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Ellas se merecen algo más

Eduardo Serradilla

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Mientras estudiaba la carrera tuve que ver muchos anuncios, tanto gráficos y radiofónicos como televisivos y/o cinematográficos. Durante aquellas sesiones, algunas de ellas, maratonianas -las que transcurrían en el interior del ya desaparecido cine madrileño Palacio de la Música, viendo todos los galardonados en el festival de cine publicitario de Cannes del año en un curso, sin pausa- pude ver anuncios de todo tipo y condición.

En algunos casos, el equipo responsable del spot llevaba el mismo concepto de la publicidad un paso más allá y no te daban tregua, aunque el tema no fuera baladí. En otros casos, el mensaje estaba claro, pero su puesta en escena no dejaba ser convencional y predecible, sin mayores alardes estilísticos. Y en otros casos, el mensaje, la puesta en escena y la misma motivación del spot no dejaban lugar a dudas; es decir, mejor se hubieran ahorrado el dinero en vez de perpetrar semejante engendro.

Muchos de aquellos spots de los que les hablo fueron realizados durante la España del régimen nacional católico -aquélla que aún hoy muchos añoran y desean- y plasmaban la esencia misma de la sociedad española, tan machista, retrograda y torticera que, de no ser por lo pernicioso del mensaje, casi diríamos que daba risa. Al verlos, quedaba claro el papel secundario de la mujer, tan sumisa y servicial, ella, frente al predominio masculino, dueño y señor del universo conocido.

Los spots solían estar rodados con una enorme simplicidad, dado que el régimen imperante no estaba muy por la labor de permitir que el status quo cambiara. Los varones vivían demasiado bien como para dejar que la situación cambiara y, aún cuando las mujeres empezaron a trabajar fuera de casa, éstas debían compaginar su labor profesional con el cuidado “tradicionalmente femenino” del hogar, por mucho desgaste físico y mental que esto les pudiera acarrear. Además, el varón estaba muy ocupado, una vez que volvía de trabajar, leyendo el periódico, saboreando aquellos brebajes “sólo para hombres” y viendo el partido del fútbol de la semana como para preocuparse de nada más. Si alguien tenía que hacer la cena y luego lavar los platos, eso era una tarea exclusivamente femenina.

Hoy en día, por mucho que se empeñen en decir lo contrario, son legión los que se comportan de igual forma, más si se tiene en cuenta que cada semana hay incontables encuentros futboleros, no una sólo jornada de liga como antaño. Si antes era imposible ayudar en casa, imaginen ahora con la cantidad de compromisos que hay que atender a lo largo de la semana… Queda sobreentendido que el deporte rey es un espacio reducido al ámbito masculino, y aquéllas que en los últimos tiempos han osado atentar contra esa verdad absoluta no gozan del beneplácito ni del reconocimiento del respetable, por mucho que llevemos pululando por el siglo XXI casi dos décadas.

Este último supuesto, sumado a la desigualdad que continúa imperando en nuestra sociedad, puede que explique un hecho que me ha me vuelto a demostrar la falta de educación emocional y empatía de quienes, pudiendo colaborar en la consecución de una sociedad mejor y más igualitaria, se atrincheran en los mismos tópicos de siempre.

De otra forma no se explica la falta de apoyos cosechada por el equipo de fútbol catalán AEM de Lleida, campeón de liga de su categoría y que, tras lograr imponerse contra todo pronóstico y en el peor escenario posible, deberá pagar la penitencia y resignarse ante el futuro que se les avecina. ¿Su pecado? Ser un equipo femenino que ha ganado en una liga compuesta por equipos masculinos.

En España, el deporte rey es, por encima de todo, “cosa de hombres”, recordando uno de aquellos eslóganes que demuestran cuán rancio es nuestro país. Quien quiera cambiar esa tautología está condenado al más absoluto de los fracasos, por no decir, al más absolutos de los desprecios. Poco importa el mérito de las integrantes del equipo de fútbol de Lleida. Para muchos son unas trasgresoras de status quo anteriormente citado, que, además, le han sacado los colores a muchos jovencitos que ya se veían luciendo la camiseta de cualquier club de postín.

Lo más triste es leer las reflexiones del presidente del club, profundamente decepcionado al comprobar que el éxito de sus jugadoras no ha logrado despertar el interés de ninguna marca y/ o empresa, en medio de una sociedad en la que las grandes corporaciones dilapidan millones en auténticas majaderías mediáticas, las cuales solamente sirven para embrutecer a una audiencia que se revuelca en el fango de la insensatez con la misma soltura que los marranos en sus pocilgas.

La conclusión que se extrae de todo esto, además de la doble moral y la incoherencia patria, es que las desigualdades entre los dos sexos no son una cosa del pasado, sino que están muy presente en nuestro mundo. Poco importa la valía, la gesta o el carácter de quienes lo protagonizan. Lo único que importa es no alterar el organigrama social, aunque dicho organigrama esté trufado de prejuicios que en nada favorecen al desarrollo de quienes viven él.

Para muchos, el atrevimiento del equipo femenino del AEM Lleida se merece el mayor de los desprecios por no haberse dado cuenta de lo que estaban haciendo, y de ahí que nadie haya tocado a su puerta para apoyarlas en los años venideros. Con el tiempo, su afrenta se olvidará y las cosas volverán a su lugar, como mandan los cánones… Los suyos, claro está.

En mi caso particular, sólo quiero decirles a las integrantes del equipo de fútbol de AEM Lleida que las felicito por su triunfo, felicitación que extiendo al presidente de la entidad y al entrenador. Espero que todas y cada una de ellas logren forjarse una sólida carrera en la liga profesional de los Estados Unidos de América, a pesar de quien ocupa el despacho oval en estos mismos instantes. Lo bueno del talento es que no caduca y, si no es aquí, seguro que en otras latitudes alguien lo valorará en su justa medida.

Y al resto de obtusos y mamarrachos patrios les dedico mi más sentido desprecio, como no podía ser de otra forma.

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