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Vaya ideas tiene uno

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Y digo que fue una idea peregrina por varias razones. Primero, porque a los responsables del organismo público del cual dependía la mencionada biblioteca de cómic les traía al pairo su misma existencia. Con esto no quiero decir que al personal que allí trabajaba, por lo menos a una parte de ellos, no le importara. De no ser por ellos, nunca se hubiera podido completar y/ o reorganizar el fondo que dicha biblioteca disponía, el cual llevaba muchos años sin ser, siquiera, revisado.

Segundo, porque los supuestos “defensores del cómics” tampoco habían sido capaces-salvo honrosas excepciones- de reparar en aquellas dos estanterías llenas, principalmente, de los grandes clásicos del noveno arte. Es más, muchos acudieron para ponerle faltas al fondo comiquero y no para tratar de disfrutar de lo que allí se podía encontrar.

Tercero y último, porque seguían vigentes todos los tópicos relacionados con los cómics, especialmente aquel que dice que “los cómics son una lectura para niños”. Por tanto, no es de extrañar que, en aquellos años, le encargaran a cualquiera el que diera un curso sobre la historia del noveno arte, sin tener los conocimientos más elementales. O peor, que dichos indocumentados en la materia recurrieran a documentación obsoleta y/ o pretendiendo fagocitar el material ajeno, sin cortase lo más mínimo. Sin embargo, quienes manejaban los dineros de entonces les preocupaba más gastarse los presupuestos en “fuegos de artificio publicitarios” que en tener una buena red de bibliotecas.

El resultado final fue que aquel artículo -y la biblioteca a la que hacía referencia- han seguido casi tan ignorados como antaño, sobre todo, porque las cosas, lejos de mejorar, presentan algunos síntomas de empeoramiento.

Y esto no es algo que solamente se pueda aplicar a nuestro país. En los últimos días, se ha comentado, en especial por parte de periódicos y/ o medios de ideología? conservadora -digámoslo así, por ser correctos- un estudio que dice que los héroes de cómics transmiten muy malos referentes para los niños. El estudio, basado principalmente en las adaptaciones cinematográficas más contemporáneas ?Iron Man y las dos películas de Batman, dirigidas por Christopher Nolan- hace hincapié en que los superhéroes actuales no dan buen ejemplo, mientras que los héroes de antaño sí.

Para la responsable del estudio, los héroes actuales son “cínicos, machistas, no dudan en utilizar a cualquiera que se cruza en su camino ?principalmente mujeres- e incluso están motivados más por la venganza que por lograr que las cosas marchen mejor”. “Antes, los héroes eran más cordiales, luchaban por el bien común, eran ciudadanos modelos y tenían problemas de verdad”.

Si me detengo en este estudio, en primer lugar debo decir que la investigadora mezcla diferentes momentos históricos, los cuales no se desarrollaron de una forma conjunta. Durante la edad de oro ?finales de los años treinta hasta principios de los años cincuenta- los héroes destilaban la misma inocencia que la sociedad en la que vivían, sociedad, la cual estaba saliendo de la gran crisis del año 1929 para, a reglón seguido, meterse de lleno en la Segunda Guerra Mundial.

Aquellos fueron los años de Superman; Batman y Robin; Namor; la primera Antorcha Humana; el Capitán América y Bucky; o la princesa de las amazonas, Wonder Woman. Todos estos héroes, nada más estallar la contienda, primero en Europa y después en el resto del mundo, se enrolaron en las fuerzas armadas, dispuestos a derrotar al Reich de los mil años pregonado por Hitler.

Junto a ellos, personajes como Flash Gordon; Jungle Jim; Dick Tracy; o el grnial The Spirit, del maestro Will Eisner, también encontraron su lugar en aquellos convulsos años.

Luego llegó la guerra fría, la deleznable “caza de brujas” y el colorido y la alegría de los cómics de antaño cambió de tono y se transformó en la crítica social gráfica de la editorial EC. Ésta fue luego cercenada por el nauseabundo Comic Code, impuesto por el rancio conservadorismo que persiguió el mundo durante aquellos años.

