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Tenemos derecho a...

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¿Tenemos derecho a?? Derecho a callar y a tragar con las tropelías de los mangantes que nos ha tocado en suerte, verbigracia de nuestra mala cabeza a la hora de escoger a quienes un día juraron defender el bien común, mientras cruzaban los dedos por detrás, pensando ya en la caja de los dineros.

¿Tenemos derecho a?? A soportar que se juegue con el futuro de las nuevas generaciones, su formación y su bienestar, parapetados bajo el lema “son cosas de la crisis”. El último y esperpéntico episodio de las becas Erasmus es otra muestra más de lo torticeros que pueden ser los gobernantes y lo cínicos que llegan a ser quienes los escogen. No hay duda de que quienes pagan las campañas del partido conservador español no tienen que preocuparse del dinero de dichas becas y, por lo tanto, que se las reduzca, anulen, finiquiten y/ o exterminen, se las trae al pairo. En este sentido, como en otras tantas cosas, es el capital, los intereses creados y la cuenta de resultados quienes marcan la hoja de ruta, y el resto de la sociedad y sus necesidades son una cuestión baladí.

¿Tenemos derecho a?? A vivir entre adefesios urbanísticos, ejemplos de la mala praxis, el derroche y el clientelismo político-empresarial que tanto daño ha hecho a nuestra sociedad. Además, el común de los mortales, aletargado y embrutecido entre tanto titular deportivo, se regodea en el placer de disfrutar de los más fastos pabellones deportivos, enlosados con maderas nobles y marcadores de la “galaxia exterior”, mientras las partidas para educación languidecen, se reducen, o, simplemente, desaparecen.

Me gustaría que un padre me explicara cómo es que se siente orgulloso de un determinado estadio futbolero, un pabellón de deportes, o cualquier zarandaja por el estilo cuando su hijo/ a, sobrino/ a lleva años estudiando en el escalón de una escalera que da acceso a una biblioteca, dado que no hay dinero para ampliarla. O cómo es que sigue votando a un determinado cargo político, símbolo de una determinada ideología, cuando en su ciudad, en vez de parques hay mamotretos de hormigón como mayor logro de su gestión.

¿Tenemos derecho a?? A ver cómo la población envejece, de manera progresiva, dado que nada ni nadie ha reparado en lo costoso y complejo que es tener un niño en nuestras fronteras. Ya no se trata de estadísticas ni nada por el estilo, sino de salir a la calle y ver cuál es la situación. Encima, tampoco nadie es capaz de aceptar, de una vez por todas, que el sistema de producción español está obsoleto, al igual que los horarios comerciales. Cuando en España se vuelve a entrar a trabajar, en el resto de Europa las personas se van a su casa, con sus familias. ¿Quién se cree, a estas alturas, el mito de “la dieta mediterránea” y “la siesta española”?... ¡Por favor, que estamos en el siglo XXI!

¿Tenemos derecho a?? A reírnos o a llorar, según se elija, ante las chiripitifláuticas sentencias judiciales que, cada día, nos demuestran que la justicia no es ciega, ni sorda, ni inmune a ser comprada por cualquiera que tenga el dinero suficiente como para hacerlo.

Entre su lentitud, su indisimulada sumisión para con quien gobierna, y su empeño por evitar que las cosas lleguen a cambiar, lo extraño es que no prohíban sobrepasar el límite de velocidad que marca el código de circulación en un circuito de fórmula uno. De seguir así, las imputaciones, por lo menos en el ámbito político-empresarial, se convertirán en una herencia que pasará de generación en generación ante el lento devenir de una justicia que nunca acaba por llegar.

¿Tenemos derecho a?? A cometer, por lo que parece, una y otra vez los mismos errores y a confiar en que alguien ajeno venga a solucionarnos nuestros problemas, dado que somos incapaces de pelear por nosotros mismos ¿No es cierto? Pues la realidad dice todo lo contrario y, si no piensas igual, te enseñan la puerta y ya está. ¡Hasta luego Lucas!

¿Tenemos derecho a?? A bien poco, de un tiempo a esta parte, en manos de quien estamos y con los continuos sobresaltos a los que nos somete la realidad continua. Entre las contradicciones de quienes dicen mandar -una presunción que nada tiene que ver con la realidad-, la apatía de la sociedad, temerosa del futuro y demasiado acostumbrado a esperar una suerte de “mesías” político que, al igual que el médico chino, solucionará todo los problemas, y la misma coyuntura del mundo mundial, queda poco margen de maniobra.

Lejos quedan aquellos tiempos de “vino y rosas” pagados con el dinero de unos bancos que llevaron el concepto de préstamo hasta el límite mismo de lo delictivo, incapaces de ver que la bonanza no duraría para siempre. Ahora no te regalan un nórdico o un juego de sartenes si ingresas 3.000 euros. Ahora, entrar a un banco es una experiencia casi religiosa y, por supuesto, si acudes es por algún recibo impagado o para solucionar cualquier otro contencioso, porque ir a pedir dinero es algo absolutamente impensable.

La única opción que queda es apostar bien fuerte, poner tu trabajo, tus conocimientos, y tu dinero, en aquello en lo que crees, práctica habitual en el resto del mundo, pero no en España, lugar en donde vivir a costa de una subvención pública se convirtió en toda una titulación de la tan aclamada y ponderada “universidad de la vida”. Esos tiempos se acabaron y, salvo que tengas un determinado apellido -un ariete que aún funciona dentro de la administración pública-, no hay subvención que valga, ni proyecto que la justifique.

Estamos solos ante una coyuntura bien desfavorable, rodeados de una panda de nostálgicos que piensan que los dictadores pueden ser “buenos y benevolentes”, y amantes de un credo que sigue lastrando la buena marcha de nuestro país. Sumen aquellos que pagan las campañas para que nada, NADA cambie en nuestra sociedad -aunque no haya dinero para becas, camas para los hospitales, ni comida para dar de desayunar a los más pequeños- y verán que ni hay brotes verdes, ni las cosas empiezan a marchar un poco mejor.

Si antes las diferencias se disimulaban, ahora ya no, y las cosas irán a peor, por la codicia de unos pocos.

¿Tenemos derecho a?? A pelear por lo que nos importa, a no dejarnos condicionar por una panda de mentecatos e impresentables y marcar nuestras propias reglas de juego, siempre y cuando no atenten contra la buena marcha de nuestra cacareada sociedad. Tenemos derecho a pensar libremente, a expresarnos y a no dejar que nos mangoneen los mismos de siempre.

Y tenemos derecho a ser quienes queremos ser, por mucho que unos señores con traje caro ?y el nudo de la corbata mal hecho- o vestidos con el negro clerical, nos digan lo que debemos hacer. Ni el cielo, ni el infierno existen sino todo lo contrario y mientras no aceptemos que NO hay nadie mejor que nosotros mismos para tomar una decisión, mal nos irá.

Ah, también tenemos derecho a decirles, a esos mismos individuos: -“Usted sabe que es un perfecto imbécil. Yo sé que usted es un perfecto imbécil. Ellos saben que usted es un perfecto imbécil, aunque le rían la gracia como ”cantamañanas“ que son. Por eso, mejor me despido antes de que yo también me vuelva un perfecto imbécil. Ya saben lo que dicen, ”todo se pega menos la hermosura. Y dicho esto, ¡salve y que usted lo pase bien!“-

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