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Vergüenza y náusea

Eduardo Serradilla

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Llevo días queriendo escribir esta columna, pero la verdad es que, entre una cosa y otra, lo he ido posponiendo. Debe ser cuestión de la edad, o el lastre que supone tener unos mínimos principios en un mundo amoral y carente de toda lógica, como en el que vivimos.

Quizás lo que me faltaba era un contrapunto que me ayudara a encontrar una esperanza para la idea que me había llevado a querer escribir esta columna. Me resultaba difícil encontrar argumentos para rebatir la vergüenza y las náuseas que llevo sintiendo ante la situación política y social que se vive en nuestro país desde el diciembre pasado.

Vergüenza por ser ciudadano de un país en el que la clase política ha antepuesto sus intereses personales y partidistas al bien común que dicen querer lograr para el resto de los ciudadanos. Y náuseas por una ciudadanía y por una militancia, en especial esta última, que ha permitido que sus candidatos se comporten como reyezuelos de tercera categoría, empeñados en obtener su reino de taifa sea como sea. Al final, han pasado cinco meses, va a haber nuevas elecciones y, salvo drásticos cambios de última hora, el panorama resultante de dichos comicios, volverá a dejar al país en punto muerto.

Con un discurso como éste, basado en datos y en hechos, que no en sensaciones ni opiniones, se me antojaba descorazonador sentarme a escribir, pero una vez que conocí la muerte del gran Muhammad Ali, y me puse a recordar muchas de las cosas que he ido aprendiendo sobre su vida, me vino la inspiración.

¿Se imaginan a cualquiera de los candidatos españoles, por llamarlos educadamente, de cualquier partido político, subidos a un ring, con Muhammad Ali enfrente? Y no solo estoy pensando en los sopapos que el político se llevaría -si Joe Foreman cayó, imagínense lo que les ocurriría a éstos- sino en la capacidad dialéctica que siempre demostró Ali, la cual se me antoja infinitamente mejor y más lúcida que la que despliegan los mamarrachos endomingados que dicen velar por el bien de España.

Sé que lo que planteo no es un combate justo, pero es que los políticos españoles llevan mucho tiempo engañando a la ciudadanía con sus trucos de magia baratos, sus promesas vacías y una hoja de ruta que siempre beneficia a los mismos. Y si alguien no dudó en desenmascarar la doble moral, y las desigualdades de su sociedad, ése fue Muhammad Ali.

Él fue coherente con lo que pensaba, con la imagen que proyectaba y tenía asumido que sus actos podían cambiar muchas cosas, aún estando en el punto de mira de las facciones más radicales de la sociedad norteamericana.

La mayoría de los políticos nacionales son cortoplacistas, torticeros, amorales, y tratan de esconder a quién deben rendir pleitesía, cuando las cifras macroeconómicas dejan bien a las claras quién les pagan las campañas, aunque ahora presuman de austeridad. Su única obsesión es pasar a la posteridad por sus grandes fastos, obras o palabros.

Ali pasará a la historia por ser quién fue, por hacer lo que hizo, por no rendirse y por ser el más grande. Él escribió una parte de la historia del siglo XX. Los políticos nacionales, con fortuna, llegarán a ser el pie de página de un libro de historia.

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