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Conchabeo festivo-primaveral

Raúl García Brink / Raúl García Brink

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Sin embargo, en ciertos casos se da la paradoja de que no todas las celebraciones son para todo el mundo. A veces no le queda a uno más remedio que reflexionar sobre la conveniencia o no de asistir a ciertos eventos festivos, especialmente cuando se es un cargo público. En primer lugar, por razones estéticas o, si me lo permiten, porque no solamente se debe ser honrado, sino que también hay que parecerlo. Y, por otro lado, porque no se puede defender la independencia de las instituciones públicas de boquilla, mientras se muestra uno sin vergüenza ni escrúpulos morales en saraos organizados por empresarios.

No quisiera que se me interpretara mal: siempre he defendido la libertad como un derecho fundamental del individuo, pero también entiendo que la propia responsabilidad moral del que ocupa un cargo público debe ser el instrumento idóneo para ejercer un cierto autocontrol sobre aquellas actividades que tienen una repercusión pública. Sí. Estoy profundamente convencido de que la ciudadanía debe exigir y reivindicar un comportamiento que no nos conduzca a pensar que existen oscuras conexiones entre los intereses públicos que compartimos todos los ciudadanos, y los intereses particulares de algunos empresarios.

Por eso mismo me quedé sorprendido por enésima vez de que el pasado fin de semana volvieran a aparecer en los medios de comunicación líderes políticos que ostentan cargos públicos de relevancia en la fiesta privada de un empresario. Quiero suponer que a fuerza de comprobar la reiteración de estas conductas, la ciudadanía considerará que deben ser moralmente aceptables, pues llama la atención la escasa o nula indignación que producen. Y, claro, después algunos se extrañan del grado de confianza que tiene lugar en las conversaciones grabadas hace no mucho entre un empresario y uno consejero del anterior ­y actual- gobierno regional. A mí no me sorprende para nada y no tengo ningún reparo en afirmar que la imagen de conchabeo y superposición entre los intereses públicos y los privados me resulta moralmente repugnante.

Imagínense ustedes el escándalo que se montaría si ZP o Rajoy fueran sorprendidos por la prensa en jolgorios privados organizados por algún miembro de la cúpula empresarial. O recuerden la que se lió cuando el presidente Aznar decidió veranear en Oropesa aprovechando la invitación de un empresario.

La moraleja no deja lugar a dudas: en ocasiones la ética y la estética son una y la misma cosa. Sin embargo, en Canarias se solapan descaradamente el ámbito de lo público con intereses estrictamente privados. Lo que en otros lugares sería motivo para pedir la dimisión de un cargo público, aquí se consagra como una conducta bastante habitual producto de una tradición política opaca y muy poco democrática. Si no fuese así, supongo que ya se cuidarían de caer en la ingenuidad de dejarse fotografiar en plena celebración privada.

Tiene guasa la cosa, estimados lectores. Dicen que la primavera, la sangre altera. Así que por mí que cada uno se altere de la manera festiva que considere más oportuna. Ahora bien, tanto desde el punto de vista moral como estético hay formas y maneras que son inaceptables, pues dan lugar a la fundada sospecha de que al final el cotarro lo manejan entre cuatro o cinco.

Vamos, que esos ecos de sociedad no son más que un simple conchabeo primaveral.

Raúl García Brink

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