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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
Sobre este blog

Empecé a leer cómics a la misma vez que aprendí  a leer y, desde entonces, no he parado de hacerlo. En todas estas décadas he leído cómics buenos, regulares y no tan buenos, pero siempre he creído que el lenguaje secuencial es la mejor -y más idónea- puerta de entrada para leer tanto letras como imágenes. Ahora leo más cómics digitales que físicos, pero el formato me sigue pareciendo igualmente válido y sigo considerando el cómic un arte.

AIRBORNE 44. OMAHA BEACH. NetCom2 Editorial.

Gavin Jentro regresa a Francia, seis años después, durante el desembarco de Normadía, tal y como se ve en la primera página del álbum Airborne 44. Omaha Beach.

Tras una primera página en la que destila el miedo y la desazón de todos aquellos que desembarcaron en las playas francesas, la narración retrocede seis años, hasta llegar al verano del año 1938, espacio temporal donde los excesos del nacionalsocialismo alemán se circunscribían al territorio de la recién anexionada Austria (marzo 1938) y luego a los Sudetes, una cadena montañosa de la Europa oriental localizada entre los estados de Bohemia, Baja Silesia, Silesia Checa y Sajonia -situada entre la República Checa, Alemania y Polonia-, la cual contaba con una minoría étnica de habla alemana con un marcado carácter nacionalista.

Fue durante aquel verano, muy lejos de los Estados Unidos de América, donde Gavin conoció a Joanne Delançay, una joven francesa apasionada, inteligente, dos años mayor que el joven norteamericano y que será, a la postre, la responsable de buena parte de las decisiones que el primero tome a lo largo de la narración. Este interludio, cargado de momento íntimos, tremendamente cercanos y realistas, no exentos de diversión -tal y como sucede cuando Gavin trata de impresionar a Joanne, a lomos de una bicicleta que vivió tiempos mejores- le sirven al guionista y dibujante para, a reglón seguido, poner sobre la mesa algunos de los problemas sociales y políticos que aquejaban a Francia meses antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Philippe Jarbinet se vale de personajes tan estereotipados como Mathieu De la Sorge, un acaudalado amigo de Joanne que destila no sólo un marcado antisemitismo, sino un conservadurismo que luego apoyaría el infame gobierno colaboracionista del mariscal Philippe Pétain, en Vichy. De la Sorge, quien luego formará parte de las milicias que apoyaron la ocupación alemana -siguiendo los dictados de Pierre Laval y Philippe Henriot, éste, propagandista oficial de gobierno colaboracionista- reivindicará el papel y la importancia de un periódico de la época, Je Suis Partout, cabecera real que estuvo marcada por su retórica fascista y radical, que no dudó en propagar el antisemitismo que, en Alemania, difundía el partido nacional socialista. Esta imagen, recogida en una viñera de la página 12 de la versión publicada en nuestro país, servirá para que el lector se sitúe en el momento histórico en el que nos encontramos. Y lo mejor es comprobar que Philippe Jarbinet logra todo esto con una tremenda economía de recursos y sin ninguna estridencia.

El capitán del ejército francés Alfred Dreyfus

La mención por parte de Joanne, y a modo de réplica, ante el discurso del fascista, del caso del capitán Alfred Dreyfus -uno de los episodios más oscuros, vergonzosos y lamentables de la historia contemporánea francesa, y un claro ejemplo de lo permisivos que pueden ser los medios de comunicación cuando éstos ejercen de altavoces de las más bajas pasiones del ser humano- supone un claro y contundente recurso del guionista para recordarle, sobre todo al lector francófono, lo que ocurre cuando no se quiere aprender de los errores del pasado, además de apostillar que el antisemitismo no era una lacra exclusiva de la Alemania liderada por Adolf Hitler.

Dicho esto, poco queda ya que decir. La joven y enamorada pareja deberá despedirse y regresar al escenario habitual de su vida cotidiana, ignorando, ambos, que seis años después, el conflicto bélico que se fraguaba en la tramoya durante aquel idílico verano los devolvería al mismo escenario que estaban a punto de abandonar.

Para la joven, su vida quedó marcada por la derrota francesa a manos de los ejércitos alemanes, en junio de 1940, y por la posterior ocupación germana con la colaboración del ya mencionado gobierno de Vichy. Joanne, estudiante de medicina, terminará trabajando en un hospital requisado por las tropas alemanas en plena ofensiva alemana en el frente ruso.

En aquellos momentos, la joven será testigo de las secuelas de los duros combates que se sucedían, sin descanso, entre las fuerzas soviéticas y las alemanas. París está lleno de soldados heridos o convalecientes. Los trenes sanitarios los traen directamente desde el frente ruso a través de Alemania, de noche y sin detenerse. Algunos están al límite de la locura. La dureza de sus testimonios debe ser atenuada por los cuidados que les prodigamos. Las autoridades del Reich deben de tener miedo de lo que contarían si no pasaran por aquí antes de regresar a sus casas. La guerra en Rusia debe ser espantosa.

