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Las malas ideas del Tratado Trasatlántico (TTIP)

Antonio González Viéitez

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La gente de mi generación, mientras batallaba para quitarse de encima la dictadura franquista, se sentía estimulada por la ansiada incorporación a la que entonces se llamaba la Comunidad Económica Europea. Institución, bueno es recordarlo precisamente ahora, que rechazaba tal incorporación por motivos estrictamente políticos, por el carácter antidemocrático, es decir antieuropeo, del entonces régimen español.

Para la mayoría de nosotros, Europa representaba las libertades democráticas, el boyante Estado de Bienestar (¡ah! El National Health Service), la solidaridad económica con los pueblos menos desarrollados (los Fondos Estructurales), la acogida de nuestros emigrantes (los cuatro millones de maletas de cartón) y, desde el punto de vista cultural, la ilustración, los valores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, los avances científicos, la música… Cierto es que muchas de estas declaraciones eran demasiado retóricas, estábamos en plena Guerra Fría, pero desde nuestra perspectiva concreta la seducción resultaba irresistible.

Hoy, esa valoración está hecha cenizas. Las fuerzas reaccionarias que están “gobernando” Europa tienden a corroerla (el paradigma es el Brexit) forzándola a abandonar sus valores fundacionales, como se está viendo de forma dramática e insoportable en el conflicto de los refugiados.

Pues bien, esta misma aborrecible Europa de hoy, es la que está negociando con Estados Unidos y quiere aprobar el Tratado Trasatlántico de Comercio e Inversión (más conocido en sus siglas en inglés: TTIP).

La dimensión y la amplitud de los temas concernidos, adobados con los más oscuros tecnicismos colocados a propósito para hacerlos incomprensibles, está consiguiendo su objetivo, es decir, impidiendo que la inmensa mayoría de los ciudadanos lo entiendan y lo puedan valorar.

Lo que se va a intentar hacer aquí, cierto que con una tremenda simplificación, es mostrar su esqueleto, su significado, sus verdaderas intenciones y sus consecuencias.

1º). PODER LEGISLATIVO

A mi juicio, lo primero que hay que destacar de un Tratado Internacional es quiénes son sus protagonistas que, como se sabe, no son siempre sus firmantes protocolarios.

Como todos conocemos y hasta hoy, los protagonistas y firmantes de cualquier Tratado, como no podía ser de otra forma, eran los representantes de los Estados. Pues bien, esto no ocurre con el TTIP.

¿Cómo? Para explicarlo y entenderlo hay que mirar al escenario internacional de hoy, y preguntar quiénes son los que de verdad “mandan” y lo protagonizan. Y, con toda claridad, observamos que son las grandes empresas trasnacionales, en el marco de sus formidables oligopolios [Recordemos que las empresas, hoy, se ordenan no porque sean las mejores sino porque sean las más grandes, con sus fusiones y absorciones] las que están señoreando el mundo entero y, por supuesto, las relaciones globales.

Así, y como era de esperar, el TTIP es un Tratado diseñado por esas empresas trasnacionales, con la finalidad evidente de hacer prevalecer sus intereses.

Sé que habrá quien pueda pensar que esta rotunda afirmación es pura demagogia y que no se sustenta en realidades objetivas.

Veamos. ¿Cuáles son los elementos que configuran lo que conocemos políticamente como Estados? Porque si estos elementos están reconocidos y definen el TTIP, la anterior afirmación es falsa y demagógica. Pero si no están, si ni siquiera se les espera, podemos concluir que la afirmación es verdadera.

Creo que todos aceptaremos que la principal seña de identidad de cualquier Estado, es la de promulgar una Constitución, aprobar leyes y establecer normas que tiendan a instaurar la convivencia entre sus ciudadanos, de acuerdo con sus intereses generales.

¿Y el TTIP lo hace?

La respuesta a esta pregunta es inquietante. El TTIP no tiene como objetivo fundacional legislar ni regular. Es más, su principio inspirador es justamente su contrario: la total y absoluta abolición y desregulación de las normas estatales que ordenan el comercio y la inversión internacionales. Es preciso recordar que la Civilización (con mayúsculas) que conocemos, se ha ido construyendo ley a ley en los ámbitos estatales, y casi siempre de forma progresiva. Por tanto una de sus señas de identidad es su carácter nacional. (Una de las principales innovaciones de la Unión Europea [UE] es elevar y acordar a un nivel superior determinadas legislaciones estatales).

