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La viuda de Saramago cree un deber con los lectores publicar su obra póstuma

Pilar del Río, en la presentación de la novela póstuma de José Saramago.

EFE

Arrecife —

La presidenta de la Fundación José Saramago, su viuda Pilar del Río, ha explicado que la novela póstuma del nobel portugués ha sido publicada porque era una obligación con sus lectores y porque contiene un alegato contra la violencia que está destruyendo moralmente a la sociedad.

Del Río hizo presenta esta tarde en la Fundación César Manrique de Lanzarote Alabardas, alabardas, espingardas, espingardas, la novela que Saramago estaba escribiendo cuando falleció, en 2010.

La viuda del escritor ha resaltado que, “en este libro, que es una obra literaria, no un ensayo, José Saramago aborda dos asuntos que para él eran fundamentales: el poder y la responsabilidad”.

“De alguna forma se podría decir que, ante el uso del poder, el económico, el político... está la responsabilidad individual. A Saramago le ponía muy nervioso oír el ”yo no sabía nada“ alemán tras la II Guerra Mundial: ¿Cómo que no sabías que se estaba produciendo un genocidio a las puertas de tu casa? Y ahora, que hay un genocidio tan extendido y tan cruel ¿cómo se puede no saber?”, ha manifestado.

El acto de presentación de la novela en Lanzarote también cuenta con la colaboración de la directora de Alfaguara, Pilar Reyes, y el director de la Fundación César Manrique, escritor y estudioso de la obra de Saramago, Fernando Gómez Aguilera.

Alabardas, que ya ha aparecido en Portugal, Brasil e Italia, se publica en España acompañada de dos textos, uno de Fernando Gómez Aguilera y otro de Roberto Saviano, e ilustraciones de Günter Grass.

El volumen ha sido concebido como “un dialogo de autores que se reconocían y que se han distinguido por sus posiciones antibelicistas, anti toda forma de violencia”, ha indicado Del Río.

Ello justifica, ha precisado, la presencia en la obra de Günter Grass, que fue editado por Saramago en los años sesenta en Portugal; de Roberto Saviano, al que defendió en su derecho a publicar sus investigaciones sobre las mafias y para el que pidió la protección de la sociedad; y de Fernando Gómez Aguilera, al que el escritor portugués “eligió como confidente y amigo más cercano”.

“Eran las personas que tenían que estar en un volumen que, aparte de ser un hecho literario es un hecho moral y un objeto muy bello”, ha sentenciado la presidenta de la Fundación José Saramago.

Por su parte, Gómez Aguilera considera que las páginas de Alabardas son “una sacudida a la conciencia de los lectores” y fueron robadas al tiempo “por un escritor que, hasta el último aliento, se abrazó a la literatura con un extraordinario vigor”.

“Están escritas en el desamparo de las fuerzas físicas, interrumpidas por la enfermedad un día sí y otro también, pero con una sorprendente energía literaria y fuerza moral”, ha relatado.

El director de la Fundación César Manrique destaca de la obra póstuma de Saranago “la posición que adopta el escritor con respecto al asunto que trata: la producción y el comercio de armas, una de las mayores y más opacas actividades lucrativas”.

Gomez Aguilera, que fue una de las personas que más cerca estuvo del escritor portugués en sus últimos días, ha explicado que “hasta el último momento” Saramago se sintió “concernido y exasperado por el mundo”.

En este sentido, ha añadido que, “en su último impulso literario, cuando ya sabía que no le quedaba apenas tiempo, quiso incomodar al lector involucrándose y husmeando en la devastación de la industria militar, que, como dice Eduardo Galeano, es en realidad una industria criminal que se ocupa de fabricar enemigos y de extender el miedo”.

Gómez Aguilera subraya que Alabardas cuestiona una vertiente central del poder universal e intemporal: el uso de la fuerza militar para dominar y crear servidumbre, pero también para consolidar hegemonías económicas. Y, al respecto, señala que las armas y el dinero, la guerra y la economía son dos patas asociadas para mover una misma voluntad de poder.

El director de la Fundación César Manrique entiende que Saramago sabía que estaba tocando un nervio sensible “y quería hacerlo para poner de relieve cómo somos capaces de convivir superficialmente con la vileza sin hacernos demasiadas preguntas, consintiendo”.

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