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30 años de secretos

Juan García Luján / Juan García Luján

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Seguramente el 23F sea la jornada de la que más se ha escrito y tal vez sea el hecho del que menos se sabe. Que hayamos tenido que esperar tres décadas para saber cuánto bebieron y comieron los salvapatrias con tricornio o que Tejero ordenó quemar unas sillas si le cortaban la luz nos da una pista del miedo institucional a revelar los documentos secretos que quedan (los que no se han borrado) de lo que ocurrió las semanas previas al golpe en La Zarzuela, la Moncloa, la CEOE, las capitanías militares y la sede de los principales partidos políticos.

Alfonso Guerra llegó a hablar de 125 horas de conversaciones telefónicas grabadas. Fue el presidente del gobierno accidental, Franscico Laína, quien ordenó intervenir todas las comunicaciones entre el Congreso de los Diputados y el exterior. Este domingo Laína declaró en El País que se han publicado muchos bulos sobre esas conversaciones. Pero según recoge Javier Cercas en su libro Anatomía de un instante parte de esas grabaciones fueron escuchados por los miembros de la Junta de Defensa Nacional presidida por el Rey y Adolfo Suárez el 24 de febrero de 1981. Tras esa junta se ordenó la detención del general Armada.

El libro de Cercas fue reconocido con el Premio Nacional de Narrativa 2010. Menos eco está teniendo otra publicación a la que alude el propio Javier Cercas en su ensayo: 23-F, el rey y su secreto de Jesús Palacios. La tesis de Palacios es que el golpe de Estado que se produjo hace 30 años fue una operación de corrección del sistema. Un golpe del sistema contra el sistema. Según Palacios en la trama estuvieron implicados todos los estamentos: partidos políticos, empresarios, iglesia y monarquía.

Recordemos el contexto: casi nadie quería al presiente Adolfo Suárez, ni su partido, ni la oposición (el PSOE había presentado una moción de censura meses antes), ni el rey que criticaba a Adolfo Suárez (reconocido en otros trabajos periodísticos), ni los militares (que no le perdonaban la “traición” de legalizar el PCE), ni la patronal (que pedían mano dura contra los trabajadores para afrontar la crisis económica), ni la iglesia (que veía perder los privilegios que le dio Franco). Añádase a este descontento los numerosos atentados terroristas de ETA (un centenar de muertos al año) y las reivindicaciones de estatutos de autonomía.

La novedad de la tesis de Palacios es que plantea que había un consenso entre los militares y los principales partidos políticos (dirigentes del UCD, PSOE e incluso el PCE) para montar un gobierno provisional presidido por el general Armada con Felipe González de vicepresidente. La composición de ese gobierno no la sabía Tejero, que se enteró de la propuesta cuando ya estaba dentro del congreso de los Diputados y se negó a aceptarla. Según Cercas esa negativa fue lo que frustró el plan y llevó al rey a frenar el golpe de Estado.

En las mismas tesis que Palacios se mueve la película documental de Gustavo Socorro, La última traición. Claves de 23 F. El abogado y escritor canario nos contó ayer en El Correíllo las problemas que tuvo para realizar el documental y para lograr emitirlo. Comenzó unas negociaciones con Telecinco que finalmente se frustraron. Sostiene Gustavo Socorro que en España todavía no hay madurez democrática suficiente para contar lo que pasó el 23 de febrero, cree que sólo cabe la versión oficial: unos militares nostálgicos de Franco se confabularon para dar marcha atrás a la historia pero gracias al rey de España recuperamos la democracia definitivamente.

Ayer mismo escribía Miguel Ángel Aguilar en El País que algunos intentan culpar al rey del golpe de Estado para vender más ejemplares o tener más audiencia. La tesis se contradice con el ostracismo al que se suelen condenar las versiones del 23-f que se salen de la oficial. Aquí debemos recordar nuevamente al periodista argentino Horacio Verbitsky cuando dijo que periodismo es contar lo que alguien no quiere que se sepa, lo demás es propaganda.

Un servidor no ha investigado el 23 F, así que me cuesta hacer una hipótesis de los hechos. Pero incluso las versiones más oficiales reconocen que los servicios de inteligencia españoles participaron en la organización del golpe de Estado. Quizá eso explica que hayamos tenido que espera 30 años para conocer la anécdota de los gastos en vino y espárragos en aquella noche de los transistores. Mientras los guardias civiles bebían wisky y vino la sociedad española se quedaba en casita escuchando la radio. Habrá que esperar otros treinta años para conocer nuevos detalles. Y algunos siguen hablando del gran ejemplo mundial de la transición política española.

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