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Rollerball: el futuro, tres décadas atrás

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Y con la palabra fracaso no quiero decir que, dada su pésima calidad el público las rechazó, me refiero al hecho de que no fueron capaces de conectar con el público. Su paso por las pantallas fue fugaz y casi anónimo, independientemente de su calidad.

Por fortuna para algunas, el tiempo se ha encargado de colocarlas en el lugar que les correspondía. Pero esto no siempre ocurre y, nuestra sociedad de la información tiene cada vez menos tiempo para estudiar “historia antigua”, sobre todo cuando se trata de películas.

En mi afán por ser “la manzana de la discordia” detengámonos un poco en estudiar historia antigua cinematográfica. En 1975, la compañía United Artists estrenó en las pantallas Rollerball, dirigida y producida por Norman Jevinson -realizador responsable de El violinista en el tejado, En el calor de la noche y Jesucristo Superstar- y basada en el relato Asesinato en Rollerball, del escritor William Harrison (Roller Ball Murder. Esquire Magazine 1973)

El reparto estaba encabezado por el siempre resolutivo actor James Caan, protagonista absoluto de la cinta, el cual estaba acompañado por John Houseman, Maud Adams, John Beck y Moses Gunn.

La sinopsis de la película trataba de lo siguiente: Es el año 2.018, y el mundo se ha reagrupado políticamente en seis corporaciones; es decir, Energía, Alimentación, Lujo, Vivienda, Comunicación y Transporte. La tranquilidad material es así absoluta. No hay guerras, ni pobreza, pero tampoco hay libertad personal. El ingenioso sistema para que la naturaleza humana se manifieste, exteriorizando la violencia animal que anida en todos los hombres y, al mismo tiempo, para que el pueblo tenga la idea de que el esfuerzo individual es fútil, no es otro que el juego del “Rollerball”, combinación de carreras de motos, patinaje y baloncesto, y en el que el combate a muerte es parte del entretenimiento.

El deporte se práctica con una bola de acero de doce kilos que es disparada por un cañón alrededor de una pista circular de casi 190 metros de circunferencia. La bola debe ser interceptada por un receptor en patines, mientras sortea a otros jugadores. Todo está orquestado para satisfacer los más bajos instintos y el participante en el juego es sacrificado en aras del bien común y la convivencia.

Puede que después de leer dicha sinopsis no nos sorprenda demasiado la trama, acostumbrados como estamos a vivir entre violencia gratuita ?sobre todo en la pequeña pantalla. Sin embargo, en 1.975 la situación era muy distinta. Todavía se creía en el juego limpio y “lo importante es participar” en el deporte y no solamente ganar, costara lo que costara. Los medios de comunicación eran realmente plurales ?Richard Nixon acababa de dimitir por el escándalo Watergate, destapado por dos reporteros del periódico Washington Post- mientras que las corporaciones aún figuraban en la sombra, ocultando su verdadero poder al resto del mundo. Y, de pronto, una película cuenta una parábola acerca de cómo será el futuro del hombre y la sociedad.

Bajo esta lectura son comprensibles las declaraciones de Jevinson a los medios de la época cuando afirmaba “United Artists fue la única compañía que no creía que yo era un loco radical”.

El realizador se había destacado siempre por su compromiso socio-político de corte liberal, pero Rollerball sobrepasó los límites establecidos, pues nadie podía pensar la estrecha relación que, años después, iba a tener el deporte con la violencia, orquestado todo por una necesidad de los gobiernos de entretener a las masas.

Aún así, el director siempre fue consciente de lo controvertido del tema “Estamos entrando en un terreno muy peligroso, porque en la película presentamos una extensión de la violencia hacia el deporte, y yo quiero desviar a las masas de ella, no hacia ella. Pero la realidad está ahí y, si no ponemos remedio en pocas décadas, el Rollerball será el deporte de moda”.

Gran parte del acierto de la película residió en la elección de James Caan como Jonathan E., el eje central del relato. Caan, actor tremendamente físico, supo añadirle al personaje el conflicto interior que el jugador más famoso de la liga mundial de Rollerball vive cuando los poderes ocultos lo obligan a renunciar a su vida, en pos de un “bien común” tan fariseo como criminal.

Esa lucha y su resolución final conducirán al espectador hacia una impresionante secuencia, salpicada por una desgarradora violencia, donde todo vale con tal de ganar el favor del público. La imagen de Caan portando la bola de acero por última vez, resume de manera magistral el mensaje que el director quería contar.

No hay duda, 35 años depués, que Norman Jevinson colocó muy, muy alto el listón y su trabajo ?por mucho que los mismos ignorantes de siempre se empeñen en negarlo- merece ser reconocido por parte de todos los amantes del buen cine.

Lo peor de todo es que Rollerball es, cada día que pasa, una realidad mayor. Basta con ver cualquiera de las cadenas que todavía emiten en nuestro país para darse cuenta de cómo se escoran hacia un espectáculo soez, chabacano y ciertamente violento, aunque solamente sea de palabra. Tampoco me imagino a ninguno de los famosillos “de desecho”, los cuales pululan por las parrillas televisivas, luchando a brazo partido en una pista como la que aparece en Rollerball con tal de cobrar el cheque mensual en pago al veneno que sueltan.

Sin embargo, no me extrañaría que, ya puestos, el siguiente eslabón en la batalla que sostienen las cadenas televisivas actuales sea algo parecido a lo que se puede ver en Rollerball. Si con eso se gana más audiencia, ¿a quién le puede importar?

Mientras tanto, y si tienen un momento, estaría bien que buscaran Rollerball -a ser posible, la compraran en DVD, en su versión especial de dos discos- y disfrutaran con ella. Merecer, merece la pena o, por lo menos, así lo creo yo.

Eduardo Serradilla Sanchis

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