Una imagen del Vélodrome d'hiver parisino, en junio del año 1942, justo después de la gran redada en la que fueron detenidos miles de judíos por parte de las fuerzas de seguridad francesas.
Vélodrome d'hiver

Otro suceso que también reflejarán las cartas de la joven estudiante será aquel que, luego, se conocerá como el Rafle du Vélodrome d'Hiver. El 16 de julio (1942), la policía francesa hizo una redada de miles de judíos, separando familias enteras en la calle. Los amontonaron en el velódromo de invierno (Vélodrome d'hiver) esperando para su traslado a campos de internamiento. Allí comprendí a qué tipo de enemigo nos enfrentábamos. Aunque una parte de la población resista, sé que no les venceremos, no nosotros solos.

Entre los días 16 y 17 de julio, 9000 policías franceses detuvieron a 13000 judíos, hombres, mujeres, niños y ancianos, y los hacinaron en las instalaciones del velódromo parisino, así como en varios campos de internamiento (Pithiviers, Beaune-la-Rolande, y Drancy) sin tener en cuenta las más mínimas condiciones higiene, ni aportar un sustento básico para quienes fueron objeto de la redada. Tras semanas de internamiento, los supervivientes terminarían siendo trasladados, en su mayoría, al campo de exterminio de Auschwitz II-Birkenau.

Todas estas historias, recogidas en las cartas que, clandestinamente, lograba enviar la joven, merced a un contacto en la resistencia francesa, serán el mejor testimonio que posee Gavin para componer un fresco mucho más realista sobre el escenario bélico europeo y la sociedad civil, atrapada entre los campos de batalla, que aquélla que aportan los medios de comunicación estadounidenses durante la contienda. Y justo cuando Gavin esperaba una nueva carta de Joanne llegó su orden de reclutamiento para el ejército, la cual le llevaría a formar parte del regimiento 116, integrado, éste, en la vigésimo novena división de infantería.

Tras la instrucción y su posterior traslado a territorio británico -en el mismo barco que le separó de su Joanne, el Queen Mary- su rutina diaria le llevará hasta los preliminares del Día-D. En el bando contrario, las tropas alemanas -y los gerifaltes del Reich-, mientras tanto, tratan de averiguar por dónde atacarán las fuerzas aliadas. Uno de aquellos soldados que se encontraba en el lugar preciso y a la hora señalada era Markus Grünewald, un joven de 19 años recién salido de las reuniones de las juventudes hitlerianas, que -junto con grupo de veteranos, curtido en mil batallas anteriores- ignoraba el papel que jugaría en aquel conflicto, como otros tantos miembros de su generación. Markus era el servidor de una Maschinengewehr 42 “MG-42” o “Spandau” -término con el que se designaba a las ametralladoras germanas desde la Primera Guerra Mundial- una de las armas más terribles y efectivas de cuantas se utilizaron a lo largo del conflicto. Con una cadencia de fuego muy superior a cualquier otra arma producida en aquellos instantes, los efectos de una MG42 eran tan devastadores que las tropas aliadas fueron adiestradas antes del Día D para reconocer su sonido único.

El servidor de una ametralladora alemana Maschinengewehr- 42 “MG-42”, en el verano del año 1944.

Sin embargo, todo este entrenamiento de poco sirvió a los más de cinco mil soldados (algunas fuentes elevan esta cifra aún más) que perecieron en Omaha Beach, antaño lugar de esparcimiento para las familias locales y aquellos que, como Gavin y sus padres, recalaron buscando un poco de paz y sosiego.

Precisamente la paz y el sosiego de la noche se quebró, la madrugada del Día-D, por los cañones de catorce y veintiún pulgadas del acorazado estadounidense Texas (BB-35), navío botado que, junto con el crucero británico Glasgow, comenzaron a bombardear las defensas alemanas sobre la costa de Calvados. El bombardeo inicial comenzó a las 05:50 y una vez que el acorazado Texas cesó de disparar a las 06:24 se habían utilizado 255 proyectiles de 14 pulgadas en 34 minutos. Tal lluvia de fuego no fue suficiente para evitar que, en los momentos iniciales del asalto, cerca de 2000 soldados estadounidenses murieran víctimas de la feroz oposición de las tropas alemanas que supieron contraatacar tras los bombardeos aliados.

