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El poder de la calle

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El actual gobierno del Estado ha tenido una gran virtud. Hay que reconocerlo, a pesar de la flagrante nulidad del gabinete ministerial de conservadores y liberales. Ha sacado a la calle a la gran mayoría de los colectivos profesionales y sociales; despertar la conciencia social, en los acomodados jóvenes; y que los cabreos de los ciudadanos en general sean antológicamente unánimes.

Ha conseguido, a pesar de su disgusto, que nadie se quede en casa retorciéndose de rabia contenida, como recomienda el incapacitado presidente. Esos serían, para él, los españoles decentes, los que le dejen mal gobernar y aplaudan sus nefastas políticas austeras y de cuentas corrientes. Aunque a esos 'ejemplares ciudadanos' (que deben ser de misa diaria y sin pecado venial), les atropellen día sí y día también, con tantas raterías en sus derechos de ciudadanos, les anulen la calidad de vida y los enfanguen en una miseria de por vida.

Logró, como nadie, este gobierno de las finanzas y del ultraliberalismo político, crear varios frentes de protestas continuadas en las calles. Lo nunca jamás visto, sobre la piel de toro e islas adyacentes. Todos los estamentos laborales o sociales han salido a manifestarse con la palabra enfurecida, y voz en grito, denuncian los malandrines ultrajes a sus vidas y trabajos. Y por el injusto reparto, derivado de la crisis que ellos han provocado con sus enfermizas corrupciones.

Y sobremanera, contra la coacción enlatada hacia un filibusterismo ideológico liberal, que se nos impone bárbaramente en un trágala. Aprovechan el río revuelto, escudándose en las carencias económicas, para cambiar las estructuras sociales establecidas. Son la representación de la autocracia capitalista del nuevo régimen feudalista del siglo XXI, llegada de la vieja Europa y Norteamérica. La misma que aborrece todo socialismo de masas y del bien común de los conciudadanos.

Es esta una pertinaz lucha callejera, contra todos los agravios que sufren todos los colectivos sociales, por parte de esta brutal administración. Claman en imprecan en las calles, cargados de razones, con vociferantes gritos y pancartas reivindicativas, los afligidos de las batas blancas: médicos, ATS; enfermos dependientes; pensionistas; jueces, fiscales, secretarios judiciales y abogados; profesores, padres de alumnos y estudiantes, desde la Universidad a la Primaria; transportes públicos; desahuciados caseros, con sus casas robadas por los despiadados banqueros, con 400.000 desalojados al año; los estafados por las Preferentes y Subordinadas, en cuentas de ahorros en los bancos (con la venia de los distintos gobiernos a los banqueros); los sindicatos, contra la reforma laboral, defenestrados por la derecha recalcitrante; los investigadores, etc.

La truculenta privatización camuflada de la sanidad pública, con el trufado alegato del ahorro a las arcas públicas ?solo invierte el 6,2 del PIB, el más bajo del entorno europeo?. La anulación de la gratuidad de los medicamentos y pago por recetas, lo que deja maltrecho a los necesitados ancianos, quienes más la necesitan. La radical derogación de la ley de Dependencia, dejando a los enfermos irreversibles y sus familias en un insolidario desamparo.

El afrentoso pago de tasas judiciales, que anula uno de los derechos más elementales de toda democracia. La desvalorización de las pensiones, atentando contra el Pacto de Toledo. El zarpazo dado al I+D+I, que conlleva la fuga de cerebros y el cualitativo futuro del país. La subida de tasas y reducción de becas, en la Universidad, lo que hará que menos estudiantes puedan obtener una carrera. La enseñanza pública cada vez más denigrada en su eficacia, por la reducción económica, la hacinación de las aulas y menos contratación de profesorado; pero sí se atiende más a la concertada y a la religiosa.

Este Gobierno del 'Tea PParty' español desoye, enmudece y queda ciego ante las demandas de la calle de todos los vejados colectivos, por la miserable decadencia a que estamos sometidos. ¿Cuál es el derecho que le asiste para omitir y dar la espalda a esa calle agónica, desesperada y desesperanzada, con este Ejecutivo de tecnócratas liberales, para que se mantenga en sus insensibles empecinamientos políticos? Acaso no es la mayoría la que decide en una democracia; aunque no estemos en votaciones legislativas (en Suiza votan todas las propuestas importantes en cualquier tiempo). Ante el clamor de la calle hay que cambiar los numantinos decretazos, producto de la totalitaria mayoría parlamentaria.

¿O creen ser los dueños y señoritos del país (como en trasnochados tiempos), para tomar tan crueles enmiendas que solo benefician a una minoría, en contra de la sufrida mayoría, a la que hunden en el lodo de la pobreza y el desamparo social? ¿Dónde está la conmiseración de estos decretadores, devotos del golpe de pecho, que se arrogan las infalibles e iluminadas decisiones. Estos ocupantes del cargo por unos prestados votos, y solo de forma temporal, que deben dirigir, equitativamente, los destinos de un país, que es de todos?

El Gobierno ocupante de la Moncloa tiene objetivado cuál debe ser su administración política. Servir y gobernar para los poderes de la oligarquía adinerada y a la santa madre Iglesia. Y para ello, les contenta con su manejo ultraliberal y dogmática católica. Ha conseguido el poder con un engañoso programa político, con el que se presentó a las elecciones, que en nada ha cumplido. Y las ganó (sólo con 500 mil votos más, de sus perennes leales), por la negación de los habituales votantes socialistas, que le dieron la espalda por derechizarse. De mal a peor.

De las cuantías económicas para el Estado de Bienestar, han dilapidado en reducciones, 15.000 millones en el presupuesto. Lo que hace que estemos, en prestaciones sociales, a la cola de Europa. Pero le ahorra a la gran banca 1.000 millones en impuestos, con su descarada y desigual política de protección, perdiéndolos las arcas públicas. Capital que se retrae de las pensiones, educación y sanidad.

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