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Cuchipandas en el Estado Vaticano

Eduardo Serradilla

Las Palmas de Gran Canaria —

Entre el ardor guerrero de la final de las finales futboleras, ya saben, aquélla que estaba destinada a cambiar el destino de nuestro país como nación europea y mundial, y el empacho –más bien, atragantamiento- de las últimas elecciones europeas, con su dosis de fariseísmo y conjuración demoniaca incluida, hubo la pasada semana una noticia que pasó bien desapercibida.

La noticia en cuestión nos llegó desde el estado vaticano, ese minúsculo, pero todopoderoso estado dentro de un estado, guardián y garante de una fe que no pasa por sus mejores momentos. Allí, y justo el día en el que se elevaba a los altares a dos pontífices romanos, unidos por el momento, pero diametralmente opuestos en su manera de actuar y comportarse, un selecto grupo de 150 invitados disfrutaba de un exclusivo y regio buffet, valorado en la nada desdeñable cantidad de 15.000€.

Antes de que me tachen de demagogo, diré que no me parece mal que dos empresas privadas se gasten sus dineros en organizar lo que les venga en gana. Es su dinero y pueden hacer con él lo que deseen. Otra cosa bien distinta es organizar dicho buffet en una dependencia vaticana –en la azotea de dicho edificio- justo el día en el que se celebra la beatificación de dos pontífices y en un momento en el que el actual pontífice está empeñado en apartar a la iglesia de la pompa, el boato y los dineros, elementos ajenos al mensaje del evangelio.

Se me antoja que hay momentos, lugares y excusas mucho mejores para organizar una cuchipanda de estas características. No cuando Roma estaba llena de peregrinos, muchos de los cuales habían tenido que dormir al raso por falta de espacio, o por falta de medios económicos para costearse una cama donde dormir.

No obstante, el buffet en cuestión, plagado de personas VIP, amigos de altos cargos y algún que otro mandamás vaticano me viene a confirmar que la época de zozobra económica es el escenario ideal para que, quienes tienen, muestren sus dineros sin ningún pudor. Piensen, si no, cómo proliferan los coches de gama alta, aquellos que pasan de los 300.000€ y cuya producción no sobrepasa las 500 unidades, en momentos como éstos. Además, ¿de qué sirve mostrar un coche como ése, si parece que todo el mundo tiene uno similar?

Es lo mismo que el buffet del Vaticano, o esas bodas, bautizos, comuniones e inauguraciones que salen en las revistas de papel couche. Son eventos donde lo primero que se vende es el poderío económico de quien está detrás y no la calidad de las viandas, el enlace de una pareja o el corte simbólico de una cinta.

Se trata de poner sobre la mesa la realidad de nuestra sociedad, aquella que dice que el 1% de la población tiene el 95% de los recursos y que sólo ellos son los destinatarios de... de lo que quieran, porque tienen el dinero para poder comprarlo, prostituirlo, corromperlo o destruirlo.

Ésa es la realidad del mundo en el que vivimos, cada día más desigual, insolidario, partidista y en manos de una panda de botarates sin mayores credenciales que el dinero que poseen.

Por lo menos a los organizadores del millonario buffet no se les pasó por la cabeza invitar a ningún pobre, a imagen y semejanza del aquel gloriosos programa del régimen titulado “ponga a un pobre en su mesa”, queriendo buscar su redención ante el derroche que estaban protagonizando.

Ése es el mundo en el que vivimos y quien no lo quiera ver, peor para él, porque ni un millón de finales, ni un millón de mundiales futboleros lo podrá cambiar, sino, más bien, todo lo contrario.

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