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Piratería, ¿qué piratería?

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Esta columna tiene que ver con otra piratería, la cual está socialmente aceptada por una errónea consideración de lo público y lo privado.

Una piratería que, sin ser tan decisiva como nos la han querido vender, sí ha tenido una cierta importancia en el abandono de costumbres socio-culturales muy arraigadas en nuestra sociedad. Y que en nada ayuda, además, a librarnos de la pobre implantación de la cultura audiovisual en nuestra sociedad.

Por si no lo saben, me estoy refiriendo a la costumbre de “bajarse películas por Internet” para después verlas en la pantalla del ordenador o en el DVD de casa.

Empezaré por las argumentaciones, meramente prácticas, antes de meterme con las consideraciones legales y éticas.

Lo primero que debería quedar claro es que, ni por asomo, es lo mismo ver una película en una pantalla de un ordenador o en una televisión, por muy grande que está sea, que en la pantalla de un cine. Además, las grandes televisiones, las de 42 o 50 pulgadas, todavía no están al alcance de muchos bolsillos y, de todas formas, no se puede comparar.

Es lo mismo que cuando los multicines le ganaron la batalla a las grandes salas. En algunos casos, la diferencia no era demasiado palpable. Sin embargo, en otras se notaba que faltaba media película, en comparación con ver la misma película en una sala de mayor tamaño.

Muchos justificaban aquella pérdida de visión y calidad con el eufemismo el progreso tiene estas cosas, o hay que adaptarse a las nuevas modas, frases que no ocultaban más que una tremenda ignorancia y el tratar de justificar unas salas demasiado pequeñas y montadas sin las debidas condiciones.

Por ello, quienes pretenden alabar las virtudes de su pantalla de ordenador o televisión de pantalla plana les diré que sí, que cada uno es muy libre de engañarse como mejor le cuadre, pero que no es lo mismo ver una película como Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal en el cine que en una de las raquíticas pantallas antes citadas.

Después está el argumento del precio, el cual se utiliza cada vez más y con menos sonrojo. Veamos, ¿el cine está caro?... Según muchos sí, demasiado caro y por ello está justificado el buscar medios alternativos para poder ver las películas.

No obstante, nadie parece darse cuenta del coste de todas las cosas que los espectadores necesitan para poder ver una película en una sala de un cine. Si se ponen a sumar el coste real de las consabidas roscas, bebidas, chucherías varias y demás, el coste es muy superior a la propia entrada, y, debo decir, totalmente accesorio. Que yo sepa, no hace ninguna falta atracarse cual Carpanta hambriento para poder disfrutar de una historia que transcurre ante nuestros ojos.

Entiendo la necesidad de comer cuando se prepara un viaje, una excursión, una travesía por el desierto? pero para ir al cine, la verdad es que se me escapa de toda compresión. Y en cuanto a que es muy caro, depende del baremo de cada uno. Caro ?carísimo- me parece gastarse 30 o 40 euros en copas, cada noche, y sólo para cogerse un buen ciego, vomitar si se tercia y vuelta a empezar al día siguiente.

Eso, además de caro, juega en contra de la salud de cada persona. Otra cosa es que esté socialmente bien aceptado, como lo está ponerse un smoking y/o un traje largo el fin de año y sentarse en un portal de cualquier calle a beber en un vaso de plástico. Por tanto no me salgan con la cantinela de que el cine está caro, porque no es verdad.

Ya dentro de las consideraciones legales y éticas, el terreno es igual de inestable y resbaladizo. Debería estar claro ?pero no lo está- que la piratería es un delito. Se supone que a nadie le gusta que le roben su trabajo y que está en su perfecto derecho a recurrir a la justicia, si así lo considera. Y sobre el papel todo el mundo parece entender, aunque sólo sobre el papel.

El problema estriba en que la legalidad y el cumplimiento de las normas se estrellan contra la maldita e insidiosa picaresca que todavía pesa como una losa sobre nuestra sociedad.

Da la sensación de que hay personas que emplean todo su tiempo y energía en buscar soluciones alternativas para poder engañar, tergiversar, o torcer una determinada ley que no les gusta. Se trata de buscar un plan B para algo que no les gusta y nunca son conscientes del daño que hacen.

Lo peor de todo es que es una costumbre que se transmite de padres a hijos y de la que se hace gala delante de cualquiera. Hace unas semanas, en un viaje de Las Palmas de Gran Canaria a la ciudad de Barcelona fui testigo de lo que les paso a contar. Me tocó sentarme entre un grupo de viajeros, familiares ellos, los cuales volaban a la ciudad condal.

Nada más despegar el avión, la matriarca del grupo sacó un DVD portátil, regalo de los reyes magos ?según voceó- y se lo pasó a uno de sus hijos.

Después, uno de los adultos -hermano de la matriarca y tío del adolescente en cuestión- sacó de su mochila una surtida colección de DVD con los últimos estrenos cinematográficos, “bajados de Internet” para la ocasión. Y todo lo hicieron con el mayor de los desparpajos, a voz en grito y sin cortarse un pelo.

Y en eso estriba el principal problema; es decir, en aceptar como normal algo que no está bien y que atenta contra la buena marcha de un arte, entretenimiento, expresión cultural y negocio. Por lo menos debo admitir que la película que vieron durante el vuelo tenía muy buena calidad, tanto de imagen como de sonido, algo que seguro que agradecieron los “espectadores” familiares.

Sea como fuere, el resultado es que los espectadores cada vez van menos al cine, socializan menos y se embrutecen más. En el fondo, el problema real está en la falta de formación y la poca consideración que en nuestro país se le da a las disciplinas culturales. Y lo sé, porque en el país donde vivo el cine cuesta casi el doble que en España, las grandes televisiones son más baratas, Internet es el presente, y los cines están llenos todos los meses del año.

Lo que no es de recibo, por lo tanto, es tratar de justificar uno de los males de nuestra sociedad apoyándose en los argumentos antes relatados.

Ir al cine es un acto social, tan importante y necesario como salir a tomar copas, y tiene su momento y su lugar. Al igual que lo tiene el ir a un museo, a un concierto, o leer un libro. Si se quiere, hay tiempo para todo, siempre que se sepa usar el mando de la tele para apagarla y dedicarse a otras cosas. Entonces sí que hay tiempo, sin ningún género de dudas.

Aunque puede ser que la realidad sea que el cine, lleve directamente al infierno, tal y como le decía la abuela del gran director de cine iraní a este último, Mohsen Makhmalbaf, responsable de películas imprescindibles como Gabbeh o Kandahar, constantemente amenazado por la intransigencia y el fanatismo del actual gobierno iraní.

Una última cosa, durante estos días se celebra la Semana por los Derechos de Todos en Internet, por si les sirve de algo todo lo anteriormente dicho. Y ahora les dejo, que voy al cine, a derrochar mi tiempo y mi dinero, bien a gusto.

Eduardo Serradilla Sanchis

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