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El derecho de la mujer a elegir

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Desde el momento en el que aprendí las reglas del juego sobre las que se sustenta esta patética y esperpéntica sociedad humana en la que sobrevivimos, me di cuenta de la desigualdad que siempre ha existido entre los dos sexos.

Sé que buena parte de estas desigualdades tienen que ver tanto con una errónea concepción de la fuerza física -la cual siempre ha supuesto una ventaja para los varones y una desventaja para las hembras- como por creencias religiosas que, vengan de donde vengan, se ceban en el sexo femenino en favor del masculino.

No entraré en consideraciones religiosas, dado que cada cual es muy libre de creer en lo que le venga en gana, aunque igualmente creo que las normas impuestas por una determinada creencia no deberían menospreciar y/ o condicionar a ninguno de los dos sexos, ya estén escritas en piedra, papel o titanio.

Si lo hacen, fomentarán el desequilibrio, la exclusión, los abusos y la indefensión que hoy, un día como cualquier otro, sufren millones de mujeres en todo el mundo, vejadas y condicionadas por padres, maridos, superiores o predicadores de una u otra creencia que no cesan en su empeño de anular y martirizar a cuanta fémina se cruce en su camino.

Piensen, si no, en las mujeres que mueren por prácticas tan bárbaras como la ablación. Piensen en aquellas que son desfiguradas por miserables ignorantes y cabestros, bajo el socorrido pretexto de los celos. Luego están aquellas que mueren a manos de sus “amantes maridos”, los cuales, si no pueden vivir sin ellas, mejor se quitaran del medio en vez de asesinarlas y luego aparentar su arrepentimiento con un intento “fallido” de suicidio.

Hay casos de adolescentes secuestradas y obligadas a casarse con ancianos libidinosos y decrépitos, con tal de mantener “la tradición”. E igualmente hay jóvenes que son tiroteadas por fanáticos dementes al pretender tener una educación que les permita ser algo más que un vientre para procrear y dos brazos para trabajar, mientras el varón descansa.

Y no se crean que estas cosas pasan en el tercer mundo, lejos de nuestra civilizada sociedad. Las mujeres que mueren a manos de esos seres que pretenden ser sus parejas, pertenecen a nuestro mundo, ése que dicen ser el primero. En nuestro mundo, las mujeres deben trabajar el doble para cobrar la mitad y encima luchar, en buena parte del mundo, por ser beneficiarias de sus derechos de maternidad. En eso, nuestro país es una vergüenza y ejemplos como los remitidos por algunas de las féminas del actual gobierno a ese respecto son una buena muestra de ello. La realidad dicta que antes de ponerse como ejemplo, uno/ a debería darse cuenta de cuál es la situación de quienes le rodean y no enarbolar una u otra bandera sin caer en la cuenta de las consecuencias de los actos propios.

Encima, los pocos derechos adquiridos en temas tan personales como pudiera ser el aborto ?tema en el que las consideraciones religiosas de los demás deberían dejarse a un lado- demuestran que el interés de los grupos y colectivos bien pensantes busca más el condicionamiento de la sociedad en la que se vive que las necesidades de quienes viven en ella. Además, cualquiera sabe que la gente de bien no aborta, en España, sino que, al igual que ocurría en los años sesenta y setenta ?y los datos y los comentarios de personas que fueron testigos de estos viajes me lo corroboran- se van a otro país y dan por zanjado el “problema”, lejos de las miradas indiscretas de la vecindad.

Claro que declaraciones de mandarines electos, los cuales proclaman que sólo abortan las incultas o que se protege más a los cefalópodos que a los no-natos demuestran lo torticera que puede ser la política, las ideologías y las creencias religiosas cuando éstas se utilizan como ariete para tratar de condicionar a una sociedad.

Lo que no entiendo es ¿por qué no se han gastado tantos recursos y energías en combatir los abusos a las mujeres y a los niños, los cuales son tan víctimas como esos no-natos que, según las retorcidas mentes de los anti-abortistas, mueren cada día sin que nadie se preocupe por ellos?

¿Acaso esas mujeres que son salvajemente asesinadas por sus parejas masculinas no se merecen toda la ayuda que la sociedad pueda darles? ¿No estaría bien que alguien pagara una campaña nacional de vallas publicitarias, marquesinas de autobuses y spots en televisión señalando con el dedo a todos aquellos que se “divierten” golpeando a sus mujeres e hijos? ¿Qué ocurre? ¿Acaso no son víctimas los cientos de miles de niños y niñas vejados por quienes, luciendo una sotana o presentando un teleshow de éxito, abusaron de ellos como si se trataran de ganado que se compra en una feria?

Está claro que se puede ser hipócrita, miserable, torticero o rastrero, pero tanta ceguera e ignorancia fanática en una sociedad tan necesidad de soluciones empieza a cansar. Mejor les vendría empezar a respetar los derechos de las mujeres y su libre albedrío para decidir lo que ellas quieran, sin que nadie, humano o divino, condicionen sus vidas.

Si, al final, SI se nos juzga por nuestros actos, cada uno argumentará o litigará como pueda o quiera, pero, mientras tanto, dejen de tocarle las narices al personal. ¡QUE YA ESTÁ BIEN!

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