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Tres en uno

Cristóbal D. Peñate

Fue llegar Podemos al Cabildo de Gran Canaria y al ayuntamiento capitalino y ascender inmediatamente después la UD Las Palmas a Primera División. Todo en uno. No sé si tiene algo que ver con el asalto al cielo que preconizaba Pablo Iglesias (el contemporáneo, no el histórico), pero en la calle la gente parece contenta. Lo que hay que averiguar es qué porcentaje se lleva la política y qué el deporte.

Los partidos convencionales de siempre, los de toda la vida, acusan a los de Podemos de populistas, pero no sé yo si es más populista propugnar el fin de los desahucios que embutirse en una camiseta amarilla solo cuando se festeja un ascenso.

A mí eso de ponerse la camiseta de la UD Las Palmas a partir de cierta edad siempre me pareció una infantilidad, unos de los actos más pueriles que puede tener un ser humano cuando pasa la edad de la adolescencia. Puede entenderse cuando uno es un niño que aún no sabe que los reyes son los padres o un púber imberbe que se debate entre seguir estudiando o despachar cubatas detrás de una barra.

Resulta incomprensible, sin embargo, entender que un simple ascenso, una simple victoria, un simple gol, una cosa tan de andar por casa como el fútbol, pueda hacer gritar y llorar de emoción a un ejecutivo agresivo, un empresario de éxito, un camarero de barrio, un intelectual reputado, un fontanero maduro, un catedrático escrupuloso, un ama de casa con nietos o una enfermera que te pincha el culo en el Hospital Insular.

No se qué puede tener el fútbol que te hace alegrar el semblante y vociferar de alegría, aunque lleves dos años en el paro, tengas una enfermedad crónica, hayas roto con tu pareja después de tres lustros o te haya atropellado un sidecar.

Me aterroriza comprobar que somos capaces de dejar que nos lideren socialmente unos mocosos ignorantes que lo único que saben es dar (bien, eso sí) patadas a un balón. No creo que a ningún padre en su sano juicio le gustaría que su hijo emulara a estos futbolistas avivadores del pleito insular, tatuados hasta el corvejón y con unos peinados extravagantes que yo no me haría ni aunque me pagasen un potosí.

La noche de la celebración pudimos ver la mala educación de unos cuantos jugadores del equipo, que en vez de capitalizar la alegría colectiva nos empujaban a enfrentarnos a nuestros paisanos de Tenerife en una suerte de advocación absurda e idiotez colectiva. Muchos de estos malcriados tienen una inteligencia inversamente proporcional a su juego.

Me gusta el fútbol, siempre me ha gustado, y me alegré mucho del ascenso del equipo gualdazul, pero me niego a que una banda de mequetrefes me ordenen que tengo que saltar en la plaza de España (antes de La Victoria) si no quiero ser chicharrero. No soy chicharrero porque nací en Gran Canaria, pero soy más chicharrero que futbolista de la UD Las Palmas. Afortunadamente aún conservo dos dedos de frente.

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