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Urge reforestar las zonas calcinadas en Gran Canaria

Teo Mesa

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No queda otra. Y a la mayor urgencia posible. Que no se haga de este asunto sufrir los dilatados y soporíferos trámites de la burocracia de palacio, que ya sabemos cómo va de lenta y desidiosa. Después del criminal incendio, que posiblemente, lo haya cometido un descerebrado (según las primeras pesquisas), se debe actuar a la mayor brevedad. Hay que recuperar el estado anterior de vergel de pinares y brezos que tenían todas las zonas calcinas.

Logró el perverso criminal de la naturaleza saciar su maligna perversidad, que como aseguran los expertos contra incendios, hubo tres intentos de incendiarla en año y medio, para dejar encenizado todo este bello paraje de la cumbre grancanaria. Allí, un lugar de bella estampa panorámica. El mismo paisaje que vio desde las cumbres, y de la misma Artenara, don Miguel de Unamuno, causándole tal admiración en su visita en junio del año 1910, cuando vino a presidir los Juegos Florales de ese año, en la ciudad de Las Palmas. Fue invitado por los organizares del acto poético.

En una de las visitas que hizo al interior de la isla, a la cual subió en mulo por los caminos reales, en compañía de varios intelectuales canarios; y ante su asombro de esas montañas y sus enhiestos pináculos, como el Roque Nublo, el Bentayga, etc., escribió –ya de regreso en Salamanca– escribió: “[…] una tempestad petrificada, pero una tempestad de fuego, de lava, más que de agua”. Al ver las cordilleras anexas que emergen en esa linda zona cumbrera hasta llegar a la orilla marina del oeste grancanario.

27 km de extensión, con 2.700 hectáreas calcinadas, no es una broma de pésimo gusto. Esta es una aciaga realidad de la naturaleza hecha cenizas en menos de cuatro días. Precisamente, lo que la mater natura crea en muchos años o cientos de ellos. Luctuoso hecho que nos recordó el peor incendio acaecido en esta isla en 2007. Atentado suicida perpetrado por otro demente, en despecho por su contrato laboral y contra la empresa donde prestaba sus servicios (justamente, un bombero rural). Y en su delirio febril, contra la naturaleza virgen y contra todos los seres vivos del entorno y los que habitamos esta isla.

El Cabildo Insular grancanario toma la decisión, aunque tardía, después de la catástrofe, de permitir y pagar asimismo, una cuantía mensual a los pocos pastores que quedan en la zona, a que pasten sus cabras y ovejas por esos terrenos. Hecho que debía haberse tomado desde siempre. Sin duda, el gran mal está en la ausencia de limpieza del suelo de los pinares cargados de pinochas, que son tal cual dinamita en su rápido arder. Máxime, cuando las últimas y prolongadas sequías de lluvias hacen más propicio este combustible natural, para que en todo el entorno se produzcan voraces incendios, y se extiendan drásticamente, por todo el monte de pinares y arbustos.

Junto a ese salario a los pastores cumbreros; se debe, inexcusablemente (y como bien sabe Medio Ambiente), realizar la limpieza de los montes de toda pinocha y ramas arbóreas durante todo el año. Es imprescindible, si verdaderamente se quiere conservar la naturaleza fértil y la belleza que emana –además del oxígeno que genera–. Sé que esta es una sinrazón para la modernidad y el obsceno materialismo que vivimos en esta sociedad que venera al dios consumismo. Solo nos interesan las producciones de los negocios que forjen dividendos económicos en el más corto plazo. Así vivimos artificialmente con esta patología de desapego a todo lo natural. Y ciertamente, los pinares no son negocios.

Nuestras cumbres grancanaria visten de luto encenizado por la desdicha mental de un desalmado. Mucho me aflige cuando se informa de los incendios (tantas veces provocados por intereses particulares o por dañinos enfermos): en la Península Ibérica o en el resto del planeta. Tanto más me daña la sensibilidad, al ver que ese voraz fuego está en la propia isla donde se desarrolla mi vida. En mi admirada y variopinta isla con su diversidad paisajística y climática. En este incendio se han perdido centeneras de pinos, animales domésticos y salvajes; y floras y faunas silvestres.

Solo cabe en muy buena disposición, alejarse de los lamentos y ayes, y programar una urgentísima reforestación de todas las zonas dañadas. Volver a regenerar y hacer renacer todo el bello pinar de nuestras cumbres grancanaria. Si bien, gran parte de estos pinos reverdecerán en cierto tiempo.

Y para cuando estén disponibles todos los jóvenes pinos para la replantación, se haga un llamamiento a la consciente población de la isla con el medio ambiente, para que en una especial jornada festiva para con la naturaleza, colaboren en la replantación de nuevos pinos y en números de centenares, en todo lo calcinado. Todo ello, dirigido y sufragado por el Cabildo Insular. Esta será una excelente fórmula –opino–, para reforestar las zonas quemadas y devolver a su origen la vida y esplendor natural que tenía.

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