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¿Malnacido? No, todo lo contrario

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Hace unos días, un columnista de este periódico tildaba de “malnacido” a la persona responsable de dictar la orden que privaba de los periódicos diarios a la biblioteca pública del estado de la capital Gran Canaria. La excusa que amparaba tal decisión tenía que ver, cómo no, con la actual coyuntura económica que vive nuestra comunidad, nuestro país y el mundo mundial.

Otra cosa bien distinta -y nada disimulada, debo decir- es el afán que tienen muchos mandarines por tratar de controlar los flujos de información vertidos por cada medio de comunicación, en especial aquellos que no gozan del beneplácito de quienes se sientan en los sillones del poder. Muestras de tal afán hay muchas y de todos los tipos y colores ?y si no que se lo pregunten a los responsables de éste y otros tantos medios desafectos con el mandarín de turno-, aunque ésa sea otra cuestión bien distinta.

La cuestión que ha motivado estas líneas tiene que ver con mi opinión sobre la persona/ s que han tomado la decisión de cortar el suministro de prensa escrita a la citada biblioteca pública, un hecho que, lejos de ser aislado, se está convirtiendo en una constante en otros tantos centros públicos. Y mi experiencia me ha enseñado que quienes toman esas decisiones en la administración pública española no son unos “malnacidos”, sino todo lo contrario.

Quienes toman esas decisiones suelen ser, en su gran mayoría, personas de buena familia, con formación y estudios, en su mayoría superiores, y en cuyas casas siempre han podido disfrutar de prensa escrita, tanto insular como nacional. Son personas que saben lo importante que es controlar lo que se dice, por quién, en qué foro y cuándo y conocedores de ello no dudan en ejercer una suerte de censura encubierta, con tal de que su vida, sus costumbres y su forma de entender la sociedad no se vea afectado por ello.

Privar a las bibliotecas, casas de la cultura y demás organismos que tienen como principal cometido lograr que quienes allí acuden tengan una mente más crítica que el común de los mortales supone un primer paso para controlar “los corazones y la mentes de las personas”. Luego está el demonio del sigo XXI, INTERNET, esa red de redes que muchos prohibirían de manera tajante y sin vuelta atrás ante su constante volcado de información, minuto a minuto y sin casi posibilidad de control. Ya lo he dicho en un centenar de ocasiones. En España el acceso a Internet es MUY CARO, MUY LENTO y está sometido a los vaivenes y los caprichos de quienes suministran un servicio que deja mucho, mucho que desear. Todo se les va en prometer un ancho de banda que luego no es real y en grandes eslóganes, los cuales resultan ser un fiasco.

Y mientras esto sucede, los sucesivos gobiernos tan tranquilos con la situación, conocedores de que el atraso en Internet les favorece, de una forma o de otra, por mucho que sea un atraso para la sociedad que dicen defender.

Al final, cada una de estas acciones, sumadas a las drásticas reducciones en los presupuestos en cultura, una vez más sin que sirva de precedente ?ya saben la frase: ¿De dónde reducimos?? Del presupuesto de cultura, ¿de dónde si no?- buscan lo mismo; es decir, controlar lo que se pueda llegar a contar y, si la información llega a salir a la luz, minimizar los daños de la mejor manera posible.

Después, con bombardear desde la “caja tonta” toda una batería de eslóganes y soflamas populistas y altisonantes todo volverá a la normalidad. Y si no me creen, esperen a ver en qué queda toda la polvareda mediática que se ha levantado por ciertas cuentas suizas, sobres opacos y cuadraturas del círculo conservadoras, una vez que pasen los días y la tempestad amaine. Dentro de unos meses, en un informativo televisivo, oiremos la crónica de lo que parecía y no fue, mientras los periódicos y las radios nacionales e insulares dicen todo lo contrario.

El caso es que los mismos que patrocinan esas soflamas populistas en televisión son quienes cierran el grifo para que se compren periódicos, libros, ordenadores, sillas y mesas en las bibliotecas, cercenando, de paso, los derechos de los ciudadanos a su acceso a la información y el conocimiento. Y quienes lo hacen, siento de nuevo disentir con mi compañero de sección, son todo menos unos malnacidos. Más bien todo lo contrario y créanme cuando les digo que saben MUY BIEN lo que hacen cuando dictan esas normas, vaya que sí.

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