Una lancha de desembarco americana LCA (Landing Craft Assault) cerca de Colleville-sur-Mer, el seis de junio del año 1944, durante el desembarco de Normandía en Omaha beach © Robert Capa © International Center of Photography | Magnum Photos

Todos estos elementos; es decir, los obuses de catorce pulgadas disparados por el acorazado norteamericano, y la sensación de agobio y mareo de los soldados atrapados dentro de las lanchas de desembarco LCA (Landing Craft Assault), vapuleadas, éstas, por el oleaje y el viento, momentos antes de que el fuego de la MG-42 barriera sus vidas y sus esperanzas están recogidos por el autor belga de una forma tan gráfica que, en algunos momentos, recuerda al trabajo de Frank Cappa, el único reportero de guerra que desembarcó en Omaha Beach durante aquella jornada y que, con un aplomo y una capacidad de abstracción irrepetible, supo retratar la guerra tal cual es, sin trampa ni artificio, al igual que anteriormente hiciera con la Guerra Civil española. 1

Las 12 páginas escritas, dibujadas y coloreadas por Philippe Jarbinet son una magnífica recreación de un suceso que, décadas antes, Cappa inmortalizara con su cámara, antes, durante y después del asalto. La vida, la muerte y la sinrazón de las contiendas humanas, siempre teñidas de sangre, sobresalen entre los cadáveres, las ráfagas de las ametralladoras y el fuego de los cañones. Todo lo que sucedió aquel día, se podría resumir en las palabras del joven soldado alemán servidor de “Spandau”. Me llamo Markus Grünewald. Ayer cumplí 19 años y acabo de matar a diez chicos de mi edad con una única ráfaga de ametralladora“.

Integrantes del primer contingente de tropas norteamericanas que desembarcaron en Omaha Beach (29th Infantry, 116th Regiment, C Company), el seis de junio del año 1944 © Robert Capa © International Center of Photography | Magnum Photos

Tras sortear todo aquel sinsentido, y lograr sobrevivir sin dejarse la cordura por el camino -aunque con una buena cicatriz en la cabeza- Gavin Jentro ascenderá a sargento. Debido a ello, encabeza una avanzadilla médica para socorrer a un batallón de efectivos de la 101 aerotransportada estadounidense “Screaming Eagles”. El ascenso no solamente le permitirá conocer los manejos del Estado Mayor -y los tiras y afloja entre sus máximos responsables-, sino que le ayudará en su empeño por conocer el paradero de Joanne y la familia de ésta.

Recorrer los idílicos parajes de aquel verano que pasó junto a Joanne, ahora sembrados de cadáveres, no es fácil, pero así es la vida de cualquier soldado en el frente y las viñetas que lo reflejan no dejan lugar a dudas. Por momentos, la pestilencia que huelen aquellos soldados traspasa las páginas del álbum y terminan por llenar el lugar donde estés leyendo.

Una vez que su grupo se encuentra con los supervivientes del batallón de la 101 aerotransportada, Gavin decide ir hasta Carentan, localidad donde se encontraba la casa de Joanne. Una vez allí, se topa con la cruda realidad de cualquier conflicto; es decir, las víctimas colaterales y su anonimato hasta que llega alguien que puede identificarlos. Ese anonimato será el que persiga Luther Calvin Yepsen, el soldado de la 82 aerotransportada y protagonista del primer arco argumental de esta serie, que acaba con la vida de la madre de Joanne, Justine, y la de sus dos hermanos, François y Éléonore. Además de los cadáveres citados Gavin encuentra dos tumbas más pertenecientes a la familia de Joanne, una con el nombre del padre de ésta y, al lado, otra con el nombre de su amada.

Tras un sencillo sepelio, Gavin regresa a su unidad y, a partir de entonces, el joven enamorado deja atrás su humanidad para convertirse en un ser sin espíritu, empeñado en sobrevivir. Es más, llegado un determinado momento, ese mismo ser, se transmutará en una “máquina de matar” incapaz de sentir la empatía que sentía para con sus semejantes, hasta ese momento.

Las páginas que vienen a continuación, prácticamente la mitad de las que componen el cuarto álbum de la serie, son una suerte de diario de combate de un soldado cualquiera, en medio del escenario bélico europeo, en los instantes finales de la contienda.

Los párrafos que se recogen, a continuación, no son exclusivos del personaje, sino que se podrían extrapolar a la mayoría de soldados aliados que combatieron en Europa, a partir de 1943, mayoritariamente norteamericanos, británicos y canadienses.

Junio de 1944, cerca de Saint-Lô

Todo el esfuerzo que he hecho para sobrevivir hasta hoy ha desaparecido. No tengo más que un gusto a ceniza en la boca ¡casi una invitación a morir antes de hora, para huir de todo esto! Avanzo con los demás a través de un paisaje triste y borroso, hacia una muerte segura…

Recuerdo claramente el discurso de nuestro jefe de grupo, unas horas antes de partir… “¡Vamos a moler a palos a esos nazis cabrones y a devolverlos rápidamente a su jodido país con una patada en el culo! ¡Van a lamentar haberse topado con nosotros en su camino!... Go on 29th!

