en el plano individual, de manera constructiva, con la gente con la que me voy encontrando. Doy charlas sobre veganismo en Murcia y otros lugares, para tratar de ayudar a la gente a que haga ese cambio o, al menos, a que lo piense. Y también soy mentor en el programa del Santuario Gaia llamado “Veganízate con Gaia”. Invito a cualquier persona interesada a que escriba al correo vegan@santuariogaia.org, donde se le podrá asignar un mentor y, gratuitamente, vía email, se le ayudará a despejar sus dudas y se le ofrecerá información sobre salud, ética, cuestiones medioambientales relacionadas con la industria carnista, etc. Es un programa maravilloso que está funcionando muy bien y con el que estamos ayudando a muchísima gente. Incluso hay lista de espera. También, en la medida de mis posibilidades, ayudo económicamente a santuarios y refugios. Los santuarios necesitan mucha ayuda, pues muchos tenemos una conexión fuerte con perros y gatos, pero hay otros animales que son olvidados, aunque también son sintientes e indefensos, y están muy necesitados. Hay que arrimar el hombro ahí.

¿Tiene previsto algún otro reto?

En 2015 voy a tratar de atravesar los Pirineos de este a oeste, también non-stop, desde las inmediaciones de Perpignan hasta San Juan de Luz. Y tengo en la cabeza el Ironman, ya lo he hablado con mi entrenador. Nunca he hecho triatlón y tengo que prepararme para correr y nadar, que no son mis deportes. Pero quiero que un vegano lo haga, si no lo ha hecho ya. Lo que quiero es seguir en esta línea. Viendo la repercusión que ha tenido, pienso que es una ventana fantástica para difundir el veganismo, para hacer que alguna persona revise su disco duro, donde tenemos ideas profundamente arraigadas desde la cuna. He aunado mis dos pasiones: los animales no humanos y el ciclismo.

¿Cuál sería su mensaje final?

Estamos en la era de la información, también soportada por bibliografía, así que invito a todo el mundo a que se informe. Tenemos que romper nuestro estatus mental y abandonar el derrotismo, pues cada persona que cambia es un triunfo, una batalla ganada. El cambio es individual y todos sumamos.

167 mil pedaladas por los sin voz

Por Pedro Jesús López-Toribio

Aproximadamente esas pedaladas fueron las que di durante las 40 horas y media que duró este proyecto en forma de reto deportivo que me planteé a principio de temporada.

Creo que hay mucha gente (quizá más de la que pensamos) que necesita, merece e incluso pide (a veces sin pedir) ayuda para reflexionar y replantearse cosas que jamás se replantearon. Vivimos en un statu quo de explotación, horror y muerte que retroalimentamos con nuestros actos cotidianos, a costa de otros seres sintientes, tan inocentes e indefensos como nuestros perros y gatos, a los que tanto queremos, protegemos y cuidamos. Sin embargo, salir de esa incoherencia no suele ser tarea fácil, dado que tenemos inoculado en nuestro disco duro este modo de vida desde que estamos en la cuna, de generación en generación, tan enraizado, tan arraigado, que nos cuesta (a unos más que a otros) intentar liberarnos de esas cadenas, empujados además a no pensar, a no sentir, a avergonzarnos y señalar con el dedo a quien intenta salir del rebaño, por unas sociedades basadas en el “pobrepensamiento”, enseñados, adoctrinados para creer sin razonar, para dar por buenas cosas que jamás pusimos siquiera en cuarentena antes de dogmatizarlas sin más.

Creo que el mundo está cambiando. No se si es el hecho de que las generaciones jóvenes se van haciendo notar, y que otras que vienen de tiempos más rancios y caducos van quedando atrás progresivamente; un poco de cada, supongo. Mi percepción, al menos, es que cada vez hay más librepensadores que están dispuestos a ser ellos el cambio que desean ver en el mundo, parafraseando una de las célebres citas del gran Mahatma Gandhi, en lugar de seguir esperando que el cambio sea el de al lado. No sé si llegaremos a tiempo de salvar al mundo y, con ello, a sus habitantes no humanos, e incluso a evitar fagocitarnos a nosotros mismos (raciocinio, le llaman) con el halo de destrucción que dejamos allá por donde pasa nuestra especie. Pero al menos tenemos que andar el camino sin ahogarnos en la preocupación de si lo conseguiremos o no.

