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Mariano, en el país de las maravillas

Carlos Castañosa

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Complejo y muy delicado buscar explicación e intentar comprender todo lo que está sucediendo en nuestro ámbito político. La perplejidad por el “no nos puede estar pasando esto” va dejando espacio a la indignación generalizada y a la desesperanza de hallar una solución viable ante la oscura perspectiva de un túnel cuya única luz al fondo podría ser el foco de un tren de frente.

La empecinada actitud de Don Mariano no tiene cabida en la lógica ni en el sentido común de las personas normales. Un manual del uso de razón, aplicado a una situación de emergencia como la que estamos sufriendo, dictaría que tras la espantá inicial del presidente en funciones, ante la inviabilidad matemática de su investidura, debió haber dimitido para dejar campo libre a cualquier otra opción que salvara todos los impedimentos polarizados en su persona –prolijo sería enumerarlos todos: recortes inhumanos, rescate fraudulento de bancos, infamante reforma laboral, expolio de la caja de las pensiones, fracasos del déficit y deuda pública, inconstitucional ley mordaza, una LOMCE perniciosa y, sobre todo y como más grave, el disimulo, complicidad y apoyo hacia los flagrantes corruptos de su partido… todo vendido con triunfalismo postizo y acorazado en un discurso electoralista de medias verdades para vestir de éxito ficticio una gestión fracasada por la prepotencia ejercida bajo el rodillo de una mayorías absoluta, solo interpretada en términos feudales.

¿Alguna duda de que si este señor se hubiese quitado de delante en su día, hoy no estaríamos padeciendo el vergonzoso calvario de unas más que posibles terceras elecciones, que tampoco servirán de nada porque no se esperan resultados con grandes cambios, que nos conducirían a una cuartas, y así sucesivamente?

Es evidente que un gesto de abnegación y patriotismo verdadero, exento de ambición personal y pasión por el poder, habría desmantelado las asechanzas de su más encarnizado opositor; un inepto caradura al que ha dado chance con su obcecación de permanecer para alimentar las impresentables veleidades y negaciones del otro. Otro al que, sin Vd. ahí señor Rajoy, su propio partido seguramente lo habría ya defenestrado.

Supongamos, y esperemos, que al final no tenga usted más remedio que retirarse porque una lamentable ley electoral, sin opción a segundas vueltas ni a listas abiertas, le obligue a hacerlo bajo la presión popular de una ciudadanía que ya no aguanta más… ¿Cuánto daño habría evitado una sola persona, a tanta gente y durante tanto tiempo, si se hubiese ido cuando debía?

Repugna la cantinela para tontos del supuesto respaldo de ocho millones de votos. Desengáñese y no intente engañarnos a los demás. Tendrá usted un porcentaje mínimo de incondicionales fieles y devotos que le votarán siempre, haga lo que haga; pero tenga en cuenta que la mayor parte de quienes le dieron su voto para incrementar resultados en las últimas elecciones, lo hicieron con los ojos cerrados y la nariz tapada para obviar sus ya descritos desvíos, no para perdonarlos. Y así fue por falta de alternativa, pues, de eso sí puede alardear, los demás son todavía peores que usted.

Este sufrido y maltratado pueblo soberano no los merece a unos ni a otros; pero el verdadero patriotismo ha sido sacrificar su voto con la remota esperanza de salvar a España, aunque sea en las manos menos perniciosas. No parece que tenga motivos para sentirse orgulloso de nada, pues si no fuera por lo mediocres y malos que son los que tiene enfrente, todo lo que tan mal está haciendo usted auspiciaría la formación de un frente popular a la antigua usanza, para desgracia y oprobio de este magnífico país “tan lleno de tantos españoles”.

Aunque sea tarde, la dicha todavía puede ser buena.

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