Pues hasta hoy, soy yo quien lamenta haberse topado con esos tipos en el camino. ¡Porque en materia de combate, esos “nazis cabrones” nos superan ampliamente! Debemos combatirlos, aunque tenemos que aprender todo sobre ellos. Son metódicos, organizados y valientes. Llevan cinco años de guerra a sus espaldas y, sobre todo, una motivación insuperable: la certeza absoluta de que, si no nos detienen en Normandía, no lo harán en ninguna parte. Ellos saben que vamos a arrasar Alemania y tienen la espalda contra la pared, lo que les da una rabia que nosotros no tendremos nunca.

Mientras tanto, los remplazos no tienen tiempo de ser adiestrados. Para conservar a los veteranos, el estado mayor envía a los reclutas en patrullas de combate en las que mueren rápidamente por falta de experiencia. ¡Los lanzamos al combate como carnaza!... Y en el fondo, es lo que nos hemos convertido: vulgar carne de cañón a la que no se le pide la opinión.

Estas palabras reflejan y desvelan muchas de las mentiras y los tópicos acuñados por los aliados durante los estertores finales del régimen nacionalsocialista alemán. Las soflamas, los gestos patrióticos y los desfiles marciales, presididos por oficiales que, como ya ocurriera décadas antes, deberían haber terminado delante de un pelotón de fusilamiento y no siendo condecorados por sus “hazañas bélicas”, de nada servían, una vez empezaban los combates. Las tropas alemanas, lejos de estar acabadas, poseían un nivel de preparación muy superior al de la mayoría de las fuerzas aliadas y eso sin tener en cuenta a las temibles divisiones SS, poseedoras de un espíritu y de un fanatismo tal que, de haber sido más numerosas, hubieran conseguido prologar el conflicto mucho más de lo que nadie hubiera querido. La ofensiva de las Ardenas, ya comentada durante el primer arco argumental, o la fallida operación Market Garden (17-25 de septiembre de 1944), la cual perseguía apoderarse de los principales puentes sobre los ríos Mosa y Rhin a su paso por el territorio holandés -pero que se topó con la novena y la décima división Panzer SS- son una buena prueba de ello.

Un vehículo blindado alemán Tiger I, durante el verano del año 1944 en Francia, perteneciente al SS-Panzer Division Leibstandarte.

Las guerras no se ganan en los despachos, sino en los campos de batalla y todas estas páginas son el mejor tributo a todos aquellos hombres y mujeres, sin importar el bando en el que estaban, que sufrieron aquel infierno, además de una feroz crítica, nada disimulada, ante los atropellos que comenten los mandos militares para con sus subordinados.

Ni siquiera con un millón de duchas un soldado logra quitarse el olor a muerte y destrucción que empapa cualquier contienda, pero, en el caso de Gavin Jentro, la esperanza, como el sol que el soldado contemplará junto a un prisionero alemán, puede aparecer cuando menos uno se lo espera.

La “esperanza” no es abstracta, sino que tiene un nombre y una historia que contar. Una historia que será de uso común en un medio de un mundo que, en plena contienda, se negaba de otorgarle los mismos derechos a los dos sexos. Poco importaba la validez y el empeño que demostraran las personas. Estaba bien matar a miles de personas con bombas incendiarias, día tras día, pero una mujer no estaba “cualificada” para desempeñar determinados cometidos, por mucho que ésta demostrara lo contrario.

Por fortuna para el relato, y para la propia historia -la cual la escriben las personas, minuto a minuto, y no los cronistas oficiales que llegan una vez todo ha terminado- hay personas que nunca se han rendido. Gracias a ello, Luther Calvin Yepsen pudo conocer el nombre de aquellas personas a las que había matado, por error, a la misma vez que otra persona le ponía cara al paracaidista americano que donó toda su paga y su cruz de plata del bautismo a los vecinos para cubrir los gastos del sepelio.

La guerra es el PEOR escenario posible de una larga lista de malos escenarios, pero logra unir a las personas que la sufren, merced a una lealtad que nada ni nadie puede quebrar. Otra cosa es que las nuevas generaciones, y quienes manejan los resortes del poder, sean incapaces de vivir en paz. Al final, la sombra de la irracionalidad es tan grande que nada ni nadie está a salvo de perecer bajo sus desmanes. Y la última viñeta con la se cierra este arco argumental es una buena muestra de lo anteriormente dicho.

© Eduardo Serradilla Sanchis, 2017

© 2017 © Robert Capa © International Center of Photography | Magnum Photos

© 2017 Philippe Jarbinet

© NetCom2 Editorial, 2017

  1. Para más información sobre el trabajo de Robert Cappa, durante el desembarco de Normandía, por favor, consulte la siguiente dirección electrónica: https://www.magnumphotos.com/newsroom/conflict/robert-capa-d-day-omaha-beach/

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