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Tocado y hundido

Francisco Pomares

Las Palmas de Gran Canaria —

El profesor Jesús Cisneros, especialista en corrientes marinas de la ULPGC, lo dejó caer como quien no quiere la cosa en el Debate de TVE en Canarias el pasado jueves: las autoridades eligieron el mejor lugar posible para hundir el Oleg Naydenov y luego lo hundieron. Lo dijo así, con dos bemoles. Y no fue un error o una boutade: sometido a una repregunta sobre el asunto, insistió en su tesis. Lo chocante de la afirmación es que no parece que se trate sólo de la visión particular de Quintero sobre lo ocurrido, sino de una impresión que circula en ambientes universitarios: el propio rector de la ULPGC, José Regidor, abundó en declaraciones a esta emisora –más prudentes- en la misma tesis.

La posibilidad de que se decidiera intencionadamente hundir el barco cuenta con valedores muy activos en las redes sociales: explicaría el curioso periplo del pesquero, remolcado desde Las Palmas a Fuerteventura y su retorno desde Fuerteventura hacia la costa de Maspalomas. Pero parece muy difícil que una decisión de ese tipo, que podría implicar responsabilidades incluso penales para quienes la tomaron, pueda haberse producido. Hundir un barco intencionadamente y sin dejar huellas es bastante complicado. Nadie en su sano juicio asumiría esa responsabilidad sin el aval de un equipo u ocultando la decisión…

Un principio metodológico comúnmente aceptado en la investigación académica es el de la navaja de Ockman, atribuido al fraile franciscano Guillermo de Ockman, que asegura que cuando dos teorías en igualdad de condiciones tienen las mismas consecuencias, la teoría más simple tiene más probabilidades de ser correcta que la compleja. Entre las opciones de atajar un problema dónde se produce y alejarse de él lo más posible, la mayoría de los seres humanos tienden a optar por alejarse del problema. O alejarlo. Además, por experiencia personal, no creo demasiado en teorías conspiranoicas: la mayoría de las fatalidades que nos ocurren en la vida son fruto de la casualidad, el ego, el miedo, la avaricia y la torpeza, no de secretos planes del Club Bildelberg perfectamente ejecutados por políticos y funcionarios malvados pero extraordinariamente eficientes.

Aún así, la fiscalía debería contrastar también las afirmaciones de Quintero y Regidor y de quienes creen que el barco fue hundido, y escuchar los motivos por los que opinan así. Son declaraciones realizadas para el conocimiento público, y difundidas en medios de comunicación. Podrían tratarse de meras calenturas de pico o licencias sin mayor trascendencia, pero conviene despejar absolutamente la sospecha de una conspiración para sacar el barco fuera del puerto y hundirlo. Si así fuera, el (los) responsable (responsables) deberían empezar a rascarse el bolsillo. Sólo el fuel que llevaba el barco y que ahora pringa nuestras costas en formato tortilla de piche, costaba un millón de euros. Y el barco bastante más. Es mucha pasta para decidir hundirla cuando el incendio ya se había extinguido.

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