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Me gustaría pensar que algo aprendieron

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Sin embargo, son pocos los que hablan de promover un profundo cambio en los modos y maneras de nuestra sociedad, la cual sigue pensando que es el mundo quien debe dar ejemplo y no ellos, los ciudadanos de a pie. A si mismo, también son pocos, aún menos, los que se han atrevido a señalar la educación como una de las grandes asignaturas pendientes de nuestra sociedad.

La realidad dice, y sin necesidad alguna de recurrir al informe PISA, que la educación NO ocupa uno de los primeros puestos en cuanto a las prioridades de los ciudadanos, todavía más preocupados en pagar la segunda hipoteca del piso que compraron para luego especular con él que en la formación de sus hijos.

Parece que siempre hay una prioridad, ya sea a nivel estatal o particular que se merienda el presupuesto destinado a la formación de las nuevas generaciones y de aquellos que saben que reciclarse es necesario en una sociedad como la nuestra. No se me escapa que para los mandarines es más rentable organizar un evento populista que promover una educación que los dejaría, en el mejor de los casos, a la altura de los pies de los caballos.

Otra cosa muy distinta es la formación que en las casas se debería dar a los más pequeños, la cual no tiene nada que ver con sentarlos delante del televisor y enchufarles la consola de juegos.

Y esto me lleva a pensar en la formación que les habrán dado a sus hijos muchos de los miserables con los que tuve la poca fortuna de convivir durante mi etapa escolar. Sé que algunos de ellos se apoyarán en que fuimos, en gran parte, lo que nuestros padres quisieron que fuéramos. Por ello me imagino que sus miserias de antaño se habrán acentuado con los años porque, con la edad, los defectos se agravan.

Después están quienes sin el “grupo” no eran nadie, salvo unos infelices. Estos, muchos de los cuales trataron de hacerme la vida imposible -cosa que no lograron, sobre todo porque mis valores iban más allá de sus bravuconadas- es probable que les hayan enseñado a sus hijos que a los más “débiles” ni siquiera hay que considerarlos y que lo mejor es tratar de anularlos.Lo mejor del caso que aquellos mierdecillas ?ni siquiera llegan a la categoría de mierdas- no eran nadie sin su “grupo” y, encima, necesitaban esconderse detrás del bolsillo del papaíto y su sombra para sentirse poderosos.

Después estaban los que iban para “líderes” y no dudaban en vender a sus compañeros por menos de un plato de lentejas. ¡Vaya líderes para el futuro! Me encantaría que algunos de los tarados que nos educó en el colegio, anormales que iba de progres y cosas por el estilo, pero que, en el fondo, eran unos absolutos cretinos, vieran en lo que muchos de sus prototípicos “niños” se han convertido. O puede que lo que aquellos individuos querían decir es que lo que su intención era crear líderes políticos, del tipo “navajero-correveidile”. Si así fue, la verdad es que la bordaron con algunos elementos.

Y, por último estaban quienes se comportaban como personas normales, con sus cosas buenas y malas, pero sin necesidad de soltar sus miserias, debilidades y mezquindades sobre nadie. Me gustaría decir que, en medio de todo, los profesores ayudaban a evitar este tipo de situaciones, pero, en la mayoría de los casos, sus advertencias no pasaban de meros avisos o sólo buscaban castigar al grupo cuando los cabecillas eran más que notables.

No se me escapa que en un colegio privado se tiene que actuar con cautela, porque la renta y el apellido pesan mucho, una excusa que no justifica que muchos de aquellos mamarrachos uniformados camparan a sus anchas, sin más freno que una buena patada en sus partes pudendas.

Puede que mi problema tenga su raíz en que mis padres me enseñaron a respetar a las personas y no a ser un matón de tercera, llorón y miserable, incapaz de aceptar una responsabilidad y siempre escondido tras alguien más fuerte que ellos.

Lo cierto es que hace ya mucho que no me cruzo con la mayoría de ellos, pero, los días en los que hemos coincidido,he visto que los gallos de antaño ahora están gordos, fondones, viejos y ya no muestran las plumas como antes. El tiempo pone a cada cual en su sitio y a muchos no los ha colocado en el sitio que ellos pensaban que les estaba reservado.

Cada cual debe actuar según lo que le dicte su conciencia, siempre que tenga, claro está, pero estaría bien que hicieran memoria y se dieran cuenta de los errores que cometieron -también se cometen errores siendo niño- y evitaran tarar a sus hijos con sus miserias e inseguridades.

De hacerlo, puede que algunas cosas cambien. Si se escudan en que no se acuerdan-MENTIRA con mayúsculas- sus hijos estarán condenados a ser tan mierdecillas y miserables como ellos y eso no es una buena noticia para nadie.

No obstante, siempre queda la ya comentada patada en la entrepierna y disfrutar con verlos retorciéndose en el suelo, sobre todo porque, quien es incapaz de dialogar y respetar a los demás, hay momentos en los que se merece una buena lección y, créanme, algunos de aquellos impresentables se llevaron un BUEN y doloroso recuerdo de aquellos años, vaya que sí.

Eduardo Serradilla Sanchis

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