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Quien tiene un amigo, tiene un tesoro

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Pues no, la realidad, una vez más, me ha demostrado que, a poco que se lo proponga, puede superar a cualquier ficción. Ahora resulta que la mayor preocupación de muchos cargos electos es portarse muy, pero que muy bien, con sus amigos, incluso, pasándose “varios pueblos” si fuera menester.

Lo único que motiva a estos “virtuosos” cargos electos es mantener viva la llama de la amistad y, si para ello hay que beneficiar a una empresa propiedad de un amigo “del alma”, en detrimento de otra -más capacitada ésta última para una tarea específica, pero en manos de un perfecto desconocido- pues nada se hace y ya está.

Ahora me empieza a cuadrar el que se asigne a una empresa especializada en la colocación de moquetas en pabellones de congresos la gestión de una costosísima campaña de publicidad, en vez de a una agencia publicitaria. Aunque tampoco está demás recordar las ideas de una agencia de publicidad a la que se le ocurrió la GENIAL idea de promocionar nuestro archipiélago en un país azotado y casi demolido por la crisis, poco días antes de que las aerolíneas de dicho país suspendieran el único trayecto con las islas del que disponían.

El caso es que, según los códigos de conducta de las distintas formaciones políticas, lo que de verdad es punible, censurable, y causante de expulsión es pillar a alguien con las manos en la caja de galletas... perdón, en la caja de los dineros públicos. En lo tocante a favorecer a una empresa obviando las cualidades de otra, a pesar de las relaciones personales que el cargo en cuestión tenga con los propietarios de la empresa favorecida, pues nada, son cosas que pasan. Ya se sabe que el mundo es un pañuelo y que políticos y empresarios se pueden encontrar en cualquier rincón del mundo mundial.

Por tanto, si al final los tribunales sentencian que la pléyade de cargos públicos que hay en nuestra geografía salpicados por la sombra de la duda no han metido la mano en la caja de los dineros, debemos presuponer que su comportamiento favorecedor estuvo motivado por su desmedido afán en preservar una amistad. Vamos, que de haber vivido en la Inglaterra de Ricardo “Corazón de León” y su infame y megalómano hermano Juan, estos cargos electos hubieran formado parte de los insurrectos al mando de Robin Hood, en su busca por hacer lo correcto y salvar a su país de los desmanes del usurpador Juan.

De no ser así, créanme que no entiendo la actitud que motiva a muchos cargos públicos a hacer lo que hacen. Y no lo entiendo, en especial, porque, día tras día, los medios de comunicación, no todos pero sí la gran mayoría, nos sacuden las conciencias con una nueva trapisonda relacionada con la utilización de una forma torticera de los fondos públicos.

En algunos casos, nos enteramos del pago de enormes cantidades por proyectos imposibles, marcados éstos por un claro fin electoralista, pero que busca un impacto mediático necesario para dar una falsa sensación de seguridad. En otros, leemos cómo, desde determinados departamentos de tal y cual organismo público, se filtran condiciones y premisas para que luego un grupo empresarial se presente a un concurso público con las preguntas del examen bien aprendidas. Si esto es así, lo que no entiendo es la razón por la cual el llamado “cambiazo” está penado con un suspenso en la universidad o en el colegio, pero parece que no sucede nada cuando un empresario hace lo mismo al presentarse de esta forma un concurso público.

Luego están las compras por un valor muchísimo más alto de lo que los técnicos han determinado, lo que termina por acarrear un serio quebranto de las arcas públicas... Y así podría seguir con una larga letanía de ejemplos, los cuales ya cansan por lo repetidos y manoseados que están.

Y ahora, ¿alguien me quiere vender que nada de esto les reporta un solo beneficio a dichos cargos públicos, además de la lealtad de un amigo -que eso no se paga con dinero en mundo como el nuestro?

Puede que, en realidad, los equivocados seamos los que pensamos que muchas de esas trapisondas huelen a podrido y que, de alguna u otra forma, esos favores son de “ida y vuelta”. Mi argumento tiene que ver con que las campañas políticas son muy caras y en nuestro país no hay forma humana de saber quién está detrás de las donaciones a los partidos.

Ése es un tema del que nadie quiere hablar, dado que el limbo en el que está situado beneficia a todos por igual, pero esconde el verdadero problema.

Las campañas son muy caras y ya lo dice el refrán “es de bien nacidos, ser agradecidos” y, visto lo visto, muchos “amigos del alma” se han transmutado, en época electoral, en generosos donantes de fondos para que quien les ayudó continúe haciéndolo desde el puesto en el que está.

Repito que puede que los equivocados seamos los que pensamos así y que el verdadero problema sea el afán que tenemos los seres humanos por fantasear, tergiversar y buscar fantasmas donde solamente hay buenos sentimientos y mejores acciones.

Sinceramente me encantaría que así fuera, aunque, entonces, ¿cuál es la razón por la que dichos cargos, acompañados desde hace años por la sombra de la duda, se comporten como matones de puerto en vez de personas con la conciencia tranquila, dada la transparencia de sus actos? Ellos sabrán la razón, entre agasajo y agasajo...

Eduardo Serradilla Sanchis

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