En este marco, creo que hay mucha gente que está conectando, despertando de este estado de hibernación ética en el que nos hemos dejado sumir. Personas que están empezando a darse cuenta de que se impone una filosofía de vida basada en la justicia, en el respeto a la vida, en la empatía, en la compasión por quien está o puede estar a merced de nuestros actos.

Cada día más y más personas se plantean si es correcto continuar en este estilo de vida basado en el horror y en la muerte de otros. Pienso que ya hay una conciencia bastante generalizada acerca de preocuparse en no utilizar productos testados en animales no humanos, en no financiar con el pago de una entrada a empresas que se lucran haciendo del horror, la tortura y la esclavitud a otros seres en zoos, circos, delfinarios, etc., un negocio basado en un “espectáculo” denigrante, humillante y vergonzoso. Cada vez somos más conscientes de que podemos abrigarnos e ir a la moda sin infligir sufrimiento y muerte a otros. Pero creo que es en la alimentación donde a la gente le cuesta mucho más, porque, como decía antes, es donde más nos han adoctrinado para hacernos creer a pie juntillas que debemos comer productos animales para no enfermar e incluso morir. Productos procedentes de una industria del horror y la muerte inimaginable para nuestros sentidos, que además es la que más vidas se cobra con diferencia, miles de millones a diario. En este sentido, creo que tenemos que ayudar, cada uno en sus circunstancias y en el marco que mejor domine, a desterrar esos mitos infundados.

Y es ahí donde cobra sentido este reto que planeé, para intentar mostrar que, lejos de las falacias repetidas una y mil veces para tratar de convertirlas en verdad, los veganos somos personas saludables, algo que de otro modo imposibilitaría acometer con éxito algo así. Si tan cierto fuera que nos faltan nutrientes, que nos faltan las tan afamadas como manoseadas proteínas, ¿sería posible recorrer más de 800 kilómetros en algo más de 40 horas sin dormir ni descansar?: la respuesta se me antoja bastante obvia. Mi ilusión y el fundamento de todo esto es que quien esté preparado para recoger el mensaje, lo haga y, sobre todo, más pronto que tarde, lo ponga en valor.

Y así, tras más de 13 mil kilómetros de entrenamientos en carretera este año, además de sesiones de gimnasio, mountain bike, natación, carrera a pie, senderismo, rodillo, etc., llegaba el tan ansiado día 10 de agosto, ese momento donde detrás del que se escondían cientos y cientos de horas de trabajo y de sudor ilusionado en ayudar a cambiar las cosas.

Rondándome en mi coche de apoyo, un maravilloso equipo de tres personas: Mari Jose, Elena y Pepe, que no cesaron en todo momento de darme ánimos, bebida, alimento, soporte mecánico cuando aparecieron las averías. Sin ellos no hubiera sido posible.

En una aventura tan larga es probabilísticamente imposible que no aparezcan los problemas, y ya finalizado todo puedo decir que eso hace que sienta aún mayor orgullo al haberlos superado. Al mismo tiempo, es como si fuera una metáfora, como el remar contra la marea con la que los veganos estamos acostumbrados a luchar a menudo.

Empecé muy tenso, con el peso de la responsabilidad de todo ese trabajo que tenía que plasmar en ese día y medio, y sabedor al mismo tiempo de que mucha gente estaba pendiente de mí y había depositado su confianza, su cariño, aliento y apoyo en mi propuesta. Bajaba los descensos tieso como un palo los primeros kilómetros, hasta que, por fin, tras 20 o 30 kilómetros, se impuso que consiguiera ir soltándome poco a poco. Me perdí a mi paso por las calles de Pamplona y acabé dando vueltas en la ciudad para salir en dirección correcta hacia Logroño. Dejar de comerme el tarro tras ese episodio, sabiendo que había gastado energías tontamente haciendo kilómetros extra y sabiendo lo que me quedaba por delante, no fue tarea fácil.

