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Espertáculo

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Espertáculo es una mezcla entre esperpento y espectáculo, dos palabras que están muy de moda en la actualidad. ¿O es que no se han percatado de que nuestra sociedad está inmersa en un espectáculo esperpéntico? También podría decir que estamos sufriendo los efectos de un mal sainete, el cual está dejando pequeñas a las pesadillas de Freddy Krueger, aunque prefiero decantarme por lo primero.

No sé lo que pensarán ustedes, incluyendo los acérrimos defensores de la panda de zulús de carnaval que nos han tocado sufrir ?me refiero a los políticos- pero uno ya no sabe dónde descansar la vista, ni el oído. Ya, ni siquiera, los equipos galácticos son capaces de derrotar a las tropas rebeldes, en la villa de Madrid. ¡A dónde iremos a parar! Lógico, si alguien pone en solfa a la reencarnación de Isabel la católica -salvadora de los valores propios de la capital del reino- qué no harán los plebeyos, a poco que se les deje.

Luego están los problemas con la cigüeñal del partido conservador, neocon, o “hasta el infinito de la economía de mercado, caiga quien caiga, y más allá”. Sus dirigentes, de mayor o menor pelo, se entretienen librando contiendas “a pecho descubierto y navaja toledana”. Más digno serían los duelos de antaño, con padrinos y toda la pesca, pero con la crisis el horno no está para muchos bollos.

Ah, la crisis, tabla de salvación para quienes han visto abierta la puerta de la esclavitud moderna, los abusos y la explotación de quienes no tienen mejor horizonte que soportar cualquier abuso. Además, la crisis es ideal para que el status quo, dañado por las revoltosas ideas liberales, recupere algo de su esplendor, tan del gusto de quienes no pierden ni cuando se equivocan.

Todo vale y todo llega y siempre ganamos los mismos, era el emblema familiar de muchos de los que ahora aparecen con el calzón bajado y enseñando sus vergüenzas. Los mismos que pensaban que nadie podía cambiar, en su perfecto mundo de rizópodos, de rocamboles, de Mussolinis de carnaval. Eran tiempos de ladrillos, de regalos, de agasajos y prebendas, todo en pos de una especulación demente y sin sentido. Ahora aquellos regalos, aquellas prebendas, aquellos modos de actuar salen a la luz, día sí y día también y con ellos, toda la podredumbre que los envolvía.

Lo mejor es escuchar sus huecas palabras. Son mentiras impregnadas de un cinismo que haría sonrojar al mismísimo Maquiavelo. Sus “huídas hacia delante” como las ratas que abandonan un barco está arrastrando la misma credibilidad del sistema democrático en el que vivimos.

No obstante, cuanto peor están las cosas, mayores son las ocurrencias que salpican a la actualidad ?como aquella que considera que este periódico NO es un medio de comunicación-. Yo me pregunto, después de la tan cacareada expedición a Islandia, ¿Por qué no se les ocurrió llevar a Georgie Dann, cantando La barbacoa?

Yo hubiera llevado a la banda de Agaete ?y poco importa que al redactor, dueño y articulista de El Día se lo lleven “los demonios”, me da igual-, pero como lo que mola es contratar personal y/o profesionales de la Península y del mundo mundial, pues nada, nos quedamos con el inimitable Georgie Dann.

Doctores tiene la iglesia, e ignorantes que no conocen la forma de ser de las sociedades nórdicas tienen las ocurrencias que tienen ?y sé de lo que hablo, créanme-. Lo de perturbar el silencio de una ciudad como Reikiavik, capital de la República de Islandia, me parece, además de una cutrada, algo propio de mamarrachos, coloquintos y lechuguinos. Puede que para los españoles el silencio y el respeto hacia los demás no sean monedas de uso cotidiano, pero para las personas que viven en estas latitudes son muy, muy importantes y alborotar con un tambor, en medio de la calle, no se me antoja como el mejor reclamo publicitario. Si se trata de causar un impacto mediático, mejor que se replanteen su estrategia, y dejen el tambor a un lado.

No obstante, ¿quién soy yo, escribidor de un medio inexistente, incapaz de ver las virtudes de quienes parece que solamente se preocupan de su futuro y olvidan el día a día del resto de los ciudadanos? A fin de cuentas, para qué gastarse el dinero público en educación, en sanidad o en asuntos sociales, habiendo tantas banderas que hondear, tantos chalet que construir o tantas obras faraónicas que inaugurar, a la sombra de los molinos cervantinos, trasmutados en generadores de energía.

¿Quién quiere los espejos del callejón del gato, teniendo a los cargos electos que pululan por nuestra sociedad? Para bien o para mal, dichos cargos políticos son un fiel reflejo de una parte de la sociedad que los ha escogido, queriendo perpetuar una sociedad que hace mucho debió de sucumbir. Luego será el momento de devolver los favores prestados y trabajar para que nada cambie o no más de lo necesario y aceptable.

Y si alguien no está conforme, que se calle o se mande mudar. Así se escribe la historia y así se empeñan en contarla, día tras día. ¿Qué nos queda asediados como estamos de parásitos, de payasos, de tramposos, de archipámpanos, de cantamañanas?? Pues poca cosa, aparte de armarnos de valor y luchar porque las cosas cambien, de alguna u otra forma.

Queda la opción de sentarnos a ver el espertáculo, opción que puede llegar a ser dañina para la salud mental y terminar por convertirnos en unos coloquíntidos, beduinos interplanetarios y mamelucos de agua dulce.

Como verán, son razones más que de sobra para barajar otras posibilidades y no acabar negando lo evidente y transformándose en seres que NUNCA DEBIERON SER, NI EXISTIR.

Por cierto, los insultos no son míos. Una vez más he contado con la ayuda del inestimable Capitán Haddock.

Eduardo Serradilla Sanchis

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