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Mis plegarias

Iñaki Ochoa de Olza

Tirando de hemeroteca, encuentro una frase que escribí hace ya algún tiempo yo solito, supongo que tenía el día revoltoso; “Sólo espero que los tripudos burócratas que rigen los designios del deporte mundial mantengan sus afiladas garras lejos de nuestra actividad”. Inevitablemente, mis vanos deseos parecen estar destinados al cubo de la basura, lugar donde por otra parte no se está tan mal, depende de lo que caiga en él después. Resulta que un organismo llamado AMA (Agencia Mundial Antidopaje) ha decidido incluir el oxígeno embotellado en la lista de productos prohibidos. A eso le llamo yo no ya sacar los pies del tiesto, sino directamente cagar fuera del mismo, eso sí, con estilo olímpico; más alto, más fuerte y más lejos que nadie. Mira tú que es grande el tiesto y resulta fácil apuntar. Pues nada, todo fuera. La AMA no tiene nada que decir sobre el oxígeno en botellas o como sea, porque el alpinismo es una actividad física pero no un deporte como tal, y si se practica bien carece de reglas escritas, de competiciones oficiales, de jueces, medallas y ceremonias con himnos, banderas y señoritas en traje regional. Además es habitualmente practicado por gentes, como un servidor, que creen fervientemente en... nada que no sea la libertad individual, con mayúsculas. Si alguien quiere subir al Everest o a donde sea con botellas y escafandra de astronauta, déjenle en paz. De sobra sabemos que hay quién utilizaría helio y se inyectaría lejía en vena si ello le garantizase la cima, la fama tipo “isla de los famosos” y algo de pasta. Estarán ustedes de acuerdo conmigo, por una vez, en que la esencia de la escalada en altitudes extremas es la hipoxia, la escasez de oxígeno sin matices que te destruye físicamente en unas pocas horas, y cuya consecuencia directa más radical es que el himalayismo es la actividad más peligrosa con diferencia de todas las que se practican en montaña. Quien se acerca al Himalaya o Karakorum con humildad, respeto y verdadero amor por las montañas jamás se enchufaría a la botella, porque lo que esa persona quiere descubrir es si sus pulmones y piernas valen esos 8.000 metros. Si uno se conecta, la incertidumbre y la aventura son aniquiladas al unísono, y la montaña escalada se convierte inmediatamente en otra, miles de metros más baja, amable, caliente y segura mientras la tecnología no falle o escasee. Mis plegarias no fueron escuchadas entonces, pero las repetiré. Señores de la AMA, dejen en paz el alpinismo, permitan que si alguien quiere subir al Everest chupando más oxígeno que Jacques Cousteau lo haga. Una ascensión con oxígeno artificial puede ser importante personalmente, pero no vale un pimiento si hablamos de alpinismo. Y lo sabemos todos, incluidos ustedes. Si necesitan investigar el dopaje, podrían entonces ocuparse de esos deportes, hay muchos, donde el organismo sancionador es el mismo que obtiene pingües beneficios de la propia actividad. ¿Les doy una pista? Donde más dopaje hay es donde se mueve más dinero. Así que, hala, a ver por qué ciertos futbolistas poseen cuádriceps de 70 centímetros de circunferencia comiendo sólo alubias, se recuperan de un esguince en una semanita, y a ver qué café se han tomado antes de la final, que esos ojillos enrojecidos y ese temblor de patas me resultan sospechosos. Aunque ya se sabe, “gol en el campo, paz en la tierra.”

Columna publicada en el número 42 de Campobase (Agosto 2007).

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