Jauja a la vista

La diferencia entre la ínsula evanescente del obispo Bandrán y la Jauja de la que les cuento, estriba en que los avistamientos de la primera son impredecibles y temporalmente caprichosos en tanto que la segunda hace su aparición, impepinablemente, cada cuatro años. A no ser que se convoquen elecciones anticipadas. Porque la Jauja de la modernez actual está siempre ligada al ciclo de la celebración de comicios políticos. No importa que la economía se tambalee, que el trabajo sea cada vez más escaso, que la vivienda sea un lujo inalcanzable más que un derecho constitucional, o que el futuro, en términos generales, hasta ese momento mágico llamado inicio de la campaña preelectoral, se nos presentase –o nos pareciese- particularmente oscuro o negativo. Jauja emerge espectacularmente promisoria en el horizonte del próximo cuatrienio en cuanto las sonoras trompetas de los calendarios del sistema llaman a urnas. Nuestros sueldos aumentarán, el paro disminuirá, los jubilados recuperarán el poder adquisitivo, la justicia se metamorfoseará de tortuga reumática en brioso corcel, las listas de espera en sanidad desaparecerán como si un prestidigitador hubiese pasado su varita de los prodigios sobre ella, los intereses bancarios se encogerán hasta porcentajes liliputienses… - Oiga: el cuadro es bonito. - ¿Cómo que bonito?... ¡Es deslumbrante! ¡Maravilloso!... - ¿Y todo eso lo promete el Gobierno? - Pues claro. Pero, es que la oposición dispuesta a ser Gobierno en lugar del Gobierno está obligada a presentarnos una Jauja mucho más atractiva aún… - Oiga otra vez: ¿y los unos y los otros no han gobernado ya? - Sí, naturalmente. - ¿Y por qué, entonces, seguimos todavía sin vivir en Jauja? - No entiende usted nada, tío. Porque Jauja es como San Borondón. Pura leyenda. Pero, en algo tiene que creer el votante, aunque sea cada cuatro años, para no mandar sin más todo el modelo a la mierda.

José H. Chela