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La pastilla, camarada

Iñaki Ochoa de Olza

Si yo fuera ruso y viviera en Rusia, lo primero que se me ocurriría es hacerme alpinista. Lo digo porque parece algo imposible de concebir el nacer en aquél país y practicar un alpinismo normal o aburrido, incluso en el caso de que te apetezca que sea así. No, no, nada de eso. Lo que hay que hacer si uno es ruso es subirse al sitio más difícil por el lado más difícil, y sobre todo conseguir que el asunto resulte épico, que se ronde la tragedia y, si acaso se sobrevive, entonces que sea al menos teniendo cuatro o cinco dedos negros, habiendo perdido 15 kilos y con un par de trombos en las piernas. La última de la lista da pánico sólo al oírla, la directa a la cara oeste del K2, en 70 días de campo base y con docena y media de escaladores asediando la pared continuamente, sin mirar al clima. Si nieva, pues que se joda el sargento. Haciendo memoria es fácil apreciar desde el sillón que los (ex)soviéticos lo han escalado todo, desde aquella primera al pilar suroeste del Everest, en 1.982; la travesía del Kanchenjunga, la oeste y también la norte del Dhaulagiri, la sur del Lhotse, la oeste del Makalu, la primera al Lhotse medio, la directa de la norte del Everest, la norte del Jannu, la sur del Broad Peak, la noreste directa del Manaslu, la cresta noroeste del Annapurna y la norte del Cho Oyu... Todas ellas, ¡vias sin repetir! Es fácil criticar el estilo pesado y el uso casi sistemático de (algo) de oxígeno, que ellos mismos portean, pero, se pongan como se pongan algunos de los puristas occidentales, los datos no dejan lugar a dudas; son sin duda los más grandes. Entre ellos encontramos al discreto doctor Evgeny Vinogradsky (6 veces el Everest), un tipo que ya subió a los cuatro Kanchenjungas en 1.989, y que desde entonces ha participado en la mayoría de los ascensos antes descritos, convirtiéndose con su escalada de la oeste del K2, a sus 56 años, en la primera persona que ha abierto nuevas rutas en cuatro de los cinco ochomiles grandes. En el K2 se han sobrado. Algunos de los once que han hecho cumbre han pasado más de 30 noches a 7.000 metros y tres de ellos, Gennady Krievski, Alexei Bolotov y Nikolai Totmjanin han dormido (¿) 10 veces por encima de los 8.000 metros, en el transcurso de 15 días, en sus dos intentos. Han sobrevivido a tres noches a 8.400 metros, escalando dificultades muy serias hasta la propia cumbre. Algunos escaladores y observadores occidentales se han apresurado a criticarles, y a poner en duda los medios que usan, insinuando incluso que quizás ellos dispongan de alguna pastilla que los demás desconozcamos... Prefieren imaginarse a Nikolai diciéndole a Alexei, “tómate la pastillita, tovarich, a ver si te va a dar un chungo...”, porque siempre es más fácil creer en esotéricos secretos ocultos que reconocer que en occidente se ha perdido buena parte de la imaginación, que es el motor de la aventura y que ellos aún conservan. Yo sé que no es así. Les conozco, y sé que lo que mueve sus pasos es un deseo firme y puro, de ese que quema por dentro. También sé que, de vuelta al hogar, les esperan condiciones de vida mucho más duras que las nuestras y un futuro cuando menos incierto, que hace que sea más fácil centrarse en la escalada presente, y que otorga a la gloria conseguida cualidades catárticas y magia a raudales. Así que abran bien los ojos cuando los rusos salgan de casa de nuevo.

Columna publicada en el número 44 de Campobase (Octubre 2007).

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