Sobre este blog

Espacio de opinión de Canarias Ahora

Pedro J.

Federico Echanove

Pedro J. ha pasado estos días por Canarias porque sin duda no ignora que aunque, hasta tierras peninsulares no lleguen bien los ecos, algo se está moviendo en este rincón del Atlántico, aparezca o no petróleo. Y es por eso que, como aunque no siempre se ha sabido bien la letra, algo le ha llegado de la música, no quiere que estas Islas queden ausentes de su nuevo proyecto universal y digital.

Logroñés y estudiante en la Universidad de Navarra, niño precoz antes de devenir enfant terrible, cuentan sus biografías que con tan solo 21 años tuvo tiempo de marchar a Estados Unidos para ejercer de profesor de literatura española durante un curso en una universidad de Pensilvania. Eran los tiempos del escándalo Watergate, que terminaría provocando la dimisión del presidente Nixon gracias a las investigaciones de los míticos Bernstein y Woodward, y aquéllo marcaría la trayectoria profesional de Pedro J. al conocer de cerca, siquiera sea como lector y desde su condición de forastero en unas aulas, aquel modo distinto de hacer periodismo en contraste con la generalizada ranciedumbre y sumisión al poder de la España tardofranquista.

De vuelta a España, tras unos años en Abc, con sólo 28 años ya era director de Diario 16. Lo sacó del pozo y lo convirtió en referente de un modo de hacer periodismo más desenfadado que el de la información de qualité de El País. Pero las investigaciones que en su periódico desarrollaron sobre la trama de los Gal Melchor Miralles y Ricardo Arques convertirían a Pedro J. en un maldito para la izquierda. Felipe González pidió su cabeza y fue defenestrado. En 1989 fundó El Mundo y, desde entonces, mientras el Grupo 16 entraría en declive y a la larga terminaría por desaparecer, en torno del nuevo periódico surgiría un pequeño imperio que aunque algo cuarteado por la crisis económica aún subsiste. Ahora, 25 años después, la historia se repite y si bien los protagonistas y el color de la trama -las investigaciones en torno del caso Barcenas- son diferentes, el argumento es el mismo: el poder suele preferir matar al mensajero que hacer frente a la verdad desnuda.

Y en medio, entre una y otra caída en desgracia y uno y otro reconstruirse con la tranquilidad que conceden las indemnizaciones millonarias, queda una larga étapa de la historia del periodismo en España en la que o se estaba con Pedro J. o se estaba contra él (hay quien dice que Carlos Sosa en Canarias lleva el mismo camino) y en la que uno cree honestamente que El Mundo y sus periodistas -sin demérito de otros medios que también, en su estilo, han creado escuela- no han sido ajenos a los avatares de este país. Y en la que, por referirme a lo que conozco mejor, episodios como la aventura de crear una cabecera propia en Euskadi -a la que el que firma contribuyó modestamente como escribiente en sus inicios, con algún que otro granito de arena- quizá no hayan sido del todo ajenos la posterior normalización que ha experimentado aquella tierra.

Aunque tampoco está de más decir que, como le gustaba referirse cuando hablaba con humor de Pedro J. en privado al bueno del ya fallecido e injustamente olvidado Javier Ortiz, desde la distancia y cierta indignación irónica, pero también con cierto cariño (pues la gran bonhomía de Javier no permitía otra cosa), no hay que olvidar que a Pedro J. se debe el haber terminado con alguna de las más sólidas conquistas sociales de la profesión periodística desde los tiempos del franquismo: la del descanso dominical.

Y es que al llegar a la dirección de Diario 16 y empeñarse en que que dicho periódico tenía que salir a la calle todos los días de la semana, incluido el lunes, obligó a la competencia a hacer lo mismo y, de este modo, fueron desapareciendo en casi todas las ciudades de España en que se editaban las Hojas del Lunes que con periodistas en su primer empleo, en paro o medio jubilados editaban las asociaciones de la Prensa y que eran una de las principales razones de ser de estas últimas.

Ni que decir tiene que a estos argumentos de Javier Pedro J. siempre habrá contestado que, con independencia de cómo se organice el trabajo en las redacciones y del derecho al descanso, un periodista no puede tener nunca tan claro como otros trabajadores lo de sus libranzas y la información no descansa. ¿Pero no sucede eso también con los médicos y en muchos otros empleos? ¿ Y no supone precisamente esa concepción del periodismo como sacerdocio o como misión salvífica que el periodista se arrogue con frecuencia una importancia de la que carece?

En cualquier caso, como los grandes medios agrupados en la AEDE se descuiden un poco, el retorno de Pedro J. puede terminar por pegarle la definitiva puntilla a la prensa de papel en este país. Y termino con una pregunta: ¿Qué es lo que mueve a Pedro J, que lo ha conseguido ya prácticamente todo en la vida, a volver a meterse en esta aventura y a no continuar con esa nueva vocación de historiador que le ha conducido a admirar profundamente a Galdós? Aunque los más maliciosos estiman que a los viejos arponeros solo suele moverles a tomar esas decisiones el afán de venganza, creo que no soy ingenuo si digo que hay otras motivaciones que pesan más y que, como declaró hace poco su sucesor Casimiro García Abadillo, a los peces les es muy difícil vivir sin el agua de una pecera.

Sobre este blog

Espacio de opinión de Canarias Ahora

Etiquetas
stats