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Salvado antes de nacer

Iñaki Ochoa de Olza

Se llama Ang Nuru, y es uno de los sherpas más inteligentes y despiertos que conozco, lo cual es mucho decir en una raza que ha hecho de la supervivencia, el trabajo duro y el comercio todo un arte. Cuando uno nace a 4.000 metros de altura las posibilidades de vivir una vida segura y confortable se reducen de manera drástica. Muchos niños morirán en los primeros años de vida y quienes cumplan los 10 años serán sin duda fuertes y sanos. Ang Nuru nació en Pangboche, a los pies del Everest, donde la vida está marcada por la siembra y recolección anuales de la patata, y también por el cuidado y pastoreo de los Yaks. Del mismo modo, el paso de caminantes que practican el trekking, y el de quienes se dirigen a escalar en la zona hace que muchos de los hombres y mujeres del pueblo dispongan de ingresos extras trabajando para los extranjeros, a quienes ellos llaman con cierto desdén mikaru (ojos blancos). El hermano de Ang Nuru, se llama Ang Tsering y escaló tres veces el Everest mientras él era casi un niño. En su cabeza se instaló firmemente la idea de que él también subiría allí arriba, porque veía que Tsering manejaba dinero. Nuru, mientras, se acercaba al Campo Base como porteador o conductor de yaks y a intimar con el líder de la expedición, asegurándose un trabajo no muy lejano. Cuando tenía 14 años declaraba 18, por si colaba y era contratado como porteador de altura. A escondidas se probaba la ropa y el material de montaña de su hermano mayor, y soñaba con los días en los que él también escalaría hasta las cumbres más altas.

Ang Nuru no tiene padre, murió poco después de su nacimiento. Había sido un gran sherpa, alguien que ayudó a muchos mikaru a subir hasta el campo base o más arriba, pero se puso enfermo y se fue rápidamente. La madre de Nuru se quedó con todo el trabajo, una costumbre. Nuru siempre lleva en su bolsillo una foto vieja y raída de su progenitor. Parecen fotocopias. Aquel día él entró a las tiendas de campaña del base risueño, como de costumbre, dispuesto a hacer amigos. Pero aquel extranjero a quién no conocía se le quedó mirando pasmado, y cuando recuperó el habla, le dijo: - Yo te salvé la vida antes de que nacieras. ¿A que tu padre se llamaba Pemba?

La boca de Ang Nuru se abrió, y la sorpresa se dibujó en su rostro. Y el extranjero pasó a explicar como su madre, embarazada del propio Ang Nuru, sufrió una terrible caída estando ya muy adelantada la gestación. Eran otros tiempos, y el extranjero, que estaba de trekking, se encontró por casualidad con el accidente. El médico más cercano estaba a un largo día de marcha. El extraño agarró a la madre de Nuru, malherida, y la cargó a hombros hasta que pudo encontrar ayuda y el transporte ya fue más rápido y fluido. Estuvo muy cerca de morir, pero al final ambas vidas se salvaron. A día de hoy, Nuru cuenta con un par de ascensos al Everest y todavía sonríe a todas horas. A menudo nos vemos y hablamos de los amigos y recordamos a veces a aquel extraño, que se cruzó en su vida y respondió a preguntas que ni siquiera el propio Nuru se hacía.

 

Columna publicada en el número 7 de Campobase (Septiembre 2004).

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