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Trescientas

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Como otras tantas cosas en vida profesional, la oportunidad me llegó sin saber muy bien cómo. Un día recibí un e-mail de respuesta a una de mis muchas ideas y lo que debía ser una colaboración esporádica se convirtió en una columna semanal ?en algunos casos, más de una vez por semana- basada en mi opinión. Todavía recuerdo mi asombro y mi respuesta a quien, aquel entonces, estaba a punto de convertirse en mi redactor en jefe.

Tras pensarlo unos días acepté el reto?aún hoy lo considero un gran reto semanal- y, con la decisión tomada, me puse a buscar un nombre con el que me identificara, de alguna manera.

Al final escogí uno que sí representa mi vida profesional, la cual no ha dejado de cambiar desde el primer momento.

En este caso se trató de El Ronin, por el significado que dicho termino tenía en el Japón de los Shogun y los samurais. Ronin era la expresión que se utilizaba para definir a los samuráis que no tenían un señor al que servir y que recorrían el país buscando a quien alquilar sus conocimientos y su espada, para así poder sobrevivir.

El director Akira Kurosawa los retrató en muchas de sus magistrales películas, especialmente en Yojimbo y en Los Siete Samurais, normalmente con el rostro del no menos mítico Toshiro Mifune.

Y, contrariamente a lo que puedan pensar, dichos guerreros no habían dejado atrás su estricto código del Bushido, sino que, por avatares de la vida, habían decidido emprender una vida solitaria y de incansable búsqueda.

No pretendo, ni de lejos, compararme con ninguno de aquellos guerreros, pero desde que empecé a trabajar he optado por buscar aquellas ofertas profesionales en las que mejor pudiera desarrollar mis cualidades, sin necesidad de formar parte de ningún organismo y/ o empresa.

Al igual que cualquier persona que trabaje por libre o freelance, como se nos conoce en el mundillo profesional, las buenas épocas se alternan con otras no tan buenas, y con muchas en donde el trabajo se ralentiza de una forma un tanto tediosa.

A pesar de lo anteriormente comentado, es cierto que, gracias a mi forma de trabajar, he podido experimentar muchos momentos profesionales, los cuales me hubiera sido imposible vivir de estar fijo en un lugar determinado. Además, la movilidad que poseo ahora se ha convertido en un buen argumento para poder aceptar encargos de lo más variado.

Quizás el mayor problema reside en que mi trabajo gira en torno a la creación, la cultura y los eventos relacionados con todo ello, y nuestro país no se destaca por apoyar la cultura y la creación como sí se hace en muchas partes de mundo. Por fortuna, las modas cambian y una vez que un determinado organismo y/ o empresa se cansa de presentar los mismos esquemas de siempre ?algo que cada vez pasa más en un mundo tan global como el nuestro- alguien se acuerda de ti, y tu nombre aparece encima de la mesa.

Volviendo al tema que da nombre a esta columna, me gustaría pensar que algunos de mis textos han servido para que algún lector vea las cosas de otra manera, lejos del pensamiento único que algunos sectores de la sociedad se empeñan en apoyar. Tratar nuestra sociedad con una actitud inmovilista sólo conduce a que la misma realidad te acabe pasando por encima como una apisonadora. Nuestra vida cambia a cada minuto que pasa, y de nada sirve repetir los mismos manidos esquemas de costumbre.

Soy de los que piensa que no sólo hacen faltan buenos mandatarios ?algo de lo que andamos realmente escasos- sino una actitud mucho más participativa y beligerante por parte de los componentes de nuestra sociedad. No se puede sentarse a criticar y esperar a que el vecino de al lado solucione tal o cual problema. Hace años que se acabó el concepto de papá estado que piensa por uno ?al igual que también se acabó el estado que mandaba a la cárcel a todo aquel que no pensaba de la manera impuesta por la fuerza de las armas y la ignorancia-.

Si queremos que las cosas mejoren, no sólo tenemos que exigir a los cargos electos que funcionen y estén a la altura de las circunstancias ?y dejen de protegerse los unos a los otros como si, de verdad, hubieran hecho algo malo- sino poner nuestro grano de arena para lograrlo.

Al vivir en un país de tradición protestante, con raíces calvinistas, me es mucho más sencillo poder ver una de las grandes diferencias entre mi país de adopción y mi país de origen.

En el segundo, la religión no les ha inculcado a las personas ese sentimiento que sí se tiene en el primero, el cual fomenta que las personas le devuelvan a su sociedad lo que ésta ha hecho por ellos.

Ese sentimiento se torna casi una obligación y la consecuencia directa se ve reflejada en la sociedad.

En España se confía en que una determinada institución u organismo solucione todos los problemas y ésa es una verdad que sólo funciona a medias. Hace falta una implicación real en la educación, en la cultura, en los asuntos sociales, en la economía ?de la que tanto se habla en estos días- y no esperar a que llegue el gestor maravilloso que coloque todo en el lugar que le corresponde.

Precisamente ésta es una de las razones por las cuales acepté el reto de escribir esta columna y lo que me motiva a hacerlo hoy en día. En el camino he tenido que aprender que tus palabras pueden ser malinterpretadas, usadas en tu contra, ninguneadas o, simplemente, pervertidas por quienes se consideran poseedores de la verdad absoluta, aunque se escondan en el anonimato. Es algo de lo que no era realmente consciente cuando empecé, pero que el tiempo me ha ido demostrando, semana a semana.

En el extremo contrario están las opiniones de todos aquellos que, tras leer lo que he escrito, han logrado entender la razón que me movía a hacerlo. Ya sé que uno tiene que hacer lo que debe, sin importarle lo que piensen los demás, pero siempre ayuda ver que hay personas que entienden y comparten tus principios.

Será que, al final del día, de lo que se trata es de encontrar una coherencia -la cual suele ser esquiva y complicada de lograr- para sobrellevar lo que significa vivir en un “manicomio redondo”, como lo es nuestro viejo y cacareado planeta Tierra.

Eduardo Serradilla Sanchis

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