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'ferrum in manu est; moriere, si emiseris vocem'

Israel Campos

La Historia está repleta de momentos fundacionales. En la Antigüedad, existe uno determinante para el devenir posterior de los acontecimientos que fue el episodio por el cual los romanos expulsaron al último de sus reyes, llamado Tarquinio el Soberbio (el nombre ya nos dice mucho), para instaurar un gobierno oligárquico que posteriormente acabaríamos conociendo como República. Lo que debió ser un periodo de convulsión política y de tensiones sociales como para desembocar en un cambio de régimen político, fue recogido por la literatura romana posterior envuelto en un episodio melodramático en el que un hecho puntual, la violación de la matrona Lucrecia, desencadenó un estallido de indignación que provocó la huida del rey Tarquinio de Roma. Tito Livio es el autor romano que más detalladamente ha descrito la escena en la que el protagonista es el hijo del rey, quien, embriagado por el alcohol y la lujuria, asalta el dormitorio de Lucrecia, esposa e hija de patricios romanos, e impunemente, bajo la amenaza de la espada y con amenazas de muerte (ferrum in manu est; moriere, si emiseris vocem) logra consumar la violación. Este hecho desencadena una demanda de justicia que, como señalé, ha sido presentada por la tradición como el origen de la república romana. Sobre el crimen de una violación, se funda un nuevo estado, podría ser nuestra conclusión.

Sin embargo, no podemos ignorar el contexto de este relato. La sociedad romana, como todas las de la Antigüedad, como la nuestra de hoy en día, está determinada por una impronta patriarcal instalada en sus más profundas raíces. El relato-leyenda de la violación de Lucrecia cumplía en el momento en que fue compuesto toda una serie de funciones político-sociales. Por un lado, resalta los excesos tiránicos de una monarquía que pudieran justificar un cambio de gobierno de forma legítima. Pero desde el punto de vista moral, la figura de Lucrecia y su reacción posterior se convirtió en paradigma de lo que debía ser la respuesta que los romanos (y la sociedad en general) esperaban que tuviera una mujer que había sufrido una violación: no resistirse ante el violador, dejar en manos de los hombres la “reparación del honor perdido” (que es la principal motivación que lleva a sus familiares a la venganza) y, finalmente, suicidarse para no soportar en vida la mancha de haber sido violada. En el propio relato, Livio atribuye a la víctima una frase que resume la mentalidad que lo preside: “¡Ninguna mujer quedará autorizada con el ejemplo de Lucrecia para sobrevivir a su deshonor!”.

En estos días, la actualidad mediática y judicial en España ha estado marcada por otro episodio de violación. Los juicios paralelos y los debates de todo tipo han puesto su enfoque mucho más en la actitud que debía haber tenido la víctima antes, durante y después de la violación, que en el hecho mismo de que un grupo de hombres se sintieran amparados impunemente por una cultura patriarcal que les permite ejercer violencia física y sexual sobre una mujer sin temor a las consecuencias. Lo que se ha dicho en muchos foros y en el planteamiento de la defensa, me ha llevado a recordar la figura de Lucrecia. Ella representaba la encarnación de lo que la sociedad tradicionalmente ha esperado de la mujer violada. Que se sienta además de ultrajada, culpable. Que pague con su vida, si no ya en el sentido literal, al menos sí mental y socialmente. Que oculte su “delito”, dejando de hacer su vida normal, porque supone una ofensa para ella, para la honra de su entorno, para la normalidad social.

Mañana es 25 de noviembre y se conmemora a nivel internacional el Día contra la Violencia de Género. La fecha no es aleatoria, recuerda el asesinato en ese día de tres activistas dominicanas por orden del dictador Trujillo en 1960. Las Mariposas fueron torturadas por su labor de oposición al régimen, pero se convirtieron en el símbolo de la violencia que se ejerce por cualquier motivo por parte de los hombres sobre las mujeres, principalmente por ser eso: mujeres. Los Días Internacionales no acaban con los acontecimientos que llevan a su conmemoración por sí solos, pero sí deben servir para que todos y cada uno de nosotros nos detengamos y reflexionemos sobre esta cuestión. Para que por acción u omisión no seamos continuadores o justificadores de un entorno que perpetúa una cultura como la que amparó un relato como el de Lucrecia, el trágico destino de las Mariposas o la estigmatización de una víctima cuando se atreve a denunciar cualquier violencia que se ha ejercido sobre ella por ser mujer.

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