Por ello, el derecho laboral, los servicios públicos, las normas de defensa medioambiental y de la salud pública, las pensiones, la defensa de la mujer, del niño y del anciano… todas ellas se reconocen y defienden en leyes estatales. Pues bien, el TTIP, no hace como la UE y sustituye las leyes estatales por leyes a un nivel superior. Nada de eso. El TTIP, inspirado en el más fanático de los neoliberalismos, mantiene y defiende que lo que hay que hacer es permitir el despliegue de la inmensa y absoluta sabiduría de los mercados, sin ninguna intromisión arbitraria e ineficiente de los Poderes Públicos del Estado. Y como el Estado hace acto de presencia mediante sus leyes, lo que hay que hacer es suprimirlas, sin más.

Un ejemplo para darnos cuenta de lo terrible de estos posibles Acuerdos. Si una trasnacional decide establecerse en Canarias, los salarios los fijaría ella misma. Porque ni siquiera se podría aplicar (caso de existir) ningún Salario Mínimo Profesional Garantizado. Por supuesto los Convenios Colectivos, en cuanto introducirían rigideces en el mercado laboral, no serían de aplicación y cualquier trabajador isleño o aceptaba sus condiciones o ya habrá algún otro de los cientos de miles de parados que sí lo haría. “Porque más vale cualquier trabajo que el paro”.

2º). PODER JUDICIAL

Otro elemento fundamental de cualquier Estado de Derecho es la separación de los tres Poderes: El Legislativo, El Ejecutivo y el Judicial. Como sabemos, este último es el encargado de hacer observar las leyes y sancionar su incumplimiento. Pues bien el TTIP, además de lo visto, intenta forzar otra vuelta de tuerca y pretende desplazar a los Tribunales Públicos de los ámbitos competenciales (Comercio e Inversión) que son objeto del Tratado y caen bajo su incumbencia. Y se atreve a proponer unos Órganos de Arbitraje y Solución de Conflictos que sustituyan a los Tribunales Ordinarios Estatales. Y estos Órganos, por supuesto, defenderán los intereses de quienes propongan y nombren a sus miembros en la práctica, que son las propias y poderosas empresas trasnacionales. Y estos “Tribunales” podrán condenar a los propios Estados a que las indemnicen por haberse inmiscuido donde no deben. Por ejemplo, si se les ocurriera legislar y exigir condiciones sanitarias de los alimentos, algo contrario a la libre circulación y por lo tanto “punible”.

En cualquier caso, el TTIP vacía de contenido al Poder Legislativo y sustituye al Poder Judicial. ¿Qué va a hacer con el Poder Ejecutivo, con el Gobierno?

3º). PODER EJECUTIVO

En los Estados democráticos, tal como los conocemos, el Gobierno es el que lleva a cabo la gestión de la cosa pública, se renueva periódicamente mediante elecciones y una de sus características fundamentales es la absoluta transparencia de todas sus actuaciones. Por razones de todos conocidas, “Luz y taquígrafos” constituye hoy en día un clamor. Y es una de las respuestas imprescindibles al “no nos representan”.

¿Cuál es la actitud del TTIP ante esta realidad? Pues, como también ya todos sabemos, mantener el más rotundo de todos los secretos. Se llega hasta la extravagancia de permitir ver alguno de los papeles a los eurodiputados, eso sí, sin poder llevar ni un bolígrafo para tomar notas y ¡no digamos un móvil con cámara! Si la situación no fuera tan dramática (ocultar la inmensa gravedad de las consecuencias del Tratado), pudiera calificarse de esperpéntica.

Y el argumento para justificar esta barbaridad es que “No se puede dar información de lo que se está acordando, porque podría poner en peligro llegar al pretendido Acuerdo”.

En resumen al TTIP no le interesa entrar en la legislación estatal, por ejemplo de derecho penal (asesinato) ni del derecho civil (divorcio), pero todo lo que se refiera a las actividades comerciales e inversoras, hasta ahora sometidas a leyes estatales o europeas, quedaría dentro del ámbito de sus competencias.

Como vimos, el Tratado pretende vaciar al Poder Legislativo y sustituir al Poder Judicial y, por último, vemos que pretende también secuestrar al Ejecutivo obligándole a mantener el más absoluto secreto sobre lo que se está negociando. Que todo esto pueda ser defendido por la dirigencia de las transnacionales norteamericanas viene de suyo. Pero que lo hagan los sectores dominantes europeos, incluyendo su Parlamento, es mucho más trágico y difícil de entender. Solo nos lo podemos explicar en una Europa, sometida al más inhumano y despiadado neoliberalismo, el mismo que maltrata y persigue a los refugiados y hace crecer la desigualdad y la desesperanza entre todos sus ciudadanos, y en especial entre sus jóvenes.

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