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De Néstor a Cristina

Rafael Morales / Rafael Morales

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Nadie daba un duro por Néstor Kirchner cuando ganó las elecciones con un porcentaje muy bajo pero suficiente de votos. El país venía de la ruina del corralito provocada por los centros financieros internacionales y los buitres argentinos ligados tanto a la banca como a la gestión privatizadora de Carlos Menem que tanto benefició a las empresas españolas; una deuda externa insoportable; la elevación de la pobreza hasta el 55% de la población en un país rico; un 20% de desempleo; la deuda penal de los militares que asesinaron a 25.000 personas pero andaban tranquilamente por las calles. Todos los partidos tradicionales estaban deshechos, desde los radicales a los peronistas. Tiempos en los que el grito más escuchado en Buenos Aires era aquel “que se vayan todos”. Aquellos años terribles también marcaron el principio del fin ideológico para el neoliberalismo en el subcontinente.

Si Néstor Kirchner recibió una herencia calamitosa, Argentina había tocado fondo, la presidenta Cristina puede decir justo lo contrario. Este año su país registrará un crecimiento económico superior al 8.8% en la línea de los últimos cuatro, la pobreza descendió a menos del 30%, la deuda externa bajó sustancialmente, el desempleo (cierto, con mucho contrato precario) se redujo al 10%, la reservas aumentaron a 30.000 millones de dólares, se incrementaron las exportaciones, las empresas extranjeras siguieron aunque con menos privilegios escandalosos que en la época del impresentable Menem. Kirchner también aprovechó la corriente de nacionalismo latinoamericano para reactivar la economía nacional y su prestigio personal dentro y fuera del país. La presidenta empieza su mandato con la mejor situación macroeconómica desde los años 60 a pesar del aumento global de las desigualdades sociales y las protestas de los trabajadores por reivindicaciones salariales. Cuenta, además, con mayoría absoluta en las dos cámaras legislativas.

Cristina Fernández de Kirchner sabe que nada garantizará la bonanza ininterrumpida. Y sabe que esa bonanza provisional disparará las legítimas exigencias de los trabajadores que soportaron, como el resto del país, un 20% de inflación en 2007, un recorte monumental al poder adquisitivo de los salarios. De ahí que el eje fundamental de su discurso de investidura (además de insistir en las ideas de su marido o soltar las palabras inevitables sobre los derechos humanos y la defensa de los intereses nacionales) haya girado en torno a la necesidad de “un pacto social” entre empresarios y trabajadores, en el que ella no piensa intervenir como árbitro o eso proclama ahora a contracorriente de las tradiciones peronistas. Como todo pacto social que se precie, la patronal intentará mantener congelados los sueldos a cambio de concesiones menores. Los trabajadores exigirán lo contrario, lo que haría inviable semejante pacto, así como mejores condiciones de trabajo y contratos menos precarios. Ya veremos.

Rafael Morales

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