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El franquismo 'sociológico'

José A. Alemán / José A. Alemán

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Son actitudes que cubren un amplio arco, desde la total falta de memoria, precisamente, a la hipocresía y la falta de caridad cristiana, ya ven, de la jerarquía eclesiástica hasta la ausencia de sentido común y de la proporción de las cosas. Por no hablar de otras actitudes como las que han llevado a la imputación del juez Baltasar Garzón por tratar de ponerle etiqueta jurídica a los crímenes fascistas.

Respecto a la falta de memoria se olvida de la amnistía acordada en el marco de la Transición. La medida, no nos engañemos, favoreció a torturadores y asesinos que cometieron sus delitos no ya durante la guerra, sino bajo el régimen de Franco. Se beneficiaron, en definitiva, de lo que fue un acuerdo de todos para pasar página y posibilitar la convivencia civil. Un acuerdo, una amnistía, que no hubiera sido posible sin la generosidad de quienes sufrieron, además del trauma de perder familiares, el estigma social de ser hijos de sus padres durante los largos años de dictadura y de los que padecieron persecución, tortura y cárcel bajo un Régimen que siguió ejecutando penas de muerte hasta meses antes de la extinción del dictador.

Por eso, por la actitud de las víctimas del franquismo cuando la Transición y la que han mantenido durante los años de democracia, me parece infame que se considere el deseo de toda esa gente de identificar a sus muertos, de darles una sepultura digna y de rehabilitar sus nombres expresión de revanchismo o de ansias de venganza. Han pasado 73 años desde el comienzo de la guerra civil y 34 desde la muerte de Franco y si los asesinos y torturadores de la guerra y de la inmediata posguerra han muerto en su inmensa mayoría, a los otros los protege la amnistía. Hace varios años, en una terraza del Paseo de Gracia barcelonés, un amigo me señaló a una persona sentada cerca de nosotros como el policía que en una ocasión lo torturó en los calabozos policiales. “La amnistía, ya sabes”. De la jerarquía eclesiástica nada digo porque está convencida de que Dios está con ella y es inútil cuanto se le diga.

La otra tarde, en el parque de San Telmo, se recordó la ejecución hace 50 años de Juan García, el Corredera. Quiso utilizarse su figura como símbolo para promover las asociaciones canarias de la Memoria Histórica. Recuerdo muy bien los dos juicios, el penal, celebrado en la vieja Audiencia repleta de gente, que rebosaba por las calles de los alrededores, y el Consejo de Guerra de días después. Aquella barbaridad nos desveló, a mí y a muchos de mi generación, la crueldad del régimen y creo que entonces comprendí la raíz de la inmensa popularidad del Corredera: los allí congregados, que corrieron el evidente riesgo de aplaudir a Juan García, sabían que al Corredera le tocó lo que pudo haberle tocado a cualquiera de ellos. A él le cayó la china y sabían que ellos sólo tuvieron mejor suerte. La arbitrariedad y la falta de garantías eran la norma del régimen. El acto ha suscitado comentarios negativos en radio y TV y conviene poner las cosas en su sitio.

No excluyo que haya gente de buena fe inquieta por la reivindicación de la memoria histórica. Pero esos motivos de inquietud los ha sembrado el franquismo que llaman “sociológico”, ese que continúa enquistado por ahí y que se enmascara de sensatez para consumar la infamia que les digo.

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