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La guerra de Afganistán

Juan García Luján / Juan García Luján

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Pero Afganistán estaba en el lugar adecuado en el momento oportuno. Un país que hace frontera con Irán, Pakistán, China y la India era un lugar estupendo para instalar unas bases militares permanentes que provocaran el respeto de las principales potencias militares asiáticas que compiten con Estados Unidos: China y la India. Por eso el fundamentalista George W. Bush ordenó la invasión del país el 7octubre de 2001. El mundo estaba conmocionado por los atentados del 11 de septiembre, transmitidos en directo por las televisiones. El imperio clamaba venganza. Era necesario buscar el enemigo externo. Osama Bin Laden, y los tripulantes-secuestradores de los atentados del 11-S procedían de Arabia Saudí, y sus equipos de apoyo venían fundamentalmente de Marruecos. Lo han dicho antiguos dirigentes de la CIA en muchas ocasiones. Pero Arabía Saudí es un régimen fundamentalista aliado porque tiene mucho petróleo. Entonces se decidió invadir Afganistán porque allí, decían, estaba Bin Laden. También querían derrotar el régimen de los talibán, unos señores de la guerra que fueron armados y organizados por la CIA y Estados Unidos para combatir a los soviéticos en el país asiático.

La operación Libertad Duradera se convirtió en invasión permanente. Desde entonces el balance es demoledor. Decenas de miles de muertos afganos. La balanza de cadáveres siempre se inclina para el mismo lado: la población civil local. Con Cristo Ancor son 90 los militares muertos españoles en Afganistán. Sólo los primeros 5 días de la invasión en octubre de 2001 murieron 300 civiles afganos víctimas de las bombas racimos que lanzaban los aviones de la OTAN.

El PP tiene un discurso cínico sobre esta guerra. Le echa en cara al gobierno de Zapatero que no llame guerra a lo que pasa en Afganistán. Es verdad que no es una misión humanitaria, es verdad que no están construyendo un país. Se trata de una guerra de ocupación colonial, con formas modernas y un gobierno títere que hace trampa en las elecciones, pero sigue siendo una ocupación extranjera que no es bien vista por la población afgana. Pero en esa guerra nos metió Aznar y no nos ha sacado Zapatero. ZP le cambia el nombre, para no contradecirse con Irak. Pero un Consejo de Seguridad conmocionado por el 11-S y presionado por un presidente fundamentalista le dio el visto bueno. Un consejo de la ONU, formado por los países que venden armas, no representa a los pueblos del mundo. Esa es la realidad.

Hace menos de un mes, aviones de la OTAN mataron a dos centenares de personas en la provincia de Kunduz. Horas antes habían robado dos camiones cisterna con combustible de las tropas ocupantes. Los camiones se quedaron atascados en un banco de arena, cerca del río Kunduz. La población local (hombres, mujeres y niños) se acercaron para robar la gasolina. Al enemigo ni agua y mucho menos gasolina, por eso aviones de la OTAN tiraron bombas sobre aquellos desgraciados que merodeaban alrededor de los camiones. La operación culminó con un comunicado del mando militar alemán que decía que habían matado a unos 60 talibán. Debe ser que hasta los chiquillos llevaban chalecos fosforescentes donde ponía “soy talibán”, de esta forma pudieron tirar las bombas con la conciencia tranquila.

La guerra de Afganistán es tan inútil como las demás. Sólo ha servido para alimentar la industria de armamento y el control de un país estratégico. Eso es la guerra. Un pibe del barrio de Escaleritas que conduce un carro blindado mientras el generalote está en algún lugar seguro y hoy recibirá a la ministra y preparará el homenaje con los honores de Estado. La abuela de Cristo Ancor se lamenta de que le dijeron que su nieto estaba en una “misión humanitaria” pero en realidad estaba en una guerra. Cristo Ancor sabía que fue a una guerra, aunque lógicamente no se lo contó así a su abuela.

Dice Zapatero que estamos en deuda con los militares españoles que ocupan Afganistán y el nacionalista Paulino Rivero declaró que Cristo Ancor murió por defender nuestras¿? ideas.Si no existieran albañiles, ni arquitectos, ni aparejadores no se fabricarían casas. Me siento en deuda con los obreros muertos en la construcción, con los bomberos fallecidos en los incendios forestales, con los maestros y maestras, con los taxistas, con los agricultores africanos que cultivan el café que bebo... Si Cristo Ancor llega a morir al caer de un andamio mientras construía un hospital estaría en deuda con él. Pero no fue así. No le debo nada a los que deciden las guerras y las ejecutan. Las únicas misiones de paz que reconozco son las llevan a cabo los desertores de los ejércitos, los antimilitaristas, los que denuncian el tráfico de armas, los que se juegan la vida trabajando por la solidaridad y los derechos humanos. Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.

Juan García Luján

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