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Las pesadillas del doctor Frankenstein

Adrián Mac Liman / Adrián Mac Liman

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Pero el nuevo Hamas, mucho más radical que la organización primitiva, reivindicaba la introducción de la shari’a (ley coránica) tanto en los territorios ocupados por Israel en 1967, como en el resto de la llamada “Palestina histórica” de los años 20 a 40 del siglo pasado, es decir, de la franja terrestre que va desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo. Los militantes integristas de la década de los 80 se negaban a reconocer la existencia del Estado de Israel, que tachaban de mero accidente histórico en Tierra Santa. Su compromiso consistía en borrar a la “entidad sionista” del mapa de Palestina y crear un Estado islámico acorde con los cánones del Corán. La intransigencia de Hamas, su tajante rechazo del diálogo con la OLP tras la creación, en 1994, de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), su apuesta por la lucha armada como único medio de resistencia contra la ocupación militar israelí desembocaron, después del 11-S, en la inclusión del movimiento liderado por el jeque Ahmed Yassin en las listas negras del Departamento de Estado norteamericano y de la Unión Europea. Conviene señalar que las elecciones generales celebradas en enero de 2006 en Palestina, que culminaron con la abrumadora victoria del Movimiento Islámico, no lograron cambiar los datos del problema. Al contrario, la eficaz maquinaria de propaganda israelí se encargó de convertir el fracaso de la corrupta ANP en una amenaza -¡otra más!- para las instituciones democráticas hebreas. En resumidas cuentas, el monstruo ideado por el doctor Frankenstein pasó a ser una auténtica obsesión para las autoridades de Tel Aviv.Sin embargo, con el paso del tiempo, Hamas había experimentado numerosos cambios. Al echarse al ruedo de la política, el Movimiento Islámico aceptó implícitamente la concertación con las demás agrupaciones nacionales. Más aún, los islamistas parecían propensos a circunscribir sus exigencias acerca de la creación del Estado islámico a los territorios de Cisjordania y Gaza. Otro detalle importante fue la negativa de Hamas de aceptar el apoyo moral o material ofrecido en reiteradas ocasiones por Al Qaeda o Hezbollah. Los líderes del movimiento de resistencia hicieron especial hincapié en el carácter meramente local de su lucha por la independencia, negándose a compartir el ideario de las agrupaciones radicales panislámicas. Pese a ello, Israel logró convencer a la comunidad internacional sobre la necesidad de imponer sanciones económicas y financieras al Gobierno de Hamas; unas sanciones que afectaron más a la población de los territorios que a sus gobernantes. Las condiciones impuestas por el Estado judío para el levantamiento del embargo son harto conocidas: se trata del reconocimiento de Israel por parte de Hamas, la renuncia formal a la violencia y la aceptación de los acuerdos bilaterales rubricados por Al Fatah. Lo que podría traducirse en una renuncia unilateral de Hamas a su ideario, a los principales puntos del programa electoral. Es obvio que el Movimiento Islámico no tiene interés en abandonar su plataforma sin haber recibido contrapartida alguna por parte del Estado judío. Sin embargo, el Gabinete Olmert no parece dispuesto a transigir: tampoco el nuevo Gobierno de Unidad Nacional, creado a raíz del acuerdo de La Meca, cuenta con el visto bueno de Tel Aviv. Además de exigir un reconocimiento explícito por parte del nuevo ejecutivo, Israel se reserva el derecho de hacer caso omiso de la voluntad de los palestinos, limitándose a dialogar sola y únicamente con el presidente de la ANP, Mahmud Abbas. Extraña manera de abordar las relaciones bilaterales con los vecinos; extraña interpretación del concepto de democracia. Ahora bien, si se parte del supuesto que el “monstruo” creado hace veinte años por los doctores Frankenstein de los servicios secretos domina las pesadillas de quienes preferirían vivir rodeados de irrelevantes y sumisos bantustanes, las reticencias parecen hasta cierto punto… comprensibles.* Escritor y periodista, miembro del Grupo de Estudios Mediterráneos de la Universidad de La Sorbona (París) Adrián Mac Liman *

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