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Muchos pocos hacen un mucho

José A. Alemán / José A. Aleman

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Una de las empresas que han forzado a los ganaderos a tirar su producción es Sialsa, a la que privatizó la cutrería ultraliberal de Soria al grito de que la corporación no estaba para fabricar yogures. Ya entonces advertimos algunos de los efectos previsibles de la medida. Fue un golpe para el sector ganadero, que quedó aún más indefenso ante las importaciones de leche líquida o en polvo, e incapacitó al Cabildo para actuar en el futuro en el sector, llegado el caso; aunque sólo sea para que esa leche sirva, al menos, de paliativo de las necesidades urgentes de quienes están sufriendo y pagando la crisis provocada por la perversión del laissez faire y tonto el último. Otra pieza del legado soriano quien, a pesar de su liberalismo, no ha cuestionado nunca que las leches de importación o las aquí restituidas y envasadas disfruten de las subvenciones REA; de las que no participan los productores locales ni hay constancia de que beneficien a los consumidores.

Frente a aquel designio soriano, poco pudieron los ganaderos. Carecen de peso reivindicativo y de una organización eficiente que vele por sus intereses, lo que se une a la atroz indiferencia de la opinión pública.

Sin olvidar que muchos ganaderos, me consta, son votantes de Soria, versión habitual y alucinante del “¡vivan las caenas!” que le permite, encima, burlarse cuando habla de su presentación o no presentación en las próximas elecciones con el desparpajo de quien confía en la desmemoria social. Y aclaro que no hablo del PP, en general, sino del PP soriano; que va, por cierto, ganando puntos en la medida que ha hecho ver a algún que otro medio de comunicación cuanto beneficiaría a su cuenta de resultados arrimar las actitudes críticas hacia él y participar del festín. La leche.

En cuanto a los psocialistas, siempre en Babia, poco o nada hicieron contra la privatización de Sialsa y ahora que gobiernan la isla, se les ha oído decir que igual tratan de recuperar la empresa o de crear una nueva.

Pero lo dijeron con la boca chica, poco convencidos porque no tienen política agropecuaria real y se les ha venido encima una crisis que no permite alegrías. Es el tren lo que se lleva.

Hay una cuestión distinta pero estrechamente vinculada a este asunto. De vez en cuando hablan Paulino y otros miembros de su Gobierno de diversificación económica. Lo que queda bonito en discursos y entrevistas sin que se les vea caminar en esa dirección y ni siquiera concretar de qué diversificación hablan. A lo mejor aguardan para meterle mano a 2010, cuando se proclame la república pepitiana, que, al decir de los inefables editoriales del matutino neoindependentista tinerfeño, destinaría las “inmensas” riquezas de las islas al exclusivo bienestar de los canarios; sin aclarar, claro, a qué canarios se refiere.

A lo que iba: choca la diversificación con el trato dado a la agricultura y a la ganadería, especialmente puñetero si se trata de la isla equivocada, o sea, de Gran Canaria; la excluida. Es cierto que, en términos de PIB, la ganadería y la agricultura pesan poco entre las grandes magnitudes, incluso teniendo en cuenta los plátanos y los tomates, a los que no me refiero en esta ocasión. Pero no lo es menos que, en términos de diversificación, aunque las rentas agrícolas y ganaderas sean minucias respecto a las de otros sectores (no les cuento del especulativo, el favorito), están repartidas entre un elevado número de personas y familias con lo que contribuyen a la estabilidad social.

En Gran Canaria, según informan, hay mil familias dependientes directamente de la ganadería, que son las perjudicadas por la insensible frivolidad con que Soria privatizó Sialsa, una de las empresas que ahora las machaca, como dije. Habría que recordar a los “diversificadores” la filosofía de las monjitas comechosas resumida en la constatación de que muchos pocos hacen un mucho, lo que debería ser la regla de oro de la diversificación. Que mil familias por aquí, quinientas por allá y 5.300 acullá suman lo suyo.

Ahora que ha pasado el periodo más virulento del sarpullido anual de romerías y devociones patronales de pulso y púa, al que han reducido los políticos la canariedad para entontecerla, es el momento de indicar la paradoja de de que se nos disfracen los mandarines de maúros en las ofrendas de frutos y productos del país (con alguna intromisión de la huerta murciana) en carretas arrastradas por bueyes.

No hay una política agropecuaria coherente; ni incoherente. No la hay, valgan verdades. No la tiene el PP y tampoco el PSC. Es cierto que Demetrio Suárez, consejero de Agricultura del Cabildo grancanario, está haciendo una buena labor. Pero ésta se debe a su voluntarismo, a su impulso personal. No hay detrás un programa agrario ni compromiso institucional alguno que garantice la continuidad de sus acciones. Quien le suceda, sea del PP o del PSC, incluso de NC, cogerá otros rumbos, salvo que comparta con Demetrio el amor por las cosas de la tierra. Nadie garantiza un futuro agrícola mejor y menos que nadie, en lo que a Gran Canaria se refiere, el Gobierno, para qué voy a decirles otra cosa. Los representantes ganaderos solicitan, cómo no, la dimisión de Pilar Merino, consejera de Agricultura por su “ineficacia”. Pues qué bien.

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