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Nada como que te llamen 'profe'

Carmen Coello / Carmen Coello

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Existe en el derecho romano el término “Auctoritas” que no es más que la legitimación moral que debe darse en nuestra sociedad a la figura -en este caso- del docente y es precisamente este punto, la clave de todo el problema suscitado.

¿Se han perdido las buenas formas? ¿Ya no se respeta al profesorado? ¿Se está poniendo en entredicho las capacidades morales de los docentes como pilares fundamentales del desarrollo de un pueblo? Son muchas las preguntas sin respuesta en un debate estéril, que nunca tendrá solución si ésta no pasa por un pacto educativo a nivel nacional serio y responsable.

Pretender que los niños y niñas de hoy tengan el mismo comportamiento que nosotros teníamos es una soberana estupidez; los tiempos han cambiado, el mundo de la Comunicación se ha implantado en la sociedad, para bien -en algunos casos para mal- y las formas de relación social son totalmente diferentes.

No obstante se está exagerando mucho respecto al comportamiento del alumnado, sobre todo el de secundaria; no son tan fieros como los pintan y pese a no tener muchos las pautas claras de conducta cívica procedente de su entorno familiar, salvo raras excepciones, los chicos y chicas son muy listos, saben como y con quién se las gastan. Recuerdo a alumnos de seis años llamándome ¡oye tú! Y por eso no dejaban de respetarme, simplemente nadie le había enseñado a no tutear y no pasaba nada en absoluto.

Buscar darle autoridad pública al profesorado, salvo en muy raras excepciones, resulta un retroceso en la búsqueda de respuestas integradoras, que devuelvan al docente el prestigio que siempre se ha merecido. Y es que el respeto se aprende y efectivamente también se pierde en las familias. Son éstas las principales valedoras de la educación integral de sus hijos, incluida la indiscutible consideración hacia los que pasan más de cinco horas diarias con ellos.

Durante los últimos años la evolución de los comportamientos y las formas es enorme y todos los colectivos padres, profesores y alumnos deben acoplarse a los nuevos tiempos. Pero es cierto que miles de compañeros y compañeras se sienten desilusionados al enfrentarse a un nuevo curso. Parte de nuestra sociedad no valora el trabajo de este colectivo, que diariamente ejerce no sólo una función meramente instructiva, sino primordialmente formativa.

Recientemente he leído una frase desgarradora de un profesor, de chicos y chicas adolescentes, que pone en evidencia nuestro modelo educativo: “lo que me molesta no es que me llamen ”gilipollas“, es que cuando ocurre, siento que estoy fallando al resto de alumnos”, esto lo verbaliza cuando la impotencia se está adueñando de muchos en su trabajo diario, así como el desánimo ante el comportamiento inadecuado de algunos chicos y chicas; le enaltece su compromiso con la educación del resto de la clase, de aquellos que sí que quieren ser educados,

Preocupa sobremanera el talante agresivo de muchos padres y madres; los nuevos progenitores que carecen de autoridad en sus casas, que sus hijos ocupan un estatus superior a ellos mismos y que sus “frustraciones paternas y maternas” las descargan con el profesorado de turno, intentando congraciarse con aquellos a los que no han sabido educar convenientemente, con un colegueo baldío.

Pese a que creo de verdad, que desde el Ministerio de Educación, con el futuro estatuto del profesorado, se intentan hacer todos los esfuerzos y más, para que se solvente esta “asignatura pendiente”; todos esperamos mucho más, deseamos un gran impulso, que devuelva la ilusión, la confianza; que no todo se quede en un “tuteo sí o tuteo no”, como forma de distanciamiento con el alumnado, que imponga autoridad. Desde luego les aseguro que no hay nada tan gratificante que te llamen “profe” con respeto y cariño, y los que lo hacen sólo lo han podido mamar en sus hogares.

*Carmen Coello es secretaria de Formación de la agrupación local del PSC-PSOE de Santa Cruz de Tenerife

Carmen Coello*

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