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Un pan, un euro

Juan Jesús Bermúdez / Juan Jesús Bermúdez

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Terminaron de desaparecer los animales de tiro de las grandes plantaciones del Mundo y las factorías de tanques dieron paso a la generalización de la gran maquinaria agrícola. Los esfuerzos de productividad agrónoma precisos para la guerra también sirvieron de acicate para el desarrollo extraordinario de la industria de los pesticidas, cuyo uso se multiplicó por cincuenta desde esos años hasta ahora: hay decenas de miles de sustancias con esos efectos hoy en el Mundo.

La revolución verde, que cuasi extinguió al pequeño agricultor, multiplicó el uso de fertilizantes inorgánicos casi por cinco en el periodo 1961-1996, llevando probablemente al límite fisiológico de rendimientos a muchas cosechas de cada vez menos variedades de alimentos: la Humanidad recordará estas décadas como las de la destrucción suicida del patrimonio de semillas y cultura agrícola local más importante desde el descubrimiento de la agricultura, todo un record que le podría costar muy caro a la nuestra y próximas generaciones. También conviviremos con las narraciones que hablarán del mayor empobrecimiento de fertilidad de nuestros suelos de toda la Historia, una afirmación que, de no ser trágicamente cierta, podría atribuirse a algún histriónico relato apocalíptico protagonizado por arcángeles vengadores.

Claro que hoy hay 1.200 millones de personas con obesidad, inclusive más que personas desnutridas, algo que, parece, pasará a ser un recuerdo en los próximos años. Es cierto que el Mundo, como nos recuerda el filósofo Jorge Riechmann, produce hoy mucho más que las necesidades calóricas de la población. Pero esa media aritmética se da de bruces con la realidad: un Planeta que está acogotando sus reservas de agua; que, de forma creciente, carece de margen de stocks ante las pertinaces sequías, motivando el renacimiento del nacionalismo alimentario, norma histórica de guardar alimentos hasta el desarrollo de la globalización; una especie que se ha convertido en adicta al petróleo y gas natural cada vez más caros para convertirlos en nutrientes, inyectando dosis crecientes que no dan cosechas tan aceleradas como las necesidades mundiales, más aún si cada vez más población incorpora la carne a su dieta o si los alimentos pasan a los estómagos de los cientos de millones de coches que pueblan nuestras carreteras. En esa Tierra de crecientes costes de transporte, si falla la cadena de frío alimentaria y se da paso a la desglobalización, es de preveer que no sirvan de mucho las medias aritméticas para comer.

Como la gasolina valdrá 2 euros, así llegará el pan a costar 1 euro. No es la maniobra sanguinaria de un grupo de especuladores con cuernos que comen niños y acumulan reservas en cuevas sombrías. Además de la representación de inescrupulosos inversores, asistiríamos a un agotamiento de los márgenes de crecimiento acelerado de la Era industrial, como ya muchos han advertido. Era de ajustes, y también de penosos reproches. Los alimentos tendrán que ser más locales: no es una opción, es un destino. No es la obra de un loco, sino la tragedia, en nuestro entorno, del Hombre del Mp3, la Play Station 2 y la pantalla de plasma, que nunca ha sabido realmente lo que vale un pan.

Juan Jesús Bermúdez

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