En Logroño me recibieron 39,5ºC de temperatura y una salida de la ciudad que fue mucho más allá de lo surreal: una vía de servicio de la autovía Logroño-Burgos que de asfalto se convirtió en pista de tierra, y de pista de tierra se convirtió en un infierno: zanjas, arena, piedras enormes en cuestas desproporcionadas. La frase “¿que hago yo aquí?” no dejaba de rondarme la cabeza en esos momentos. Seguir adelante por allí fue tirar una moneda al aire, sabiendo que si me caía y me hacía daño todo habría acabado, y que desandar todo eso en esas condiciones buscando otra salida correcta hacia Burgos sería (de nuevo) hacer más kilómetros de los que ya eran de por sí. Por fin, aquel calvario terminó a la salida de unos huertos y enganchamos la carretera otra vez, con viento fuerte de cara y con ligera pendiente ascendente. El temido viento que anunciaban las previsiones no faltó a su cita. Por suerte, me lo tomé con filosofía, confiando en las previsiones que también decían que, conforme se acercara la noche, iría rolando de componente oeste a nordeste, algo que felizmente se cumplió, y así inauguré el sector nocturno con ánimos y mucha entereza física, pensando que el amanecer me esperaba más o menos a la altura de León. No obstante, también me esperaban 10ºC de temperatura que hicieron que el frío se fuera apoderando de mí, ya tras 24 horas de esfuerzo.

Más adelante, tras pasar Astorga, apareció el puerto de El Manzanal, que no creía tan largo como en realidad es. Asfalto irregular y parcheado, de ese que hace que la bici no ruede bien, y viento de cara de nuevo, lo que, siendo un puerto bastante abierto, se hizo notar. Subí el puerto con la chaquetilla puesta, ya que no conseguía entrar en calor, algo que no suele ser nunca buen presagio. Llegar arriba, lejos de ser el fin de un suplicio, se convirtió en el primer directo a la mandíbula que me encontré: el GPS de mi bici dice adiós para no volver, y al empezar el descenso hace lo propio el núcleo de mi rueda trasera. Por suerte, había echado mi otro juego de ruedas de repuesto en el coche y proseguimos, aunque el frío, el cansancio que ya empezaba a decir seriamente aquí estoy yo, los problemas ya para ingerir alimento... todo ello empieza a hacer mella. Al terminar el descenso a nuestra llegada a Ponferrada, paro para intentar comer pero ya solo me entra un poco de pasta con tomate, soja texturizada y especias. Quizá todo lo anterior unido hace que por un momento me pregunte cómo voy a subir Piedrafita. Y por unos instantes me derrumbo y me pongo a llorar. Tras recomponerme y cambiarme la equipación usada por una limpia de repuesto, continúo, pensando en un “kilómetro a kilómetro” al estilo Cholo Simeone, y empiezo Piedrafita, tan largo como El Manzanal (26 kilómetros). Justo en esos momentos, en los que tan jodido iba en general, y en particular por la pérdida de mi GPS, Mari Jose me saca un cartel por la ventanilla del coche que dice “Tu fuerza es mejor que la tecnología”, lo que me emociona muchísimo y al mismo tiempo me espolea.

Piedrafita es un puerto muy extraño porque te hace subir para luego conducirte al fondo de un valle que te obliga otra vez a mirar hacia arriba para ver dónde tienes que acabar por subir. Me puse en modo piloto automático, pensando solo en echar una pedalada detrás de otra, sin desesperarme ni comerme el tarro, pensando que cuando estuviera arriba ya todo lo peor habría acabado. Error garrafal, nada más lejos de la realidad.

