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La momia

José H. Chela / José H. Chela

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- Pues nada, no pienso hacer nada –contestó doña Carmen a la interrogante del parlamentario, que ya se sabía la contesta de antemano-. O sea, que se queda donde está. Entonces, don Richi va y afea duramente al Gobierno su sordera ante la petición de la Cámara Alta, a través de la Comisión de Cultura, en la que se instaba al Ejecutivo de la nación a trasladar los prehistóricos restos al Arqueológico de Tenerife. Eso, en junio de 2006. A Melchior, que no atendió las explicaciones de la ministra, le parece que la ubicación actual y madrileña del momificado aborigen, es inadecuada y hasta ofensiva y que donde debe estar es a este lado del charco. La ministra, por su parte, razonó que todo lo que hay en los museos nacionales son cachitos, trozos, piezas, obras, testigos y recuerdos de carácter estatal que, naturalmente, provienen de un lugar u otro del Estado, y que son patrimonio de todos los españoles, pero que sería absurdo devolver todos a sus lugares de origen. Hombre… Algo de razón tiene doña Carmen, aunque cada cual piense que, con lo suyo –con la momia en este caso- puede hacerse una excepción. Pero, efectivamente, si en los museos de Madrid sólo quedasen los cuadros que se han pintado en Madrid, las esculturas que se han realizado allí, los trofeos guerreros obtenidos en las batallas libradas alrededor del Manzanares, las piezas prehistóricas halladas en torno a Lavapiés y todo en ese plan, los museos madrileños serían como los de pueblo y pare usted de contar. La otra razón que esgrimió la Calvo para no atender la petición senatorial fue que la momia está la pobre hecha polvo –literalmente- y que cualquier traslado al que se la sometiese (peor aún hasta estas lejanas ínsulas) podría ser fatal para la integridad del valioso y disputado objeto. Ahí, sin embargo, Ricardo Melchior anduvo falto de reflejos: - ¿Ve usted, señora ministra? –tendría que haber contraatacado- ¡Nosotros la habríamos cuidado mejor! Sea como sea –y pese a que hay un montón de momias guanches desperdigadas por esos museos de Dios, incluidos algunos otros de la Villa y Corte, y que no reclama nadie-, la recuperación de ese símbolo momificado de la identidad puede transformarse no sólo en una reivindicación con gancho en esta campaña electoral que viene, una promesa más a cumplir, sino en una especie de test sobre la sensibilidad hacia lo nuestro que pueden plantear los coaliciomneros. Rivero puede desafiar a López Aguilar, un suponer: A ver tío. ¿Estarías dispuesto, si gobernaras, a luchar contra el centralismo cultural de tu propio partido y recuperar la dichosa momia, sí o no?... A la momia, me temo, le da igual estar junto al barranco de Santos o en una fría sala museística del Foro. Pero, de lo que se trata es de trasmitir la idea de que no sólo debe estar aquí por razones históricas, sino que descansando en los ancestrales parajes que la vieron, en vida, pastoreando cabras y destrozándose la dentadura con la molienda de grano enarenado, descansará mejor, definitivamente bien. La cultura del despojo –y en esta ocasión sí que se trata literalmente de eso- siempre ha tenido aquí una parroquia novelera y muy entregada a la causa.

José H. Chela

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