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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
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Ni banderas ni burdeles

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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El libro, traducido en nuestro idioma como No le digas a mi madre que trabajo en publicidad?Ella cree que soy pianista en un burdel ponía sobre la mesa muchas de las carencias y querencias del mundo de la publicidad, demoliendo, de paso, buena parte de los prejuicios que rodeaban y aún rodean, al mundo de la publicidad, especialmente en el área de la creatividad.

En nuestro país, el libro de Séguéla, además de ser atribuido a otros autores ?algo que se repite con una machacona insistencia, debo añadir- sirvió para despertar las consciencias de quienes, por aquel entonces, trataban de quitarse la sombra de la dictadura que acaba de fenecer y su nauseabunda censura.

No obstante, y a pesar del buen hacer de las agencias publicitarias españolas, los tópicos que rodean a la publicidad se han mantenido, muy a pesar de Séguéla y de quienes pensamos que la publicidad es un medio no solamente apto para vender, sino para formar e informar. Si a ello le sumamos la cada vez más cercana relación que hay entre la publicidad y los organismos públicos ?la bien llamada “publicidad institucional”- nos topamos con una realidad que, lejos de informar, marea, distorsiona y machaca sin orden ni concierto.

En realidad esto no tendría por qué ser así, dado que Séguéla es conocido entre el común de los mortales por ser el responsable de la campaña que llevó al político francés François Mitterrand hasta el mismísimo palacio del Eliseo. El eslogan ideado por Séguéla fue La force tranquille (La fuerza tranquila) el cual se alejaba bastante del tono beligerante tan del gusto, por ejemplo, de la caverna conservadora, especialmente la española.

No quiero decir que un creativo como Séguéla evitara hacer uso de muchos de los recursos propios de las estrategias publicitarias, pero su forma de entender la publicidad estaba muy lejos de los ejemplos que, en las últimas campañas publicitarias nacionales, adornan las vallas y las cuñas de las formaciones políticas.

Se ha llegado a un extremo en el que TODO está permitido con tal de difamar al contrario, olvidando que, para hacer lo que hacen, -quienes se prestan al diseño, impresión y contratación publicitaria de anuncios basados en una mentira-, mejor se dedicaran a trabajar de pianistas en un burdel. No benefician ni al mundo de la publicidad ni a la sociedad en general quienes se prestan a contradecir la más mínima ética y deontología publicitaria, plegándose a los dictados de quienes luego pagarán la marranada que están perpetrando con jugosos contratos oficiales.

Sé que ya no hay tantos burdeles como antes, pero, visto lo visto, y a tenor de los varapalos que acaban por venir desde la JEC, mejor se plantearan que su futuro no pasa por lanzar mensajes trufados de mezquindad, sino trabajando en un respetable local donde se comercia con la vida de las personas, sin tantos tapujos y llamando a las cosas por su nombre. Créanme que yo lo intenté, lo de trabajar de pianista en un burdel, pero mis nulas capacidades musicales me hicieron desechar tal idea, aunque sí que decidí abandonar el mundo de la publicidad, pero no por la tentación de ahorcarme con la corbata que llevaba puesta cuando iba a trabajar.

Y por lo que veo no sólo escasean los burdeles, los de pago, me refiero, sino que también las grandes enseñas patrias no pasan por su mejor momento, según me cuentan. Parecen que la GRAN bandera, aquella que todos los Gran Canarios nos íbamos a tragar por la megalomanía de unos pocos, le gusta jugar al despiste. Según me cuentan, lo mismo está que no está, un hecho que, a buen seguro, pone en jaque a quienes piensan que con enseñas se solucionan los problemas de nuestra sociedad, mientras se torpedean asuntos menos serios como la educación, la sanidad y los asuntos sociales.

Ya puestos ¿por qué no recurren al imaginario estalinista, amante de las banderas, los mensajes patrióticos y las verdades absolutas, a pesar de que ideológicamente los separe un abismo? Al final, el resultado es el mismo y la sociedad sale igualmente perjudicada.

Aunque se me ocurre una idea mejor. ¿Y si montamos un enorme y lujoso burdel rodeado de una gran enseña a modo de lazo de aniversario? Si lo hicieran, hasta yo me plantearía aprender a tocar el piano, porque, desde que leí el libro de Séguéla, me he preguntado cómo sería una vida como ésa. Y más ahora que sé la miserias que hay en el mundo exterior. ¿Se apuntan a la idea?

Eduardo Serradilla Sanchis

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