Sin embargo, no sería hasta los años sesenta, de la mano de Stan “The Man” Lee, cuando los héroes empezaron a vivir en un mundo real, con problemas de verdad. “Superhéroes con súper-problemas” fue la enseña que convirtió a la editorial Marvel en uno de los nombres de referencia del noveno arte.

Y, en aquellos años, todavía condicionados por el Comic Code, Lee ya se atrevió a denunciar temas tan peliagudos como el consumo de drogas por parte de la juventud americana de los años sesenta. El tema estaba prohibido por el Comic Code, pero Lee se saltó la prohibición y publicó una de las historias más impactantes de cuantas había vivido Spider-man, sobre todo porque lo que allí se contaba no era ningún invento.

Podría seguir poniendo ejemplos y más ejemplos, pero la realidad del mencionado estudio es que olvida un detalle muy importante, el cual deslegitima buena parte de sus conclusiones; es decir, los cómics ya no son un producto pensado exclusivamente para niños y adolescentes. Es más, cada día hay más series pensadas para un público adulto, tanto en el mercado americano, como el mercado francés y japonés.

Lo mismo ocurre con las adaptaciones de Batman, Iron Man y con otras muchas adaptaciones de personajes gráficos a la gran pantalla.

No están pensadas para niños, por mucho que cuatro ejecutivos ignorantes no sean capaces de darse cuenta.

Por tanto, extrañarse de que Batman/ Bruce Wayne, un niño que vio morir a sus padres delante suya, esté movido por el afán de venganza, no debería extrañar a nadie.

Iron Man/ Tony Stark es un genio egocéntrico, que ha tenido serios problemas con el alcohol, y que siempre, o casi, trata mal a las personas que le rodean, dado su enorme ego.

Y, si quieren, voy más lejos. Diana de Themyscira/ Wonder Woman le rompió el cuello a un bastardo como lo era Maxwell Lord en las páginas de la miniserie The Omac Project, para asombro de propios y extraños.

El mundo del noveno arte cambió su discurso tras la publicación, en los años ochenta, de títulos capitales como lo son Watchmen; The Dark Knight Return; V for Vendetta; o Born Again. Por todo ello, quienes hacen este tipo de estudios deberían tener algunas cosas más presentes y no emitir juicios de una forma tan sesgada.

Al final, se me viene a la cabeza el parcial, incorrecto y mediocre libro del psicólogo Fredric Wertham La seducción del inocente, mutado en una especie de evangelio por quienes, durante la “caza de brujas”, quisieron volcar todos los males de la juventud americana en la lectura de cómics. El libro de Wertham era un desastroso compendio de inexactitudes, la cuales olvidaban datos tan importantes como el ambiente sociocultural de los individuos que formaron parte de su estudio, así como la implicación de las familias para con aquellos chicos.

Este último punto, la implicación de los padres en las lecturas de los hijos ?lo que no es sinónimo de censura, ni mucho menos- es una de las grandes asignatura que tiene pendiente nuestra sociedad contemporánea. Y si nos ceñimos a la sociedad española española, volcada más en el esperpento televisivo que en fomentar la lectura, la situación es peor, mucho peor.

Lo que queda claro es que resulta mucho más sencillo buscar “falsos” culpables antes que aceptar la realidad de las cosas y poner soluciones. Y hay problemas mucho más graves que los relacionados con la influencia que los cómics puedan tener en la formación de los más pequeños de la casa.

Una aclaración. Si me preguntan con qué derecho descalifico estos estudios, se los diré. Llevo los últimos quince años dedicado al estudio del noveno arte, nueve de ellos escribiendo reseñas sobre cómics y los últimos seis me los he pasado escribiendo libros teóricos sobre personajes gráficos, dibujantes, escritores y sobre la propia historia del noveno arte.

Eduardo Serradilla Sanchis

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