Encantados con Peter Brook

Sergio Sánchez / Sergio Sánchez

Aviso a navegantes. Este que aquí escribe está encantado. ¿Saben quién es Peter Brook? Los seguidores más apasionados del teatro lo conocerán de sobra. A aquellos que no les suene su nombre pero les atrae el mundo de las artes escénicas, les invito a que indaguen en su obra. Se trata de uno de los directores de escena con más creatividad que han parido las tablas teatrales. A sus ya 88 años este loco del teatro ?sí, loco de pasión- sigue indagando en las formas interpretativas y revolviendo aquí y allá para atraer a los espectadores a esa fábrica de sueños que, mucho antes incluso que el cine, ha sido siempre el Teatro.

Entre las peculiaridades de Peter Brook se encuentra su curiosidad por las culturas más diversas. Este londinense de nacimiento, hijo de emigrantes rusos, y afincado desde principios de los años setenta en París, desarrolló una carrera meteórica en los escenarios más emblemáticos de Inglaterra al frente de instituciones como la Royal Opera House o la Royal Shakespeare Company. Sin embargo, esa curiosidad que le desbordaba le llevó a apartarse de todo intento acomodaticio para aventurarse, ya en París, en la puesta en marcha de un centro de creación que se marcaba como principio fundamental la investigación internacional de todas las formas escénicas. El objetivo último no era otro que exprimir al actor de tal forma que nunca pierda su interés por buscar dentro de sí todo el potencial que le permita captar la atención del espectador.

Ese empeño le ha acompañado desde entonces por medio mundo, si no más allá. Peter Brook ha viajado por todos los continentes y se ha interesado por los pueblos y tribus más insólitas en su búsqueda de nuevas aportaciones al hecho escénico. África ha sido una de sus grandes pasiones, y dentro de este continente Marruecos y El Sáhara han desarrollado un papel trascendental. Por eso, la programación que de uno de sus últimos espectáculos, la versión que de La flauta mágica, de Mozart, se hace en Marrakech es motivo de sobra para estar encantado.

Bajo el título de Una flauta mágica o Une flute enchantée, según el original en francés de esta producción comandada por el Theatre des Buffes du Nord al frente del que estuvo hasta hace apenas dos años, Peter Brook hace alarde una vez más de su humildad a la hora de afrontar una obra maestra. El cambio del artículo definido por el indefinido del título de la obra alude precisamente a ese propósito suyo de afrontar el legado de Mozart desde el máximo respeto, pero filtrándolo por su particular visión contemporánea.

Vamos, más motivos para acudir encantados a una de las representaciones que se han programado en el Teatro Dar Attaqafa de Marrakech en el marco de la temporada cultural franco-marroquí que hacen posible el Festival Internacional de Teatro de Marrakech y el Instituto Francés de la misma ciudad.

Ya sentados en la butaca, se complace uno de ver la respuesta de un público, en su mayoría joven, al reclamo de este veterano de la escena. En una sala abarrotada, los espectadores van tomando asiento al tiempo que observan un escenario abierto, sin telón que lo oculte. Sobre el tapiz negro, un bosque de cañas de bambú y un piano en una esquina.

En el programa de mano que distribuyen leemos unas palabras que firma el propio Peter Brook junto a Franck Krawczyk y Marie-Helene Etienne, los otros dos artífices de la adaptación del libreto original. Ellos nos proponen adentrarnos en una Flauta “ligera y efervescente, donde la proximidad del juego permitirá al espectador entrar en la magia y la ternura de la obra”.

Aceptamos la sugerencia por supuesto encantados. En la mente, un libro de cabecera para todo aquel interesado en el Teatro. Hablamos de El espacio vacío, una obra en la que Peter Brook defiende un tipo de creación que busca la sencillez por encima de todo como recurso para alcanzar la magia que busca el espectador en todo espectáculo.

Y comienza el espectáculo. Esta adaptación, como ya se intuye, carece de orquesta, de decorados y de vestuario elaborado. Está concebida para espacios pequeños, como este teatro Dar Attaqafa. El director ha puesto todo su empeño en destacar el trabajo interpretativo de los cantantes-actores, acompañados durante la hora y media en que dura la representación por las manos virtuosas de Rémi Atasay, al que hay que elogiar por conseguir llenar de matices sonoros una composición tan brillante sin perder las exigencias mozartianas.

El elenco va poco a poco descubriendo las exigencias en este caso impuestas por Brook. Cada uno y todos a la vez firman un espectáculo coral en el que se percibe el esperado trabajo de grupo. Cada uno de los intérpretes es una pieza afinada en consonancia con el resto. Esas piezas no son otras que Leïla Benhamza (Reina de la Noche), Anne-Emmanuelle Davy (Pamina), Antonio Figueroa (Tamino), Virgile Frannais (Papageno), Betsabée Haas (Papagena), Alex Mansoori (Monostatos), Vicent Pavesa (Sarastro) y Abdou Ouologuem en el papel de comediante, ficha importantísima en esta propuesta de Brook para servirnos de enlace entre escenas y para servirnos de sutil attrezzista. En este último actor recae gran parte de ese propósito 'brookiano' de tirar abajo la cuarta y todas las paredes posibles que se interponen entre actor y espectador.

Pero seamos honestos. Tampoco viene Peter Brook a desbaratar la obra de Mozart y Emanuel Schikaneder, autor del libreto original. Ya hemos señalado que se trata de un creador respetuoso cuando de la obra de otros está tratando. Así, no podemos más que removernos con cierto estupor en la butaca cuando escuchamos perlitas como aquella de que el hombre está hecho para ser el guía de la mujer en este mundo. Lanzo aquí una lanza a favor de las luchas feministas que nos han hecho avanzar mucho. O eso quiero pensar.

Reflexiones argumentales aparte, el propósito pedagógico de Brook y su equipo se consigue al mantener durante hora y media en la butaca a un público, ya decimos que en su mayoría joven, que se mantiene ensimismado viendo una serie de efectistas escenas en las que tiene un mérito especial la iluminación, pero que se sustenta sobre todo en la selección de las voces y en el cuidado trabajo interpretativo que se ha realizado.

El público profano sale encantado al descubrirse capaz de asimilar una ópera y advertir además en ella un espectáculo mágico como el propio título en este caso sugiere. Por su parte, los más entendidos tampoco salen decepcionados. Se advierte en momentos cruciales de esta composición, en la que los aplausos acertadamente propinados dieron cuenta de la aprobación del trabajo realizado en arias donde prima la coloratura de la voz. Ahí, claro está, debemos elogiar a Leila Benhahamza en la interpretación de La venganza del infierno hierve en mi corazón.

Y con el corazón henchido por haber sido partícipe de una velada operística con la firma de toda una leyenda del Teatro, uno no puede evitar hacer un guiño a su tierra. Desconozco si Nacho Cabrera es seguidor o no de Peter Brook, pero desde luego hay que animarlo a que siga trabajando en la línea en que lo ha hecho estos últimos años. Como director de escena de Cosí fan tutte, de Mozart, y L'ocasiones fa il ladro, de Rossini, en sendas producciones auspiciadas por el Conservatorio Superior de Música de Las Palmas, ha venido a seguir esa senda que defiende Peter Brook de investigar en nuevas formas para atraer a nuevos públicos a la ópera. Encantado de que eso ocurra.

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