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El sectarismo en la política canaria

Antonio Hernández Lobo / Antonio Hernández Lobo

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Claro que mis alumnos me conocen de sobra, quizás incluso, más que yo a ellos, y saben perfectamente producir en mí reacciones disquisitorias sobre el momento político actual, no sólo en Canarias, sino también en el resto del estado. El desentendimiento de la realidad ciudadana en Canarias permite que aquellos que tienen intereses políticos y personales hagan de la ciudad, del municipio, de la isla, del archipiélago un instrumento que nada tiene que ver con su verdadera esencia. Porque ellos saben lo que pienso al respecto y así se los digo una y otra vez: hay quienes participan sólo para beneficio personal o político-partidario. Y dentro de la política partidaria la participación es limitada. Ligado por tradición a los intereses políticos-ideológicos de los partidos, la visualización del problema de la ciudad como conjunto se limita a éstos, lo que arrastra en muchos casos a objetivos puntuales, a sectarismo político, a pactos y arreglos con el poder. Además de lo difícil que es participar si uno no es parte de una agrupación partidaria, aunque se esfuercen quienes la lleven adelante en decir lo contrario. Los que estamos cerca de los estudiantes participando de su educación y de su formación debemos generar espacios de participación más amplios, que logren reunir compañeros y compañeras y se transformen en verdaderas herramientas para el cambio, donde nadie les diga qué hacer ni cómo, sino donde sus opiniones valgan, donde se generen debates no condicionados por ideologías político-partidarias. Muchos de los que nos leen pensarán que esta es una visión bastante pesimista del presente y futuro político que nos espera. Todo lo contrario, lo que ocurre es que tenemos que abrir bien nuestros ojos para concluir que sólo los registros de racionalidad de los obedientes militantes de la secta política son válidos para entender lo que debe ser “políticamente correcto”; aquello que escapa al dictado de la nomenclatura partidocrática no puede ser bien visto para la causa que le da razón de ser a la secta.

Nuestros ayuntamientos están llenos de personajes de este tipo, auténticamente sectarios. La visión sectaria de la política canaria, sobre todo la local, impregna toda la acción pragmática de su huella con un odioso “nosotros” o “nuestra gente” que en el fondo lo que esconde es un pedantesco y egolátrico yo. Fruto de ello es que al final pensamos que el problema no se reduce sólo a la falta de participación en aquellas cuestiones de las cuales una persona es parte, sino también a las posibilidades de participación que otorgan los espacios. Y no digamos si se trata de una Asociación de tipo cívico. La destrucción y el ninguneo del otro por parte de algunas autoridades puede ser nefasto. Lo vemos todos los días en numerosos concejales de los municipios canarios, donde la participación ciudadana es lo menos que les importa. Es lo que denominamos como la tierra del bananerismo, inundada de profesores-políticos sin ninguna vocación para la docencia y que probablemente la última tiza que cogieron fue impartiendo contenidos y metodología en el ámbito de EGB o el BUP.

En fin, que tampoco nos es raro encontrar hoy a ciudadanos, afines y militantes de un partido exigiéndole al político mayor agresividad, mayor sectarismo. Cada partido tiene su propio recurso especialmente dotado para inflamar a la propia hinchada tanto como a la ajena, señalando taxativamente los errores y defectos del contrario, que empieza a verse más como enemigo. Cada partido tiene sus medios de comunicación en los cuales se hace sombra al contrario (personalmente, prefiero dejar la expresión “enemigo” para otros ámbitos) o directamente se difama, miente y manipula en su contra. Al sectario esto no le parece mal, es más, lo prefiere. Y exige que se difame, mienta y manipule más aún, nunca calma su sed. Parece que destila odio, aunque no es así, porque el odio es un sentimiento más profundo y el sectario sólo padece sentimientos superficiales. El sectario terminará por olvidar, aunque en condiciones semejantes se reproducirán los mismos patrones de comportamiento, aunque es posible que lo haga en la dirección contraria. Porque el sectario es chaquetero también, a veces. Conviene aclarar que el sectario es leal, sí, pero sólo al último que le ha favorecido. Para ciertas cosas tiene mala memoria, así que los antiguos favores se le olvidan. Tiene poca caché para los favores, así que debe vaciarla de vez en cuando para dejar sitio.

El sectario es, en definitiva, una víctima. Una criatura mecida por las circunstancias, un chiquillo perdido necesitado de orientación que, sin embargo, suele considerarse libre e independiente; suele decir de sí mismo que es un librepensador, cuando no tiene una sola idea propia en la mente. ¿Cómo es posible, se preguntan mis alumnos, que en una sociedad en la que el conocimiento es gratuito y abundante, puedan proliferar este tipo de personajes? Seguro que se pueden hacer estudios profundos y sesudos al respecto, pero me temo que la respuesta no necesita más que intuición: porque es más fácil actuar cual borrego dejándose llevar. Y esto, queridos amigos, es muy triste.

*Presidente de la Asociación Plan Estratégico Ciudad de Telde y Vicepresidente del Consejo Escolar Municipal de Telde

Antonio Hernández Lobo*

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