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Una godada

José H. Chela / José H. Chela

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Lo más sangrante del asunto es que el director del tormento llegó a las Islas, a la isla, exhibiendo una prepotencia propia del godo más redomado. Nos explicó, con pelos y señales, en qué nos habíamos equivocado hasta la fecha. La gala tenía una duración excesiva que era preciso recortar (la suya superó las tres horas y pico), nos dijo que no quería gordas en escena y metió en ella a dos cantantes de peso, en el peor sentido de la palabra (una de ellas disfrazada de tienda de campaña para disimular), nos prometió agilidad, y frescura y pocas veces hemos contemplado un espectáculo más plomizo y huérfano de ritmo y continuidad. Rafael Amargo pasó, completamente, de la idiosincrasia de la fiesta, se negó a informarse y a documentarse sobre la esencia del carnaval y se mostró convencido de que los isleños somos unos capullos a los que se puede encandilar con cuatro estrellitas de tercera fila. Y aprovechó la circunstancia para pagar unas perrillas a unos cuantos amiguetes que tampoco tenían ni puñetera idea de dónde estaban ni de lo que la gente esperaba de ellos ni de lo que para los espectadores representaba el acto en el que se habían involucrado, mientras él se embolsaba el millón de euros convenido por su trabajo, en los que se incluyen los gastos de producción (el cálculo barajado es que el bailarín se embolsará cincuenta y muchos millones de las antiguas pesetas limpios de polvo y paja). Nunca antes, tampoco, se habían escuchado en una gala de estas características, tantos abucheos, silbidos y gritos de “fuera, fuera”. También es insólito el hecho de que un grupo carnavalero, la murga Diablos Locos, en este caso, se hayan negado a actuar como rechazo al planteamiento de semejante dislate despojado de cualquier atisbo de identidad. Tampoco un alcalde había sido pitado, anteriormente, en el momento de subir al escenario. Zerolo ha reconocido que se equivocaron al elegir al director de la gala. Una equivocación que cuesta un millón de euros al erario municipal, aunque ahora se pretenda pedir daños y perjuicios al bailaor por haber dañado la imagen de unas fiestas de interés turístico internacional. ¿No habrían sido quienes lo designaron, sin garantía alguna y sin enterarse de lo que iba a hacer, quienes han deteriorado verdaderamente esa imagen? Hasta el concejal de Fiestas, Hilario Rodríguez, se ha apresurado a quitarse el muerto de encima recordando que, cuando se le traspasó el área municipal, en diciembre pasado, el contrato con Amargo ya estaba firmado por su antecesor. Bruno Piqué. Pero también es verdad que ha sido Hilario quien mejor ha definido lo que se presenció la noche del miércoles en el recinto ferial: una godada.

José H. Chela

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