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El regreso del Copete

Ezequiel Pérez Plasencia.

Juan Ignacio Viciana

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No sé si estaba durmiente o se activó cual alarma despistada –los cronopios no entienden de relojes, aniversarios ni tiempos–, juro que no sabía cuánto hace que se fue (en verdad nunca ha dejado de estar en estos siete años) pero justo anoche me miró desde su mesa, tecleando con dos dedos, de forma compulsiva, dos toques adelante dos toques adetrás, sonriendo, satisfecho, contento de haber colocado cada letra en su sitio exacto otra vez, y al fin el artículo puede seguir su camino.

Creo que mi coco me mantenía a salvo de aquella realidad estúpida insalvable... yo jurando que fue un noviembre y resulta que era un febrero... qué más da... lo que importa es aquella puta y rastrera injusta realidad que no quiero ver... mi coco no está para eso todavía... pero él me mira con cara de niño malo, de “la he vuelto a hacer y nos vamos a celebrarlo pibe”... pas pas... y revivo aquella sensación agridulce de “no sé por qué, pero le debo una a este cabrón” .

Todo mentira.

Hace tiempo que Ezequiel, Sesé, el Copete ya no camina más su barrio.

Porque primero que nada era eso, un tipo orgulloso de las calles donde aprendió a ganar y a perder y a defenderse, de las que huía y en las que se refugiaba, donde compartía el calor de su gente y en las que derramaba gotas de amor y de sangre, a veces a chorros.

Ya no más gambeteos con cualquier pelota improvisada en la Redacción, ni quinielas los sábados con el Vacas antes de entrar al curro –“desengáñate pibe, está el Washington Post y luego El Día”–, ni noches de aullidos anunciando regresos, ni el calor de cuatro palabras de ánimo garabateadas en una tarjeta.

Mucho menos la ternura de una amistad escondida en un cuento dedicado de seis líneas (“Los enemigos suelen enfermar de una obsesión incurable que primero puede brotar del compañerismo y luego siempre hay malentendido y menosprecio y después una simiente de envidia y más tarde odio y paradójicamente algo parecido al amor y también soledad e impotencia y por último paranoia. Todo menos indulgencia o arrepentimiento”).

Y la putada no es sólo que Sesé, Ezequiel, el Copete, ya no esté.

La putada tan temida, más allá de no haber podido decir ni adiós, son las líneas, sus líneas, seguro las mejores, que el tiempo sin él nos va robando.

El Copete no regresa. No se ha ido a ningún sitio. Nunca.

Va por ti, hermano. Esta noche toca celebrarlo.

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