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Cum victoribus nihil impeditum

Israel Campos

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Con lo vivido en esta última semana, ha venido a mi cabeza esa sentencia tantas veces repetida: “en la Guerra, la primera víctima es la verdad”. Sobre la autoría de esta frase ha existido una amplia controversia, porque si bien tomó protagonismo a partir del siglo XX, cuando el senador estadounidense Hiram W. Johnson la pronunció públicamente en 1918, hoy en día se acepta que originalmente fue acuñada por el autor teatral griego Esquilo; si bien no se ha podido identificar en cuál de sus tragedias pudo aparecer escrita. Si aceptamos esta versión, entenderemos que el interés por manejar el discurso oficial de los acontecimientos ya fue una preocupación considerable hace más de 2500 años. Y si alguna cosa caracterizó también a la civilización griega antigua fue que entablaron numerosas guerras, tanto contra enemigos exteriores (las llamadas Guerras Médicas contra el imperio persa) como internos (el conflicto civil conocido como Guerras del Peloponeso).

Al primer minuto (e incluso antes de que llegara a confirmarse el suceso, según algunos medios) de producirse el brutal ataque a la región norteña siria de Idlib, ya se estaban produciendo los cruces de acusaciones con respecto a la responsabilidad del uso de armas químicas en ese bombardeo. Parecía como si hubiera pasado a un segundo plano el número de víctimas o el conflicto más amplio en el que se encuentra sumida Siria desde hace más de cinco años. El empleo de armas químicas en el ataque y si estas habían sido empleadas por el ejército de Basser Al-Assad se convertía en el principal titular, pero también de forma inmediata este asunto volvía a plantearse en las coordenadas internacionales que han condicionado cualquier posibilidad de acuerdo o finalización del enfrentamiento. Estados Unidos con su nuevo presidente Trump al frente encontraba su argumento para poder reafirmar públicamente su postura respecto a una intervención o no en Siria. Rusia utilizaba sus resortes internacionales para frenar cualquier tipo de reacción seria de los organismos internacionales. La verdad, la de las víctimas que han sufrido el ataque quedaba diluida en medio de la red de intereses que mantienen vivo el incendio de la guerra en Siria, donde ningún bando es plenamente inocente.

No deja de ser curioso comprobar que la vuelta a la actualidad mediática de la cuestión de las armas químicas se esté produciendo en el territorio que históricamente las vio nacer. Según nos cuentan los historiadores y recientemente lo ha confirmado la arqueología, en el año 250 d.C., en la ciudad fronteriza siria de Dura-Europos, los ejércitos romanos y persas peleaban por el control del río Éufrates. Allí sabemos que, en las labores de asedio por parte de los persas, se excavaron túneles con la finalidad de poder sortear los muros de la ciudad. Cuando los legionarios romanos los descubrieron, trataron de repeler el ataque por medio de una incursión, y lo que se encontraron fue una mezcla de cristales de azufre y betún que quemados en el túnel produjo la asfixia de 19 soldados cuyos cuerpos fueron encontrados enterrados muchos siglos más tarde. Si bien este aspecto no deja de ser una anécdota histórica, es aún más llamativa la escenificación que se ha orquestado en la comunidad internacional en torno a este episodio. Primero, porque no es nuevo, ya en 2013 hubo otro ataque empleando gas sarín en Guta, suburbio de Damasco y en el que murieron más de 1400 personas. También la autoría de dicho ataque quedó cuestionada y tampoco se hizo nada concreto para frenar el conflicto. En un libro sobre estrategias militares que el abogado romano Polieno escribió en el siglo II d.C. para ayudar a los emperadores a vencer a los persas, encontramos una descripción muy acertada de lo que ha pasado esta semana y que, aunque Polieno la pone en boca del general espartano Agesilao, bien podría estar en boca del presidente sirio: “¿Por qué os alborotáis? La mitad de vosotros, en efecto, participáis en la traición de los que me han permitido ocupar la ciudad”.

Después de más de cinco años de guerra, el final de este conflicto no parece verse por ningún lado. Si el verano pasado, la urgencia real y mediática estaba centrada en el sitio de Alepo, ahora la ponemos en la región de Idlib y en breves días pasará a otro lugar del país. El drama de los sirios víctimas de los ataques por tantos frentes parece que no quedará resuelto hasta que uno de los bandos se imponga sobre los otros. Julio César lo describía en su Comentario a la Guerra de las Galias (28): “para los vencedores, todo es llano” (cum victoribus nihil impeditum). Pero no podemos ignorar cómo terminaba esa frase en la que César describía la aniquilación de la tribu gala de los nervios: “para los vencidos, nada es seguro”

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