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Apaga eso

Cristóbal D. Peñate

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Aunque en principio pudiera parecerlo, no hay tantas diferencias entre el pistolero que dispara a la nuca y el incendiario que tira un fósforo encendido al pasto seco del verano. No hay tantas divergencias entre el iluminado que lanza una bomba a la multitud y el descerebrado que incendia el pinar de Tamadaba. Los dos son terroristas porque su objetivo es causar terror indiscriminado.

Los dos son unos desalmados que tratan de hacer daño, el mayor daño posible con el arma más minúscula del mundo. A ambos les importa un bledo las consecuencias por muy letales que puedan ser. Tiran la piedra y esconden la mano. Encienden la mecha y huyen corriendo cobardemente. El daño ya está hecho.

La isla sufrió la semana pasada un nuevo y grave incendio por culpa de un humano que paradójicamente es inhumano. Los investigadores han descartado que el origen del fuego fuera por causa natural ni sobrenatural. Todos coinciden en que fue responsabilidad humana. De la mano del hombre. O de la mujer.

Justo diez años después de que un vigilante forestal despechado prendiera fuego en Pajonales, lo que se convirtió en el incendio más importante hasta el momento en Gran Canaria, la desgracia y la devastación han vuelto a la isla. El pirómano prendió fuego al monte para reivindicar que se le contratara por más tiempo. Se unieron así dos lacras de nuestro tiempo: los incendios forestales y el desempleo.

El troglodita que incendia el pinar seguramente no es consciente del daño que puede hacer, no solo material y ecológico, que lo es y mucho, sino también a los seres humanos. En un incendio forestal no solo mueren árboles y animales, también lo hacen personas, como en este caso la sueca afincada en Los Llanos de María López, que falleció calcinada por no querer dejar solos a sus animales, a los que cuidaba con esmero.

El pirómano pirado que prendió la mecha de este reciente incendio, afortunadamente ya sofocado, es un auténtico criminal, un terrorista que no solo ha matado la flora y la fauna de más de 2.000 hectáreas de la isla, sino que también ha asesinado, directa o indirectamente, a una mujer apacible, una sexagenaria que nunca hizo daño a nadie y que se desvivía por sus animales.

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