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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
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Escandalazo 'sotto voce' (Otro más)

Ana Mendoza

Increíble pero exacto.- Aeropuerto “Reina Sofía”, Tenerife Sur: Una terminal de pasajeros construida hace 40 años, muy deteriorada por desidia en la conservación y mantenimiento, que se queda insuficiente para atender digna y correctamente la masiva afluencia de clientes, maltratados por falta de espacio en la puerta de entrada y salida de un destino turístico que abandera la excelencia como reclamo para visitantes.

Como consecuencia del problema creado, se procedió a construir una nueva terminal, anexa a la antigua, en un nuevo edificio de 21.000 metros cuadrados, con diseño moderno de arquitectura vanguardista, que fue oficialmente inaugurada a bombo y platillo, con asistencia de las autoridades más reseñables del momento: enero de 2008.

En contra de toda lógica y por insondables motivos que atentan contra el uso de razón, tras la vistosa ceremonia inaugural, en lugar de ponerla en marcha para solucionar el angustioso problema de saturación en la terminal (T-1), se le echó el cierre y se bloqueó el acceso.

Pudo ser una medida eventual como para solucionar algún detalle de última hora que hubiese quedado pendiente por las prisas. Pero han pasado diez años para la preciosa y carísima instalación, sin estrenar, que sigue clausurada a cal y canto.

Para colmo de despropósitos, ante la ya insostenible situación operativa de la saturada y desvencijada antigua terminal, surgen voces oficiales de instituciones públicas, de organizaciones empresariales, asociaciones de constructores, hoteleros, alcaldes de los municipios sureños, incluso del propio Cabildo Insular (moción aprobada en el pleno celebrado el 24/02/2017), para exigir la urgente construcción de una nueva terminal que solucione el grave problema creado por la insuficiente capacidad de la instalación vieja. Nadie parece estar enterado de que ya existe una terminal nueva, construida hace 10 años, precintada y que sigue sin estrenar.

En esta asociación, y con una perseverancia más que notable, desde hace más de cinco años se ha venido informando periódicamente y denunciando tan inexplicable anomalía, con el frustrante resultado de que nadie atendía la prédica en el desierto, cual avestruces que no escuchan cuando meten la cabeza en el agujero.

La pasividad institucional generalizada, la ignorancia hacia nuestra participación ciudadana y la contaminación inoculada a una opinión pública indefensa ante su derecho a la veracidad, nos han decidido a buscar medios y apoyos más eficaces para divulgar una realidad a fin de encontrar explicación si la hubiese; averiguar quién o quiénes son los presuntos culpables de tamaño disparate y, por supuesto, pedir responsabilidades sobre una operación que rebasó, hace 10 años, los 30 millones de euros –dinero público– por una obra que se mantiene inexplicada e inexplicablemente intacta y escondida durante tanto tiempo.

La redes sociales, el apoyo puntual de una figura política, la difusión en radio y TV, y la publicación en medios –como el aquí presente– que no tienen compromisos que limiten su libertad de información, nos han servido como revulsivo para llegar al público en general, y a los directamente implicados en particular.

El trabajo de campo de varios meses ha permitido ofrecer en las redes el reportaje gráfico, con fotos testimoniales del interior de la construcción fantasma, y el video de hemeroteca con la filmación –2008– de la triunfalista ceremonia de inauguración por el pletórico delegado del Gobierno en aquel entonces.

Es un buen arranque con la vista puesta en la búsqueda de la posible solución a un problema. En estos primeros pasos, en los que han tenido que dar la cara algunas cabezas visibles, es sintomático y decepcionante el desconocimiento de la existencia de la T-2 y la dialéctica evasiva para intentar eludir responsabilidades, tirar balones fuera y sacudirse las pulgas lo más lejos posible: “Es culpa de AENA…”, como si AENA no estuviera supeditada al Cabildo como entidad y, por ende, al servicio del pueblo canario, ante la pasividad y consentimiento de las autoridades competentes.

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