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El referendum griego

José A. Alemán / José A. Alemán

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Mientras aguardamos a ver en qué acaban, no vendría mal distanciarnos de lo económico y abordar el asunto desde una perspectiva más política. Tiene sus razones el primer ministro griego para ponerse así. Grecia anda revuelta y muy cerca de los linderos de la rebelión social, al tiempo que se levantan voces, de la oposición y del mismo partido gobernante, pidiendo elecciones anticipadas. Pretende, pues, Papandreu, afrontar la situación con un referéndum que le daría, si lo gana, la legitimidad y el respaldo suficiente para aceptar las rigurosas medidas impuestas de la UE y contrapesar la sensación de que es Bruselas, no Atenas, la que gobierna el país. Se podrá reprochar a Papandreu que trate de defender la soberanía griega y su propia posición política, pero cabría también afearle a Merkel y Sarkozy que pongan también por delante sus intereses nacionales y personales y que se valgan de su ascendiente sobre los órganos europeos para marcar el paso a los demás. Sobre todo a los griegos, con los que se han ensañado hasta el punto de decir Sarkozy que mejor se hubiera queda fuera de la eurozona.

A mi entender, lo de Papandreu, al margen de otros juicios y a pesar del riesgo de su apuesta, es un intento de volver a la política en democracia hoy embargada por las agencias de calificación y los mandarines, no electos sino cooptados por las grandes compañías, que manejan los “mercados”. Ninguno niega, bonito fuera, que el referéndum es un mecanismo democrático, pero la regla general es evitarlos a toda costa so pretexto de la complejidad técnica de lo propuesto para consulta; o recurriendo, como en esta ocasión, a la demora en la aplicación de las medidas de recuperación económica.

Podría hablar largo de las excusas para huir de la consulta directa a la nación, pero me interesa subrayar del pretendido referéndum griego lo que pueda tener de ejemplo, de referencia, para una UE en la que, caso de España, acaba de reformarse la Constitución sin consultar a la Nación. No convienen los referéndums a los gobiernos débiles y es un hecho que la crisis económica ha puesto en la picota a los de la UE, Alemania y Francia incluidas. No hay líderes que inspiren confianza, ha perdido credibilidad el oficio político y nadie se hace excesivas ilusiones con los cambios de gobierno; aunque se anuncien por abrumadora mayoría, como en España.

Hay, pues, una crisis política generalizada camino de convertirse en institucional de la UE que hoy, más que nunca, parece cogida con papel de fumar. Lo único que faltaba, pensará más de uno, es darle voz al populacho para acabar de encharcarla.

Es muy posible que los sacudones que mientras escribo le están dando Merkel y Sarkozy hagan que Papandreu desista del referéndum pero el problema seguirá. La crisis económica podrá solucionarse, más o menos, un año de estos; pero no la otra, la política e institucional europea resultado del creciente déficit democrático que está llevando a la “reconstrucción” de la UE. La democracia no es valor que cotice en Bolsa y si la actitud de Papandreu está en la dirección de recuperar la política en democracia, no van a dejarlo.

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