Cuando llegamos arriba, el Camino de Santiago en dirección hacia Triacastela te hace ir bordeando una especie de circo que te obliga a ir subiendo otros tres puertos cortos alrededor del mismo. Era la seña de identidad de que acababa de entrar en Galicia. Tras salir de allí me encontré con lo inimaginable: una sucesión de innumerables cotas de 2-3 kilómetros cada una, bastante duras la mayoría. “A ciegas”, ya sin mi GPS, no podía saber lo que me esperaba por delante, y la primera docena de subidas las hice maldiciendo y jurando en arameo, pensando cuándo acabaría semejante tortura, mientras la noche me caía encima de nuevo, algo que pensé que no ocurriría cuando al amanecer de ese día le quité las luces a la bici. Me tuve que ver colocándoselas de nuevo cuando cayó la noche.

Aparece mi buen amigo Carlos entre Triacastela y Sarria, nos damos un abrazo enorme. Verle fue algo increíble y sin duda me infundió unos ánimos que no puedo describir con palabras.

Desde Ponferrada no había vuelto a comer porque solo pensar en ello me daban ganas de vomitar, e incluso ya no tenía ganas de beber, y tan solo pegué algún trago de los míticos cafés-bomba de Pepe, que me daban algo de chispilla.

A partir de ese momento decidí liberarme de toda esa negatividad, fruto del cansancio que a esas alturas ya me devoraba, y fue así como conseguí entrar en un estado zen donde me convertí en una especie de autómata con dos bielas por piernas. La oscuridad me rodeó, el coche de apoyo me pasaba en las bajadas y se iba a esperarme arriba en las subidas, y allí me quedaba yo solo, con la única visión del circulo de luz de la linterna de mi bici y la silueta del horizonte que se dibujaba en las nuevas montañas que una y otra vez aparecían delante, ayudada esa visión por mi amiga la luna. Hubo un momento en que cerré por espacio de cinco segundos los ojos en una de las subidas, y fue una sensación muy desagradable, así que me esforcé en no volver a hacerlo.

Allí solo, en la oscuridad, en medio de esos bosques gallegos, me ponía a divagar, a veces cantaba, a veces hablaba en voz alta, en un estado de semi-delirio pero con la convicción inquebrantable de que lo iba a hacer, de que iba a llegar, sabiendo que ni el peor de mis momentos era comparable a ninguno del que tienen que sufrir los seres por los que estaba luchando en este reto. Parecía que los kilómetros no pasaban pero ya todo daba igual: lo iba a conseguir. Pensaba todo el tiempo en los sin voz, y también en la gente que me estaba esperando en Obradoiro, y en todos los amigos que tanto cariño y apoyo me han dado en las redes sociales. Imposible fallar, literalmente. Llegar o morir.

Y al fin llegamos a Santiago. Tras alguna vuelta que otra sin aclararnos muy bien de por dónde paraba la Plaza del Obradoiro, al fin la encontramos. Mi equipo mete el coche en un parking y, mientras se van hacia la plaza, me siento en un banco y miro al cielo besando el anillo de mi madre. “Lo he hecho, mamá, lo he conseguido”. La estrella que estaba mirando centellea y pienso que me has guiñado un ojo. Siempre me cuidas, mamá.

No podía llorar. Tantas veces he recreado este momento en los entrenamientos y lloraba solo de imaginarlo, y cuando llegó el momento, agotado por el cansancio y el sueño, no me salían las lágrimas. Tan solo afloraron un poco cuando en una casi solitaria Plaza del Obradoiro, la docena de corazones que estoicamente habían estado allí aguantando el frío que a la 1:30 de la madrugada ya hacía allí, se pusieron a aplaudirme y vitorearme.

Y así acaba esta historia. Yo no soy un personaje público, ni un deportista famoso, y por tanto se que esto no alcanza a tener la repercusión que tienen las últimas declaraciones de Belén Esteban o el último amorío de cualquier otra celebrity. Pero me gustaría que a quien alcance esta historia, por favor piense que ese trozo de carne en su plato, ese queso, ese vaso de leche, esos huevos, tienen detrás una historia de horror insufrible de alguien que sintió, que amó, que querría haber podido luchar por su vida como nosotros lucharíamos si alguien nos fuera a quitar la nuestra, pero en cambio vivió horrorizado su corta existencia y murió de la misma forma.

Basta ya, por favor, basta ya. No necesitamos que un corazón muera para que el nuestro siga latiendo.

Go vegan.

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