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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
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El desenfoque

José H. Chela / José H. Chela

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Hoy mismo, con la vista que está señalada para esta fecha y se verá en el Juzgado de Instrucción número uno de la capital tinerfeña, se sabrá qué va a pasar con los inminentes carnavales en las calles de Santa Cruz. Y todo apunta a que no pasará nada. Que todo discurrirá, más o menos, como estaba previsto. Pero, el alcalde no podía desaprovechar el auto judicial que se hizo público el pasado jueves y por el que se suspendían cautelarmente –habría que insistir en ello: cautelarmente- los actos callejeros de las carnestolendas hasta este mismo lunes. Desde el jueves al lunes no había, también es de rigor señalarlo, ninguna celebración a la intemperie susceptible de ser prohibida. Se trataba, pues, de aguardar unas pocas jornadas y confiar en que todo se solucionase civilizadamente, como así será con toda seguridad (si no, tendré que tragarme estas optimistas palabras, pero lo dudo). Sin embargo, Miguel Zerolo no podía, repito, desaprovechar la ocasión de escenificar un presunto ataque de la Justicia –manipulada por el PSOE, se supone- contra “el corazón, los sentimientos y la historia de Santa Cruz de Tenerife”, todo lo cual, por supuesto él mismo representa. Faltaría más. La verdad es que nadie ha atacado a nada ni a nadie, que el alcalde atizó los ánimos del pueblo empleando medias verdades –no voy a insistir en el tópico de que son las peores mentiras- y que, en ningún momento, la decisión coyuntural y transitoria del juez, afectaba, como se publicó en un bando de la alcaldía, a la cabalgata anunciadora, al concurso de ritmo y armonía de las comparsas ni nada por el estilo. Zerolo, sabedor de que todo se arreglará con buena voluntad y propósito de ciertas enmiendas, magnificó y desenfocó la verdadera esencia del conflicto y sus posibles consecuencias, para erigirse en el defensor y salvador a ultranza de las fiestas más populares del Chicharro y las que más votos le otorgan. La demagógica jugada ha tenido éxito en parte, porque el gentío se ha soliviantado lo suficiente y ha caído en la trampa de la desinformación. Los carnavaleros están dispuestos a todo, han dicho, si el carnaval en la calle se suspende. Algo que es absolutamente impensable. Lo que sí se puede suspender –y debería- es el ruido infernal de los chiringuitos y camiones engalanados. Pero, en esta oportunidad, el farol, en el fondo aldeanista, de don Miguel no ha tenido el eco que, probablemente, esperaba por parte de algunos incondicionales. Al contrario: la mayoría de los comentaristas y analistas de prensa se han apresurado a descubrirle el truco y a desvelar las auténticas razones, intenciones y objetivos de un alcalde excesivamente aficionado a tomar el peluco al crédulo vecindario. Menos mal.

José H. Chela

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