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¡Ya está aquí! ¡Ya llegó!

Eduardo Serradilla

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… Redoble de tambores. Trompetas que suenan de fondo. Todo el mundo puesto en pie. Y de repente, aparece Groucho… Perdón, éste es el principio de la película Sopa de Ganso y, aunque no quería yo empezar por aquí al final uno tiene sus querencias y nunca hay un niño de cuatro años cerca para que explique lo que está pasando.

Desvaríos a un lado, yo tendría que hablarles del comienzo de la tan cacareada campaña electoral navideña, con la que el actual gobierno pretende cerrar el presente año 2015. La verdad, todo sea dicho, tiene su aquel el estar viendo la televisión y, entre anuncio de perfumes, anticatarrales, y comida, escuchar los alaridos del candidato de turno. A lo mejor, alguien se confunde y en vez de pedir la colonia de moda pide un candidato o candidata de buen ver a los Reyes Magos…

No obstante, y tras el año que llevamos de precampaña, mis pensamientos van por otros derroteros. Estos tienen más que ver con las responsabilidades de los ciudadanos de a pie que con la caterva de lechuginos que presumen de defender nuestros intereses, cuando normalmente hacen todo lo contrario.

Creánme, no me olvido de todos los sacrificios que el ciudadano ha tenido que hacer, ya fuera por los drásticos recortes acometidos por el actual consistorio o por la mala cabeza que ha caracterizado a los españoles en la última década. Sea como fuere, y aunque viniera el mejor médico chino de todos los médicos chinos de China, quedan muchas, muchas, muchas, muchas cosas por hacer, y poco importa el gobierno que salga elegido en las urnas.

A lo que me refiero es a que al español común y corriente le vendría bien centrarse y tener las prioridades un poquito más claras, porque siento mucho decirlo, pero en la liga de fútbol profesional hay los equipos que hay y no todos los niños españoles pueden ser futbolistas. Por lo tanto, sería bueno de una maldita vez que los progenitores le empezaran a dar a la educación la importancia que se merece, e invirtieran en ella el mismo tiempo y esfuerzo que le dedican a fomentar entre sus infantes el amor por el deporte rey.

Solo con una sólida formación -la cual empieza en casa, sigue en la escuela y luego continúa en casa- las nuevas generaciones tendrán alguna posibilidad de hacerle frente al desbarajuste de mundo en el que vivimos. De otra forma, esas nuevas generaciones se verán ninguneadas, explotadas y obligadas a trabajar por sueldos de miseria mientras que quienes se preocupan de estar bien formados pueden aspirar a tener un futuro mucho más prometedor.

Ya me gustaría a mí que alguno de los mamarrachos que ya pronto empezará a prometer aquello que sabe que es imposible le dijera a sus votantes que de una crisis se sale apechugando, arremangándose las mangas y trabajando, para asegurarle al país un futuro mejor que el que tiene. Y mientras nuestro país presuma de tener más bares que en ningún otro país del mundo, en vez de una buena red de bibliotecas, unas universidades competitivas, y unos institutos bien equipados, la ecuación siempre saldrá negativa.

Además, si la gente estuviera bien formada es muy probable que no se comportara como los búfalos cafres –y sin ofender a estos animalitos, que no tienen culpa de nada. Si se evitaran dichos comportamientos no se tendrían que pagar tantas facturas por los destrozos que un día sí, y otro, también soportan las ciudades de nuestro país.

Pero, claro, fomentar el estudio en vez del botellón no da votos. Como tampoco da decirles a los empleados públicos que sean productivos y cumplan con su obligación. Al final gana quien da en sus mítines algo para comer, algo para beber y un “reconocimiento” por haber asistido.

Vamos, que lo que le mola al español es sentarse y que se lo den todo hecho. Y si de verdad se quiere que las cosas cambien vendría bien aplicarse aquello de qué puedo hacer yo para ayudar a cambiar el país, en vez de qué puede hacer mi gobernante por mi país.

Repito lo dicho anteriormente, aunque suene cacofónico, si España no se toma en serio invertir en formación, cambiar los horarios de trabajo –no sé si han dado cuenta de que cuando el español regresa a su trabajo tras la comida, el resto de los europeos ya se ha ido a casa- y valorar más el trabajo ajeno siempre estaremos viviendo en una sociedad en crisis.

Otra cosa es que nos guste estar mangoneados por una banda de analfabetos, mientras nos atontamos viendo la televisión más de tres horas al día. Sobra decir que, a mí, no me gusta, pero ¿les gusta a ustedes?

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