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Estulticia proyectada

José Manuel Sanabria

Las Palmas de Gran Canaria —

El recientemente galardonado con el Premio Princesa de Asturias de Comunicación, el filósofo Emilio Lledó, manifestó en su comparecencia ante la prensa después de enterarse de su reconocimiento que “lo más grave en este mundo es un indecente con poder y los indecentes que deciden; y hoy tenemos indecentes en el poder y, también, indecentes que deciden nuestras vidas”. A esa brillante afirmación habría que sumar que empeora la situación, si ello fuera posible, el indecente con poder que pretende, bajo el manto de su mediocridad, vestir sus indecencias con el ropaje que le ofrece la demagogia de saldo o el discurso moralista prefabricado y así justificar sus tropelías.

La desconsideración por parte de la “clase” política, de la inteligencia de la ciudadanía no es sino un acto más de la necedad que puebla los acomodados despachos de nuestras más lustrosas instituciones.

La convocatoria estival de plazas de Directores Generales para el Cabildo de Gran Canaria (a la que ingenuamente me presenté), sus circunstancias y ulterior resolución, ha puesto de manifiesto, una vez más, cuál y cómo es la condición humana. Ni el propio barón Clappique de Malraux podría haberlo hecho peor, transparentando las propias limitaciones de quienes, sin ambages, pretenden con el agravante de la publicidad que el procedimiento exige, explicar y justificar el presunto fair play utilizado.

Si esto pareciera una pataleta de niño consentido, ya aviso que comuniqué a mi entorno cercano mi voluntad de renunciar a alguna de las plazas a las que me había presentado en el hipotético caso de ser investido de tamaño honor, después de que se me excluyeran de la primera lista de admitidos en lo que parecía una estrategia para allanar un camino empedrado de méritos de otros, con un argumento que se caía con solo leerse.

Al final la realidad es tozuda y el resultado el que es. Me presenté para competir, para comparar y compararme (arguyo la teoría de que el aforismo relativo a que las comparaciones son odiosas lo imprimió un mediocre) y que se midieran méritos académicos y profesionales, solvencia y quehaceres. Sin embargo en el desconocido baremo, ignoré que la no pertenencia a unas filas o no disponer de un carnet de filiación funcionaba como técnica descalificante y el partido, como me previnieron algunos amigos, estaba perdido desde el principio.

Casi preferiría que, obviando el cuestionable procedimiento, se designaran a dedo estos cargos de verdadera confianza en un acto de hermandad siciliana, con el toque romántico que siempre tiene la lealtad a “uno de los nuestros” que el propio Scorsese firmaría y que infunde al menos, un valor inmanente; el mosquetero unus pro omnibus, omnes pro uno.

Me he convencido de que no tomaría ningún tipo de acción para tranquilidad de los protagonistas por dos motivos; el primero para no malgastar mi tiempo y el segundo escuchando del poema sinfónico “Mi Patria” de Smetana, “El Moldava” que recomiendo encarecidamente como terapia para reconciliarse con lo que es de uno y de donde es.

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